Javier Krahe (noticiasterra.es)
Javier Krahe ha sido llevado a juicio por un vídeo en el que se escenifica cómo cocinar un Cristo, filmado en 1978.
En la entrada anterior, perfilé los tres grandes pilares en los que se asienta la cohesión social: la religión, la moral-ética y la ley.
Cada uno de esos bastiones cumple una función: la religión actúa desde el interior, moviendo al individuo, tanto por temor al castigo divino, como bajo el acicate del premio. Es y debe ser independiente de las otras dos estructuras. Lo usual es que la jurisdicción religiosa se limite a imponer actos penitenciales a los grandes pecadores o, en casos extremos, la excomunión como máximo castigo.
La moral es mixta: actúa desde el interior, como fruto de la búsqueda del individuo de la perfección ética; pero también tiene un componente exógeno: la presión social, el «qué dirán», también juegan un papel importante en el empeño del individuo de mostrar una conducta ejemplar ante el grupo.
La mayor parte de las personas, incluso en los países más avanzados, desarrolla su vida a satisfacción sin necesidad de acudir al amparo de la Ley. Los pactos, los contratos, los compromisos de todo orden de la vida cotidiana se cumplen de modo natural. Si alguien promete hacer algo, cumple su palabra con honestidad, entrega la cosa, ejecuta una tarea, paga un servicio.
¿Qué tiene que ver todo esto con Javier Krahe y su juicio?
En primer lugar, el cantautor es uno de los símbolos de los movimientos llamados progresistas en los primeros años de la democracia, un hombre comprometido en la denuncia de los excesos y la inmoralidad.
Su vídeo es una muestra de que sin advertirlo, con toda seguridad, intuye que ese cambio a una sociedad perfecta, igualitaria y libre que persigue, exige destruir lo establecido y ataca (el término es excesivo; pero quiero que resulte gráfico) el primer gran pilar: las creencias religiosas, como una vía de rechazo a todo un sistema de valores clave para que la sociedad sea tal como es y resulten urgentes los cambios.
Ese movimiento ataca también la moral, que denuncia como falsa y llena de dobleces. La llamada «buena educación», la delicadeza en el trato, el respeto a las ideas y los sentimientos de los otros, sólo merecen burla y desprecio. De este modo, se va resquebrajando poco a poco el segundo pilar.
Sólo queda en pie la ley, una ley con minúsculas, una maraña normativa que intenta en vano combatir con normas lo que debía ser regulado por la religión y la moral, que son ineficaces, porque carecen del soporte necesario para serlo y no lograrán otro fin que el colapso del sistema.
El juicio a Krahe es tan absurdo como inútil. El mal está hecho y es comprensible que los cristianos, hartos de que se profanen sus símbolos sagrados, acudan a la última defensa que les queda, la legal; puesto que las que debieron operar: la religiosa y la moral (en forma de repudio de la sociedad hacia esas conductas) que son las eficaces, no funcionaron.
Y esa tampoco va a funcionar. En primer lugar, porque probablemente esté prescrito el delito contra las creencias religiosas. En segundo lugar porque el regreso a la actualidad de ese vídeo no ha tenido el efecto de remover sentimientos de repulsa serios en una sociedad que ha perdido sus valores. En tercer lugar; porque una sanción judicial, si la hubiera, no va a servir en absoluto para generar una regresión en la sociedad.
Es posible que Krahe, a estas alturas, esté tan desolado como lo estamos muchos ante el panorama social que contemplamos. Puede que no sea consciente de que él forma parte de los instrumentos de demolición que nos trajeron aquí, junto con una multitud que le seguimos, le admiramos, incluso nos inspiró una gran ternura y le apoyamos en su aventura quijotesca de lograr una sociedad mejor.
Los pecados no son delitos, aunque los delitos sean siempre pecado en términos religiosos. Los pecados, en este caso la blasfemia, no pueden ser nunca condenados en las instancias judiciales. Sólo pueden ser juzgados y sancionados por las instancias religiosas. Si el poder de la religión se ha deteriorado tanto como para que carezca de eficacia efectiva la sanción de la Iglesia, tenemos un problema muy grave; pero no se resuelve llevando a juicio a Krahe.