Fotografía tomada de httpe://www.lne.es./
Trece periódicos. Son mi fuente de datos, si no diaria, cotidiana, en mi intento de informarme en amplio espectro. Líneas editoriales conservadoras y progresistas, diarios económicos y locales. Lo que abunda no daña, aunque pueda saturar un poco en ocasiones.
Hoy ocurre eso: estoy saturada. Tenía claro desde ayer que hoy tocaba entrada local, análisis (en la modesta medida de mis posibilidades) de los resultados de las elecciones en Asturias. He leído mucho al respecto; llegué a sentirme saturada de sesudas informaciones de expertos analistas con una categoría que no alcanzaré yo en mil vidas; pero me sentí muy insatisfecha; porque ninguno entró en el meollo de la cuestión.
Asturias no ha querido ser, menos aún reivindicarse (aunque fuera por pura estrategia de marketing) como una comunidad con rasgos diferenciales. Ningún asturiano tolera esa política y prueba de ello es que el Partido Asturianista tiene tanto futuro como un vendedor de hielo en el polo.
Lo innegable es que cada provincia, región o comunidad de este país tiene unas características propias, que suelen plasmarse en arquetipos. A los asturianos nos definen como nobles, socarrones, y acogedores. Creo que es ajustado el cliché; pero requiere matizaciones. Es cierto que somos nobles, solemos ponernos en la piel de otros, procurar ser honestos con nosotros mismos y con los demás y somos sinceros por naturaleza (con las numerosas y obligadas excepciones a la regla) aunque esa franqueza no sea siempre entendida, valga Fernando Alonso como ejemplo.
La socarronería es un humor refinado que se sustenta en una mirada crítica, un tanto escéptica, un punto ácida, que nos lleva a contemplar con agudeza lo que se intenta ocultar, para comentar que «el rey está desnudo» con enorme regocijo y ningún pudor a la hora de desvelar las vergüenzas.
Somos acogedores. Procuramos arropar a los que se trasladan por trabajo u otras razones a nuestra tierra; quizás porque pensamos que si fuera nuestro caso, sería muy duro vernos lejos de nuestra tierra, nuestra familia, nuestra gente y nos lanzamos a enjugar esos sentimientos abriendo nuestras casas, nuestras peñas de amigos, mimando al extraño en un intento de consolarle del paraíso perdido, a base de afecto, atención e integración, pese a que en muchos casos esos sentimientos imaginados no tengan nada que ver con la realidad.
En Asturias hay ideologías, como en todas partes. Hay gente que se ha adscrito a la corriente conservadora y gente que se ha alineado con la de izquierdas en todo su espectro. Cuando votan son fieles a sus idearios; pero es importante introducir un matiz. Por encima de ideologías y fidelidades, hay una figura en el imaginario asturiano que concita una unanimidad de aprobación capaz de superar la ideología y ese tótem es «el paisano».
El paisano en Asturias no es un individuo que ha nacido en el mismo lugar que otro, que vive y trabaja en el campo o que no es militar ni religioso, tal como reza en la definición del término en la RALE. En la jerga interna, paisano es un hombre (o mujer) cabal, honesto con los demás, más allá de sus flaquezas puntuales (que sea mujeriego o sufra la tacha de vicios menores). La clave del concepto «paisano» es la honestidad frente al mundo, el alarde constatado de una conducta preclara en el respeto a los compromisos adquiridos que convierten su mera palabra en un acta pública, su honradez intachable en el desempeño de sus funciones, su honorabilidad contrastada, que, pese a las debilidades evidentes que haya demostrado, garantizan que responderá con total honradez a la confianza depositada en él.
Francisco Álvarez-Cascos conquistó en su fase de Ministro de Fomento esa imagen de paisano ante los asturianos. Por eso clamamos por él y por eso castigamos a Gabino de Lorenzo por oponerse a aceptarlo como líder tras apoyarlo con todas sus fuerzas en la fase inicial. Gabino ha recibido un voto de castigo por esa mudanza que percibimos los asturianos como una muestra de defensa del «duernu» que tanto nos exasperaba; pero que no es extrapolable a resultados futuros una vez que ha recibido su castigo.
El resultado de las elecciones en el ámbito autonómico es una respuesta a la figura mítica del paisano. Vimos en Cascos el paradigma y lo votamos por esa razón. Dieciséis escaños: diez arrebatados al PP, seis entregados por la izquierda; porque el paisano está por encima de la ideología en el imaginario popular.
Es ni más ni menos, alguien de palabra, alguien en el que se puede confiar y tanto la derecha como la izquierda en esta comunidad en la que estamos tan ahítos de magüetos y mazcayos, que necesitábamos un paisano: alguien, pese a que nos desagradaran algunos aspectos de su personalidad, que nos ofreciera la mayor confianza en su palabra, su honradez y su capacidad.
Esa es la clave del prodigio que asombra a los extraños: Francisco Álvarez-Cascos, con todas sus debilidades, conquistó ante el electorado la condición de paisano y por eso, sólo por eso, aglutinó un montón de votos que antepusieron a su ideología la condición de persona cabal, competente, de fiar y merecedora de un voto de confianza rotundo. El electorado asturiano decidió que, sólo un paisano podría quebrar la dinámica de pactos secretos de las fuerzas vivas locales que intuíamos (tal vez sin base) como el más potente foco de corrupción, única explicación para el «Caso Marea» y decidiéramos que nuestro líder era el paisano.
No hay ningún misterio digno de protagonizar sesudos estudios del fenómeno. Todo se reduce a algo simple y familiar para nosotros: tropezamos un paisano y nuestros genes nos obligaron a votarlo. Ni más, ni menos.
4 comentarios:
Interesante explicación del triunfo de Cascos, Carmen. Saludos.
Gracias, Navarth, un abrazo que incluye a Brunilda.
Me gusta tu análisis. En cierto modo se parece muchísimo al papel que jugó muchos años Fraga en Galicia.
No se trataba del ex ministro franquista ni el ex líder de la derecha española, D. Manuel se presentaba como un gallego más "un galego coma vos" y le funcionaba de maravilla.
Exacto Rubín. Es muy acertado el comentario. A poco bien que le salgan las cosas, tendremos presidente para rato. No tengo claro que esto último sea bueno; pero el tiempo nos dirá.
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