María Teresa Fernández de la Vega, vicepresidenta primera y ministra de la Presidencia; María Jesús San Segundo, ministra de Educación; Elena Salgado, ministra de Sanidad; Carmen Calvo, ministra de Cultura; Magdalena Álvarez, ministra de Fomento; María Antonia Trujillo, ministra de Vivienda; Cristina Narbona, ministra de Medio Ambiente, y Elena Espinosa, ministra de Agricultura posan para Vogue en 2004.
(Imagen tomada del blog de Santiago González)
Es la hora de analizar lo que han supuesto todos estos años de zapaterismo y la trayectoria real de su aventura política.
Con el tiempo, averiguamos que para nuestro aún presidente, la imagen, la foto, era lo esencial. Así lo fue desde el primer día. Creó un personaje específico para convencer a los votantes: un idealista que había accedido a la política para hacer realidad su visión de lo que debía ser nuestro país: para practicar la igualdad, la fraternidad, la paz y la concordia entre todos los hombres y entre todas las mujeres, por supuesto.
Hoy barruntamos su programa real: debilitar las instituciones y el tejido social en todos sus estratos para conseguir una ciudadanía pasiva, maleable, que respondiera a consignas y votara con las vísceras, no con la razón, para perpetuarse en el poder el tiempo necesario para realizar su programa de transformación de España en una república federal, quizás con vistas a integrar, al final del camino, a Portugal, incluso a Andorra, y ser el gobernante, tal vez perpetuo, del país, Iberia, con mucho más peso que España en Europa.
Era una labor complicada; primero no tenía mayoría absoluta y sin la menor duda, el Partido Popular iba a presentar una oposición frontal a sus pretensiones. El primer objetivo que tenía que coronar era neutralizar ese formidable obstáculo. Ya lo tenía preparado mediante pactos con separatistas e independentistas; pero no era suficiente.
Necesitaba ahogar la voz o al menos los argumentos del PP en el Congreso y el mejor camino en todos los órdenes era enfrentar a sus enemigos a voces y figuras femeninas. De este modo, toda crítica sería transformada de inmediato en una tacha de machismo y el PP tendría que rebajar el tono; porque toda exigencia tonante sería abucheada tachando al diputado de poco respetuoso con las mujeres.
¿Cómo olvidar las intervenciones de su portavoz, María Teresa Fernández de la Vega? Imposible, sobre todo si eras mujer. Zafia, maleducada, malencarada en todo momento, nadie pudo acusarla nunca de responder con un argumento inteligente a ninguna cuestión. Cada comparecencia o intervención suya era un tormento.
Inolvidable Carmen Calvo, en cultura, afirmando que el dinero público no es de nadie, ocupándose de ejecutar uno de los muchos actos destinados a crispar la situación, abrir debates enterrados, reavivar el clima previo a la Guerra Civil, con el traslado de los papeles del Archivo de Salamanca.
Inolvidable Maleni. Tampoco es para olvidar nuestra ex-ministra de Fomento Magdalena Álvarez y los infinitos sofocos de vergüenza ajena que nos hizo pasar.
Cristina Narbona, la ministra de Medio Ambiente perdió la excelente reputación que tenía como persona competente y muy profesional en el ara de Zapatero. Fue el ariete con el que derribar «manu militari» el trasvase del Ebro, aprobado y dotado, para invertir una fortuna en desaladoras que no resolvieron el problema y nunca llegaron a funcionar bien.
La ejecución de los disparates de Zapatero fue soportable mientras había dinero; pero vació las arcas en el primer mandato y la crisis, no reconocida a tiempo le pasó factura en su segundo mandato.
La crisis y una buena maniobra estratégica del PP que nombra a Soraya Sáenz de Santa María el 31 de marzo de 2008 portavoz del Partido Popular en el Congreso. Más fotogénica, joven, mejor preparada y sobre todo, con un nivel de oratoria superior al de De la Vega, cosa fácil porque se enfrentaba a la nada. La Vicepresidenta, privada de la posibilidad de tachar de machista la crítica del oponente al enfrentarse a otra mujer, sufrió revolcones constantes en la cámara. Comprobado que estaba desactivada como portavoz, fue sacrificada por el presidente el 21 de octubre de 2010 y enviada al Consejo de Estado.
Elena Salgado no conseguirá nunca un reconocimiento como economista; pero su figura, tras la caída de Solves, fue clave para que Zapatero pudiera ejecutar por persona interpuesta su política económica, hasta que fuimos intervenidos y luego ejercer ante la UE como cortafuegos ante la inacción del presidente, reacio a acometer las políticas que se le exigen.
