Hay que reconocerle un mérito al antiguo líder de 'Los Canarios' para popularizar la Sociedad General de Autores y Editores de España. Hasta hace pocos años, esta entidad era una desconocida para el gran público. Había noticias vagas de que existía; pero solo la conocían bien sus socios; todos los demás vivíamos en la ignorancia.
Y seguimos en ese plano existencial. He accedido a sus estatutos e informes; conozco bien la Ley de Propiedad Intelectual; pero estos datos, llamémoslos globales, no me permiten llegar al conocimiento necesario para comprender cómo un organismo de gestión de los derechos de sus socios (que, por su naturaleza, acoge a una inmensa mayoría de modestos autores y editores y a una minoría de grandes triunfadores que facturan grandes sumas en concepto de derechos de la propiedad intelectual) ha conseguido un patrimonio y una liquidez tan espectacular.
Se supone que, para cumplir el conjunto de objetivos, el importe del porcentaje que se le cobra al autor por la gestión de sus derechos debe ser el mínimo posible; puesto que si un autor modesto, pongamos por caso, deja la tajada del león del beneficio de su obra en el pago de los gastos de gestión, no le compensará asociarse a ella. Hemos visto, lo pueden rastrear en la prensa y al final del enlace del texto de la Wikipedia que he aportado, que la SGAE dispone de una amplia red de oficinas de gestión en la que se incluyen un grupo de inspectores que patea locales públicos, se cuela en bodas, bautizos, comuniones, fiestas privadas y todo tipo de eventos en los que la costumbre social incluya por tradición la divulgación de música o imágenes para exigir el pago. Para su desgracia, suelen perder los pleitos ante los tribunales.
Es en el reinado de Teddy cuando la SGAE se convierte en el terror de los ciudadanos. Si se casa un hijo (o hija) lo primero que tienes que hacer es pasar por la caja de la oficina local de la SGAE a abonar el diezmo (nada desdeñable) si no quieres correr peligro de que te arruine el evento la presencia de un inspector infiltrado. Le da igual que se trate de conciertos benéficos que de locales que han contratado el Hilo Musical. Cuando cae sobre ti el azote de la SGAE, primero pagas y luego reclamas, como con Hacienda (caricaturizo, quiero que conste por si Teddy me demanda, el sentimiento que ha logrado imbuir su afán recaudatorio en la ciudadanía).
Toda esa gente tiene que suponer un coste en salarios, seguridad social y recursos muy importante, con lo que la gestión de los derechos tiene que arrojar, por lógica unos elevados ingresos para la SGAE.
Lo que llama la atención es que, a esos gastos, sume la ingente inversión en patrimonio inmobiliario. Su sede desde los años cincuenta del siglo pasado es el Palacio Longoria. Al parecer, le queda pequeño y necesita otro espacio para albergar la sede de la Fundación Autor, parte de la compleja trama de los organismos de la sociedad y logra que el ayuntamiento de Boadilla del Monte le ceda el Palacio del Infante Don Luis. El respeto que exige a los ciudadanos no tiene su correlación con el que muestra la SGAE en sus actuaciones y la lucha de los ciudadanos contra el gran coloso alcanza el éxito de preservar el patrimonio histórico local, poco importante al parecer para los grandes defensores del arte de la SGAE.
Son muchas las noticias de adquisiciones de edificios por parte de la sociedad, pero baste esta muestra. No faltan contestaciones por parte de los socios, descontentos con la gestión y deseosos de mayor transparencia y contención en el gasto. Más cuando se han conocido los datos de la dorada pensión de jubilación que recibirá Teddy en su momento.
El último episodio en este divertido culebrón (divertido porque los ciudadanos estamos hartos de la codicia de la SGAE que no respeta ni los conciertos benéficos), es reciente. La entidad había acometido un ambicioso proyecto teatral, en el que se combinaba la adquisición de edificios (Palacio del Infante don Luis, teatros Coliseum, Lope de Vega y Palacio de la Música en Madrid) con proyectos de nueva planta, como la Torre de la Música en Valencia o el Auditorio Arteria Al-Andalus de Sevilla. Ayer saltó a los medios el comunicado del arquitecto de cabecera que lleva trabajando veinte años con la SGAE, Santiago Fajardo, en el que presenta su dimisión en el proyecto Al-Andalus el pasado día once de los corrientes. Las espadas están en alto; porque Teddy lo ha despedido, según la versión oficial de la SGAE.
El problema de esta entidad es que su trayectoria en los últimos años la ha desacreditado por completo y los ciudadanos la perciben como una entidad que abusa de ellos, gravándolos con cánones abusivos, reconocidos por los Tribunales y sometiéndoles a una persecución inaceptable.
Teddy Bautista, que obtuvo un gran éxito con su grupo y unos pocos más de entidad menor tras el gran bombazo, para desaparecer pronto del panorama musical, tiene una pésima imagen entre la ciudadanía y nos inclinamos a creer más al arquitecto que a la SGAE; porque nos ha demostrado que todo lo que tienen de estrictos en los derechos que salvaguardan, lo tienen de laxos en el respeto a los consumidores y al patrimonio histórico y artístico que cae en sus manos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario