30/5/12

Javier Krahe y los símbolos



Javier Krahe (noticiasterra.es)

Javier Krahe ha sido llevado a juicio por un vídeo en el que se escenifica cómo cocinar un Cristo, filmado en 1978.

En la entrada anterior, perfilé los tres grandes pilares en los que se asienta la cohesión social: la religión, la moral-ética y la ley. 

Cada uno de esos bastiones cumple una función: la religión actúa desde el interior, moviendo al individuo, tanto por temor al castigo divino, como bajo el acicate del premio. Es y debe ser independiente de las otras dos estructuras. Lo usual es que la jurisdicción religiosa se limite a imponer actos penitenciales a los grandes pecadores o, en casos extremos,  la excomunión como máximo castigo. 

La moral  es mixta: actúa desde el interior, como fruto de la búsqueda del individuo de la perfección ética; pero también tiene un componente exógeno: la  presión social, el «qué dirán», también juegan un papel importante en el empeño del individuo de mostrar una conducta ejemplar ante el grupo.

La mayor parte de las personas, incluso en los países más avanzados, desarrolla su vida a satisfacción sin necesidad de acudir al amparo de la Ley. Los pactos, los contratos, los compromisos de todo orden de la vida cotidiana se cumplen de modo natural. Si alguien promete hacer algo, cumple su palabra con honestidad, entrega la cosa, ejecuta una tarea, paga un servicio. 

¿Qué tiene que ver todo esto con Javier Krahe y su juicio? 

En primer lugar, el cantautor es uno de los símbolos de los movimientos llamados progresistas en los primeros años de la democracia, un hombre comprometido en la denuncia de los excesos y la inmoralidad. 

Su vídeo es una muestra de que sin advertirlo, con toda seguridad,  intuye que ese cambio a una sociedad perfecta, igualitaria y libre que persigue, exige destruir lo establecido y ataca (el término es excesivo; pero quiero que resulte gráfico) el primer gran pilar: las creencias religiosas, como una vía de rechazo a todo un sistema de valores clave para que la sociedad sea tal como es y resulten urgentes los cambios.

Ese movimiento ataca también la moral, que denuncia como falsa y llena de dobleces. La llamada «buena educación», la delicadeza en el trato, el respeto a las ideas y los sentimientos de los otros, sólo merecen burla y desprecio. De este modo, se va resquebrajando poco a poco el segundo pilar. 

Sólo queda en pie la ley, una ley con minúsculas, una maraña normativa que intenta en vano combatir con normas lo que debía ser regulado por la religión y la moral, que son ineficaces, porque carecen del soporte necesario para serlo y no lograrán otro fin que el colapso del sistema.

El juicio a Krahe es tan absurdo como inútil. El mal está hecho y es comprensible que los cristianos, hartos de que se profanen sus símbolos sagrados, acudan a la última defensa que les queda, la legal; puesto que las que debieron operar: la religiosa y la moral (en forma de repudio de la sociedad hacia esas conductas) que son las eficaces, no funcionaron.

Y esa tampoco va a funcionar. En primer lugar, porque probablemente esté prescrito el delito contra las creencias religiosas. En segundo lugar porque el regreso a la actualidad de ese vídeo no ha tenido el efecto de remover sentimientos de repulsa serios en una sociedad que ha perdido sus valores. En tercer lugar; porque una sanción judicial, si la hubiera, no va a servir en absoluto para generar una regresión en la sociedad.

Es posible que Krahe, a estas alturas, esté tan desolado como lo estamos muchos ante el panorama social que contemplamos. Puede que no sea consciente de que él forma parte de los instrumentos de demolición que nos trajeron aquí, junto con una multitud que le seguimos, le admiramos, incluso nos inspiró una gran ternura y le apoyamos en su aventura quijotesca de lograr una sociedad mejor.

Los pecados no son delitos, aunque los delitos sean siempre pecado en términos religiosos. Los pecados, en este caso la blasfemia, no pueden ser nunca condenados en las instancias judiciales. Sólo pueden ser juzgados y sancionados por las instancias religiosas. Si el poder de la religión se ha deteriorado tanto como para que carezca de eficacia efectiva la sanción de la Iglesia, tenemos un problema muy grave; pero no se resuelve llevando a juicio a Krahe. 