El último escudo humano en caer es Carmen Chacón. Una independentista catalana era una figura que encajaba a la perfección en los planes de transformación de la estructura política del país: de Reino de España a Confederación de Repúblicas de la Península Ibérica. Sin méritos conocidos, fue nombrada ministra de Vivienda y luego de Defensa, en un desafío a las Fuerzas Armadas que quedaban a las órdenes de una independentista y pacifista confesa, incompetente y enemiga de su labor. Empeñada en ejecutar con rigor ejemplar el papel de la voz de su amo, no dudó en negar honores militares a nuestros soldados caídos en escenarios bélicos para sostener la tesis de que España estaba allí en misión de paz.
Era la sucesora in péctore, la niña de Zapatero y de Felipe González. Eso creía; pero no: era una herramienta, como todas las demás, que usaba Zapatero para alcanzar sus fines. Cuando tuvo que elegir entre continuar en el poder hasta marzo o arriesgarse a un congreso extraordinario que supondría su destitución, no dudó en entregar su cabeza en bandeja de plata, como hizo antes con De la Vega.
Nunca fue feminista; porque trató con absoluto desprecio a las mujeres eligiendo ejemplares sin preparación ni dotes para ocupar el cargo y las que las tenían, fueron obligadas a ejecutar políticas que las llevaron al fracaso y la pérdida de su fama profesional y política. Humilló a las ministras y a todas las mujeres a través de ellas, usándolas como escudos humanos para parar los golpes de la oposición y cuando ya no le sirvieron, las apartó sin un pestañeo.
No sabemos para qué necesita este periodo de gracia. Parece imposible, tal como están las cosas que logre cerrar en este plazo los flecos de su programa y deje a sus sucesores abocados a la federación perseguida. Tal vez su sucesor lo ha convencido de que le allane el camino apurando los plazos para aplicar las medidas más impopulares a marchas forzadas, liberándolo de los decretos más impopulares, mientras él pone en marcha un plan que le permita ganar las elecciones y terminar de ejecutar el programa en el que ha colaborado de forma activa.
Con el tiempo, averiguamos que para nuestro aún presidente, la imagen, la foto, era lo esencial. Así lo fue desde el primer día. Creó un personaje específico para convencer a los votantes: un idealista que había accedido a la política para hacer realidad su visión de lo que debía ser nuestro país: para practicar la igualdad, la fraternidad, la paz y la concordia entre todos los hombres y entre todas las mujeres, por supuesto.
Hoy barruntamos su programa real: debilitar las instituciones y el tejido social en todos sus estratos para conseguir una ciudadanía pasiva, maleable, que respondiera a consignas y votara con las vísceras, no con la razón, para perpetuarse en el poder el tiempo necesario para realizar su programa de transformación de España en una república federal, quizás con vistas a integrar, al final del camino, a Portugal, incluso a Andorra, y ser el gobernante, tal vez perpetuo, del país, Iberia, con mucho más peso que España en Europa.
Era una labor complicada; primero no tenía mayoría absoluta y sin la menor duda, el Partido Popular iba a presentar una oposición frontal a sus pretensiones. El primer objetivo que tenía que coronar era neutralizar ese formidable obstáculo. Ya lo tenía preparado mediante pactos con separatistas e independentistas; pero no era suficiente.
Necesitaba ahogar la voz o al menos los argumentos del PP en el Congreso y el mejor camino en todos los órdenes era enfrentar a sus enemigos a voces y figuras femeninas. De este modo, toda crítica sería transformada de inmediato en una tacha de machismo y el PP tendría que rebajar el tono; porque toda exigencia tonante sería abucheada tachando al diputado de poco respetuoso con las mujeres.
¿Cómo olvidar las intervenciones de su portavoz, María Teresa Fernández de la Vega? Imposible, sobre todo si eras mujer. Zafia, maleducada, malencarada en todo momento, nadie pudo acusarla nunca de responder con un argumento inteligente a ninguna cuestión. Cada comparecencia o intervención suya era un tormento.
Inolvidable Carmen Calvo, en cultura, afirmando que el dinero público no es de nadie, ocupándose de ejecutar uno de los muchos actos destinados a crispar la situación, abrir debates enterrados, reavivar el clima previo a la Guerra Civil, con el traslado de los papeles del Archivo de Salamanca.
Inolvidable Maleni. Tampoco es para olvidar nuestra ex-ministra de Fomento Magdalena Álvarez y los infinitos sofocos de vergüenza ajena que nos hizo pasar.
Cristina Narbona, la ministra de Medio Ambiente perdió la excelente reputación que tenía como persona competente y muy profesional en el ara de Zapatero. Fue el ariete con el que derribar «manu militari» el trasvase del Ebro, aprobado y dotado, para invertir una fortuna en desaladoras que no resolvieron el problema y nunca llegaron a funcionar bien.
