26/5/11

El error de Felipe González




Puebla-24-05-2011
Viñeta de Puebla para ABC


Todos los analistas políticos coinciden en un diagnóstico: los resultados globales de las elecciones municipales y autonómicas celebradas en España el pasado domingo, denotan un clamor generalizado, el hartazgo y la furia de los españoles. 

Tres son las figuras que polarizan esa ira: el presidente del Gobierno, los ministros que han formado parte de sus gobiernos y el PSOE. 

Sin duda, lo que debió ser un plebiscito local estricto, fue visto por los ciudadanos como la oportunidad de oro para castigar a José Luis Rodríguez y no dudaron en aprovecharla propinándole un varapalo electoral a tono con el nivel de desesperación que ha inoculado con su política demente en la población.

Por mucho que intenten desligarse de ZP quienes se perfilan como delfines en la sucesión, Carmen Chacón y Alfredo Pérez, los resultados demuestran que el hartazgo es tan intenso que elegir miembros del equipo que formó parte de su gobierno conduce a una segunda debacle en las próximas elecciones. Sólo una cara nueva, ajena al cuadro de protagonistas de estos siete años de pesadilla; pero sobre todo, de los del segundo mandato marcado por la crisis, tendrá una posibilidad remota de lograr una débil mejora en los resultados de unas elecciones generales. 

Remota, insisto, porque por mucho que se desmarcaran algunos varones cuando percibieron síntomas inequívocos de desastre en vísperas de las pasadas elecciones y renegaron del líder, los españoles, incluso los afines al PSOE, tienen claro que todo esto pudo ocurrir si y sólo sí, esa política demencial obtuvo, si no el apoyo decidido de la plana mayor del partido (que se lo dio en una buena parte), sí la condescendencia de todos ellos, que no hicieron nada por poner coto a sus desmanes y le dejaron campar a sus anchas.

Viene a mi mente la imagen de Felipe González, en el arranque de la precampaña, cuando todos, incluso los más fieles, teníamos claro que Rodríguez nos conducía al abismo, con la crisis asolando un país impotente que veía caer empresas en cadena, crecer el número de parados y clamábamos por la presencia de una figura de autoridad que le metiera en varas, dirigirse a los socialistas (bajo la mirada de todos los desahuciados, de los que aguardaban su turno de ingreso en el grupo, de los que lo tenían más lejano; pero, aún así percibían la amenaza de que si se mantenía esa derrota, acabarían peligrando sus trabajos), apelando al cierre de filas, a la disciplina de partido, mostrando una elección insultante entre los intereses de España y sus ciudadanos y los de su partido, llamando al cierre de filas en apoyo de Rodríguez, por encima de toda consideración.

Fue un error grave, incomprensible en alguien que ha ostentado la máxima responsabilidad política y debería (en teoría) tener claro que, si se enfrenta a los electores arrasados por la crisis global, pero también doméstica, protagonizada por una política irresponsable que dilapidó con absoluta alegría los ahorros que le legó el gobierno anterior pensando que eran ilimitados y que estaban agotados cuando apareció la crisis y resultaron imprescindibles para capearla, lo último que puede hacer es tocar a rebato en defensa del partido sobre los intereses de los ciudadanos.

Eso fue más grave que la demente política de Rodríguez. El mensaje, en momentos de grave emergencia, demostró a los ciudadanos en general y en particular a los simpatizantes del PSOE, que los intereses del partido les ignoraban. Solo les importaba mantenerse en el poder, contra viento y marea, aunque el precio fuera la ruina de España.

El cierre de filas dio oxígeno a un gobierno desnortado. Le proporcionó una ilusión de firmeza y capacidad que, aunque ilusoria, permitió que los dementes cerraran su ciclo diabólico prestando lo que los ciudadanos consideramos (tal vez de forma injusta) una presión del Gobierno sobre el Tribunal Constitucional para que enmendara la plana al Tribunal Supremo y los terroristas tuvieran vía expedita para concurrir a las elecciones.

El legado ZP no hubiera sido posible sin la aquiescencia del PSOE en su conjunto. Por mucho que clamen que el presidente de Gobierno arrinconó a los históricos, es indiscutible que si hubieran alzado la voz, censurado la estrategia de ruptura con los pactos de la transición, atacado los aspectos de su política más dañinos, no sólo para España, sino para el propio PSOE, que, quisiera o no, figuraba como su valedor, no estaríamos donde estamos.