27/5/12

El contrato




Belmont (USA) Baile en la calle.


Una de las cosas que más valoro de mis estudios de Derecho es la suerte de haber tenido un excelente maestro en la asignatura 'Historia del Derecho': Don Carlos Prieto, al que rindo un homenaje sentido desde estas líneas.

En aquel tiempo, la estructura de las asignaturas del primer curso estaba diseñada para modelar en nosotros una mente jurídica. El Derecho Romano y el Político, nos apasionaba a la mayoría. La Historia del Derecho y el Derecho Natural eran un rollo, en nuestra opinión.

Sin embargo, estas dos cenicientas eran las asignaturas más importantes, las que nos ayudaban a adentrarnos en los entresijos de la estructura jurídica de la organización social. El Derecho Natural nos adentraba en la filosofía, en los fundamentos estructurales del Derecho. La Historia nos enseñaba cómo nacieron y evolucionaron las instituciones.

La organización social evolucionada, está construida sobre tres pilares: El primero, la religión, que proporciona al grupo, tanto sentimientos de protección ante las fuerzas de la naturaleza y los peligros que corre la comunidad, como los temores necesarios para que todos y cada uno de los individuos adopten una conducta ética en su vida cotidiana; porque si desagrada a los dioses con su conducta un miembro de la comunidad, pone en riesgo al conjunto. Los dioses son muy crueles y todos pueden ser castigados durísimamente, por la maldad de uno solo.

El segundo estrato está en la moral, entendida como un conjunto de costumbres (mores) que ha ido elaborando la sociedad a lo largo de su evolución histórica. Esa moral entronca, de modo necesario, con la religión; pero no sólo. Esas costumbres desarrollan normas de conducta que debe adoptar con rigor todo ciudadano que persiga la ejemplaridad ante sus vecinos. Le instruye en las directrices que debe adoptar para ser un padre o madre ejemplares, cómo educar a sus hijos, honrar a sus mayores, tratar a sus esclavos, criados, clientes, relacionarse con sus vecinos y ejecutar su trabajo con celo y llegar a tratos con otras personas con absoluta rectitud.

Pero tampoco es sólo una guía de conducta individual lo que regula la moral pública. Selecciona entre los infinitos avatares cotidianos los más importantes y establece un calendario para los actos religiosos. Elige, entre los ciudadanos a las figuras que han de ser recordadas y consagra días para evocar su recuerdo. Se convierte en una memoria colectiva que mantiene vivos a lo largo de los siglos los eventos que superaron o a los que sucumbieron en un drama colectivo que obligó a la comunidad combatir o a dedicar sus mejores fuerzas a recuperarse tras la guerra o una epidemia, por ejemplo.

De este modo, paso a paso, cada comunidad va creando su identidad. Sus vecinos, incluso los más lejanos, adoran a los mismos dioses y adoptan la misma pauta ritual; pero no es lo mismo: porque ellos celebran en una fecha diferente las fiestas mayores, tienen fórmulas particulares que, sin ninguna duda, agradan más a sus protectores que las de los otros. Aunque les rija la misma moral, ellos son mucho más celosos y vigilantes, ofrecen mayor confianza, son más nobles... 

De paso, van generando símbolos que los diferencian de cualquier otro pueblo, ciudad estado o comunidad de su entorno. Unos los unen porque simbolizan un hecho extraordinario que los reafirmó ante el mundo como superiores. Otros los aglutinan porque refuerza su unidad como pueblo. Esos símbolos son la representación tangible de los valores intangibles que necesita la comunidad para mantener una fuerte cohesión, unos objetivos comunes que defienden cada día y por los que están dispuestos a matar o morir, premisas necesarias para fortalecerse a título individual y colectivo y alcanzar estadios de civilización superiores.

Estos dos pilares son los primigenios, los que estructuran las comunidades humanas en su etapa de nacimiento y evolución. En una comunidad pequeña son suficientes para regular con éxito las relaciones interpersonales en todos los órdenes.

Cuando eclosiona el éxito de la comunidad en lo que conocemos como civilización, esas herramientas siguen siendo básicas; pero el grupo necesita una estructura adicional: las leyes, la elaboración de un ordenamiento jurídico con herramientas coercitivas y de solución de problemas y conflictos mucho más potente. 

