Castillo de Lorca s. IX-X (Wikipedia)
Cuando se produjo el terremoto en Lorca, tenía preparada una entrada bien distinta a la que obligaron las circunstancias. Hoy, tras la recuperación del blog (agradezco a los ingenieros de Google sus esfuerzos por normalizar cuanto antes el servicio), tampoco puedo dedicar mi entrada a algo diferente a esta tragedia.
Lo primero. Quiero hacer una llamada a la solidaridad. En el enlace que encabeza este párrafo figuran varias opciones, que ya se han puesto en marcha, para ayudar a los damnificados. Sin duda, todos estamos sobrecogidos; pero a veces ocurre que nueve muertos, dos de ellos mujeres embarazadas, despiertan menos pavor que una catástrofe en Haití y la respuesta social es menor.
La prensa nos bombardea con noticias; todos hemos visto imágenes dramáticas. Sin embargo, el hecho de que aludan a las grandes cifras: «seis mil personas pasarán su segunda noche al raso» puede impresionar; pero diluye la realidad que está tras esa información.
Usted, yo, muchos otros conciudadanos tenemos una casa, una vida más o menos holgada, estamos pagando una hipoteca o no tenemos recursos para acceder a la propiedad y alquilamos una vivienda que guarda todo lo que tenemos. De repente tiembla la tierra y nuestro pequeño mundo se desploma.
Por eso quiero que miren bien esta imagen tomada por Alberto Cuellar y publicada en 'El Mundo'. Vamos a ser optimistas y pensar que, dada la hora, los habitantes de ese edificio estaban en el trabajo o en el colegio y salvaron la vida. Ese edificio puede ser el que nos aloja a cualquiera de nosotros. Estás en el trabajo, corres a tu casa y la ves convertida en un montón de escombros.
Todos tus recuerdos, todo lo que tenías, poco o mucho, está enterrado ahí y las posibilidades de recuperarlo son nulas o muy escasas. Pérdida material y aún peor, pérdida moral. Se han ido aquellos pendientes que te regalaron tus padres, haciendo un sacrificio adicional, el día de tu boda, la mantilla de la abuela, ese recuerdo tan querido; la flor marchita que aún conservas en un sobre que te regaló tu primer novio, tus libros, tus discos, tu ropa, tu vida.
Serás afortunado en tu desgracia, si vivías en régimen de alquiler; porque si eras propietario y estabas pagando una hipoteca, aunque el inmueble ya no exista tienes que seguir pagando. Tus obligaciones no cambian con la ruina sobrevenida. Estas son esas seis mil personas que dormirán esta noche al raso y que dentro de unos días, cuando se retiren los equipos de emergencia quedarán entregadas a su suerte, a su dolor, a la pérdida de seres queridos.
España necesita hoy todo ese dinero que se regaló con tanta alegría durante este ciclo político, a manos llenas. Necesitamos cada céntimo para restañar las heridas, reedificar los edificios, devolverles a esas personas el hogar que perdieron y asistirles lo necesario para albergarles con dignidad; pero no hay dinero. España está arruinada y las promesas de los políticos son humo de pajas; porque si el arca está vacía, por grande y buena que sea la voluntad la realidad se impone.
Sólo les queda la esperanza de nuestra generosidad y debemos responder con lo que podamos, poco o mucho. Si no por generosidad o altruismo, por egoísmo: porque ninguno tenemos la menor garantía de que mañana no seamos nosotros quienes suframos una catástrofe natural que nos deje en la más absoluta ruina y necesitaremos de la generosidad de otros con desesperación.
2 comentarios:
No se preocupe, Carmen, que aún somos ese país mediterraneo, callejero, cotilla pero solidario con las tragedias de los demás, que rinde culto a la familia. Los habitantes de Lorca pueden tener la seguridad plena de que no están solos porque una gran familia de españoles estamos aquí, sobre la piel de toro, para ayudarles.
Recuerdo el caso de un joven inglés que hablaba el español perfectamente y sin acento, casado con una española de Gijón y residente en esa localidad. Le pregunté, por curiosidad, el por qué de su vida en España y él me respondió sin dudarlo:
Llegué a Asturias con 19 años, sin apenas hablar español, y en poco tiempo ya tenía un grupo de amigos que me ayudaron en todo y me mostraron un país fascinante y distinto al mío. Después conocí a mi mujer y a su familia, una familia numerosa, en la cual los hermanos se ocupaban unos de otros sin pedir nada a cambio; en mi país el hermano más mayor exigiría una compensación por atender a sus hermanos más pequeños y la relación entre tíos, abuelos y demás familiares se limita a unos días señalados. Aquí la familia es una institución viva y sólida, solidaria en todos los problemas que amenacen a sus miembros y por eso me decidí a vivir en España, aunque visito mi país para ver a mis padres y hermanos.
Trabajaba para una empresa británica ubicada en Gijón y, sin la menor duda, era un excelente embajador de ambos países.
Somos mediterraneos y tenemos una cultura de las más avanzadas del mundo, con sus muchos vicios pero con grandes virtudes, que no deben desaparecer.
Un saludo, Carmen, y mi enhorabuena por su entrada y su empatía, tan nuestra.
Por si acaso. A veces lo que queda cerca, te parece menos dramático y puedes apoltronarte. Preciosa su historia. Un saludo, Jano.
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