La ejecución de los disparates de Zapatero fue soportable mientras había dinero; pero vació las arcas en el primer mandato y la crisis, no reconocida a tiempo le pasó factura en su segundo mandato.
La crisis y una buena maniobra estratégica del PP que nombra a Soraya Sáenz de Santa María el 31 de marzo de 2008 portavoz del Partido Popular en el Congreso. Más fotogénica, joven, mejor preparada y sobre todo, con un nivel de oratoria superior al de De la Vega, cosa fácil porque se enfrentaba a la nada. La Vicepresidenta, privada de la posibilidad de tachar de machista la crítica del oponente al enfrentarse a otra mujer, sufrió revolcones constantes en la cámara. Comprobado que estaba desactivada como portavoz, fue sacrificada por el presidente el 21 de octubre de 2010 y enviada al Consejo de Estado.
Elena Salgado no conseguirá nunca un reconocimiento como economista; pero su figura, tras la caída de Solves, fue clave para que Zapatero pudiera ejecutar por persona interpuesta su política económica, hasta que fuimos intervenidos y luego ejercer ante la UE como cortafuegos ante la inacción del presidente, reacio a acometer las políticas que se le exigen.
El último escudo humano en caer es Carmen Chacón. Una independentista catalana era una figura que encajaba a la perfección en los planes de transformación de la estructura política del país: de Reino de España a Confederación de Repúblicas de la Península Ibérica. Sin méritos conocidos, fue nombrada ministra de Vivienda y luego de Defensa, en un desafío a las Fuerzas Armadas que quedaban a las órdenes de una independentista y pacifista confesa, incompetente y enemiga de su labor. Empeñada en ejecutar con rigor ejemplar el papel de la voz de su amo, no dudó en negar honores militares a nuestros soldados caídos en escenarios bélicos para sostener la tesis de que España estaba allí en misión de paz.
Era la sucesora in péctore, la niña de Zapatero y de Felipe González. Eso creía; pero no: era una herramienta, como todas las demás, que usaba Zapatero para alcanzar sus fines. Cuando tuvo que elegir entre continuar en el poder hasta marzo o arriesgarse a un congreso extraordinario que supondría su destitución, no dudó en entregar su cabeza en bandeja de plata, como hizo antes con De la Vega.
Nunca fue feminista; porque trató con absoluto desprecio a las mujeres eligiendo ejemplares sin preparación ni dotes para ocupar el cargo y las que las tenían, fueron obligadas a ejecutar políticas que las llevaron al fracaso y la pérdida de su fama profesional y política. Humilló a las ministras y a todas las mujeres a través de ellas, usándolas como escudos humanos para parar los golpes de la oposición y cuando ya no le sirvieron, las apartó sin un pestañeo.
No sabemos para qué necesita este periodo de gracia. Parece imposible, tal como están las cosas que logre cerrar en este plazo los flecos de su programa y deje a sus sucesores abocados a la federación perseguida. Tal vez su sucesor lo ha convencido de que le allane el camino apurando los plazos para aplicar las medidas más impopulares a marchas forzadas, liberándolo de los decretos más impopulares, mientras él pone en marcha un plan que le permita ganar las elecciones y terminar de ejecutar el programa en el que ha colaborado de forma activa.
5 comentarios:
Qué grande Doña Carmen. Es la pura historia, un personaje capaz de todo con tal de permanecer él en lo más alto.
Lo ponía el día 26 en mi Facebbok: "Zapatero entrega la cabeza de C. Chacón para calmar a los que quieren un congreso. ¡Extraordinario, este hombre es la bomba!"
Alguien debiera estudiar su ascenso en León, donde debió de dejar varios cadáveres políticos para abrirse paso.
Enhorabuena.
Desde León le definieron a la perfección desde el principio: «ni una mala palabra, ni una buena acción». Un abrazo, Rubín.
Un análisis brillante, Carmen. Siempre sostuve que Zapatero es el mayor misógino de la historia por utilizar a mujeres no especialmente brillantes, que no le hacen sombra, que las saca de la nada para coronarlas en el Olimpo de la política y manipularlas, para dejarlas en la estacada cuando ya no le sirven y presumir de progre feminista; método muy socialista: coloca a una persona, hombre o mujer, en un puesto de importancia sin ningún merecimiento y tendrás un perrito/a sumiso/a que bailará al son que tu toques. La egolatría de Zapatero no tiene límites.
Un saludo, Carmen.
Tiene mucha razón, Dª Carmen. La cuota femenina en el Consejo de Ministros ha sido un elemento al servicio de la "foto" del personaje.
Maese Rubín, y a mí que lo de ¡Extraordinario, este hombre es la bomba!", no me parece una metáfora...
Jano, Gulliver, gracias por sus comentarios.
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