Rodríguez ha demolido todas las estructuras de referencia para los demócratas a lo largo de siete años, antes de conquistar el poder, con la violación de la jornada de reflexión del 13M de 2004, al tiempo que hundía, día a día, al PSOE como referente de las libertades democráticas. Jugó desde el primer momento, el rol de destroyer. Pisoteó con descaro el respeto a las Instituciones democráticas sin que nadie, desde su partido, censurara su actitud. El PP le denunció una y otra vez con la máxima discreción, sin hacer más ruido del necesario, consciente de que el plan de Rodríguez era resucitar los enconos previos a la Guerra Civil para desencadenar una segunda edición del conflicto.

Ningún varón carismático del socialismo entró en escena en ese momento para afear o censurar una estrategia antidemocrática, llamada a eliminar del mapa político al partido votado por diez millones de españoles. Felipe González llamó de forma explícita e inequívoca a los militantes de su partido a arropar sin fisuras los desatinos. 

Estoy convencida de que esa llamada fue la que colmó el vaso de muchos españoles; pero, sobre todo, de muchos socialistas o simpatizantes con suficiente sentido crítico para comprender que la política de Rodríguez era la tumba del socialismo y su respuesta quedó plasmada en los resultados de estas elecciones. 

Gracias a Rodríguez y al PSOE, se ha hundido nuestra economía, soportamos un grado de endeudamiento que tardaremos medio siglo (en las condiciones más favorables) en liquidar. Avanzamos a paso firme hacia una cifra de paro que supera los cinco millones. Nuestra política internacional nos ha convertido en el «hazme reír» de Occidente, no tenemos ningún peso. Se han reabierto las heridas de la Guerra Civil. Ocupamos un escalón rayano en la ruina; pero nuestro tamaño como nación es tan considerable que, si se hiciera necesario un rescate, la Unión Europea colapsaría.

Todos los conservadores y gran parte de los progresistas, han sabido interpretar la influencia de José Luis Rodríguez, la actitud sumisa de sus gobiernos y su partido en esta debacle y la  percepción del desastre, profetizado por las encuestas, siempre complacientes con el poder, se ha traducido en datos objetivos e incontestables emanados del recuento de los votos en las urnas.

El PSOE afronta un reto. Ha sufrido una derrota sin paliativos. Los éxitos que ha cosechado obedecen más al tesón y servicio de personalidades concretas cuya actitud de servicio, entrega y capacidad personal para implicar un amplio espectro en su política, les ha llevado a arrasar o conseguir un éxito arrollador en su circunscripción.

Urge un   replanteamiento global en las formaciones; porque es un hecho, al examinar los datos, que la ideología está subordinada a la eficacia de los dirigentes.

Tengo una querencia especial por un concejo (municipio) asturiano. Su alcalde PSOE, se presentaba a la reelección. Se le ofreció la oportunidad de  encabezar listas más influyentes; pero declinó la proposición de gloria envenenada que se le ofrecía, consciente de que los personalismos de la golosa circunscripción propuesta era un avispero mortal y tuvo la honestidad y clarividencia necesaria para resistir sin inducir una sordera destinada a combatir los cantos de sirena, renunciando a la quimera tentadora que le ofrecían, conformándose con la condición de una figura irrelevante al frente de un municipio pequeño e ignoto, a cambio de la recompensa que supone  conocer con nombres y apellidos  a   todos los vecinos de su circunscripción, poner cara a cada uno de ellos y, por encima de  todo, ofrecerles unos resultados de gestión contundentes en términos inmediatos, que priman la condición de liderazgo personal sobre los resultados globales.


Hoy quedó claro en el cruce de mensajes la irreparable división que abrió en el PSOE la debacle. Puede que si Felipe González hubiera sido más clarividente, si los barones hubieran superado el complejo guerrista de «quien se mueve no sale en la foto», si hubieran mostrado que les importan más los intereses de España que los de su partido, la crisis actual no se hubiera producido.

1 comentario:

Gulliver dijo...

Tiene la política razones que la razón ignora, Dª Carmen.
Y, por supuesto, el interés general y el bien común ni están, ni se les espera.

Estupendo comentario