Una sociedad, incluso una sociedad actual, si se rigiera por la moral de modo estricto, puede prescindir de las leyes y salir adelante en condiciones ideales; pero no podrá salir adelante sólo con las leyes; porque sin el soporte de la ética y la moral, la ley carece de entidad para una convivencia civilizada.

La Ley, en realidad, es la plasmación de un contrato muy antiguo, del que no tenemos noticia directa, pero que existió de modo evidente y palpable en los textos antiguos. Los ciudadanos se comprometieron a dejar en manos de las instituciones la resolución de los conflictos que hasta ese momento resolvían ellos en defensa de sus derechos, honor o intereses y acatar lo que establecieran los dirigentes y los jueces, a cambio de un compromiso: las normas que emitieran las instituciones, la labor de los dirigentes y la actuación de los jueces se haría ciñéndose, por supuesto, a la ley; pero se inspiraría en y defendería a ultranza la moral, las costumbres y los principios del Derecho Natural. 

Si se rompe ese contrato, la sociedad naufraga. Pierde la cohesión, se llena de conflictos que cuando los dos pilares esenciales: religión y moral, tenían plena vigencia, eran escasos y anecdóticos. El grupo pierde fuerza para obligar al individuo a comportarse con ejemplaridad; porque la pérdida de valores religiosos y morales le mueve a actuar sin frenos. Si las propias leyes son tratadas como estructuras ambiguas que se aplican a conveniencia, la descomposición social entra en barrena.

Se ha escrito mucho a favor y en contra de la conducta de quienes fueron a un estadio a injuriar a la más alta figura de España y a sus símbolos

No quise ni quiero entrar en ese debate. Creo que lo expuesto deja muy claro que no es una trivialidad ni una discusión bizantina. 

Es una bomba en el corazón de la cohesión social de España de consecuencias letales. Y quienes consienten con pasividad, incluso con tolerancia que esos individuos campen a sus anchas por temor a consecuencias para su popularidad, no sólo son cómplices del atentado al renunciar a perseguir conductas punibles, sino que están destruyendo la estructura que soporta sus puestos y condenados a extinguirse cuando se consume el daño de forma irreversible.

17/5/12

Gente pequeña con alzas



Javier Fernández  (Antena 3)



«Habemus Papam». Por fin, el largo camino de las elecciones ha terminado y  hay un acuerdo.

La parte positiva es que me parece justo que la fuerza más votada en las urnas ocupe la presidencia del Principado. Es lo justo y no puedo por menos aplaudirlo.

Otro aspecto positivo es un rasgo de Javier Fernández que le presenta como una persona honrada que en nada estaba de acuerdo con la «elasticidad» de muchos de sus compañeros de partido. Quienes le defienden resaltan la oposición frontal que le hizo a Areces por razones éticas. No es poca cosa.

La parte negativa... Bueno, no se alarmen, no voy a hacer recuento exhaustivo. 

Empecemos por lo anecdótico: el retrato que nos ha dejado el PP de Asturias, trabajando infatigable en la tarea de impedir que Álvarez-Cascos ejerciera el poder que le otorgaban los votos, primero y negándose, ya en los tiempos más recientes, a darle una sola oportunidad de acceder a la presidencia.

Muchos se han devanado lo sesos intentando comprender esta actitud. La respuesta es muy sencilla. Hay demasiadas cosas bajo las alfombras y si se levantan, los dos grandes partidos verán expuestas sus vergüenzas por igual. Hay grupos afines a ambos partidos que se han beneficiado de modo legal, en la mayoría de los casos; pero absolutamente inmoral en todos. Hay intereses de personajes afines a unos y otros, con mucho poder, que no van a tolerar que ningún político les desmonte tinglados muy rentables.

Esta es una explicación, simple, elemental; pero clave. Los personalismos de determinadas figuras locales o nacionales, las rencillas, los piques personales fueron el «y además...»; pero la alianza invencible PP-PSOE está en los arcanos de una necesidad común de impedir que salgan a la luz, se entregue documentación a la fiscalía o a los juzgados o se desmonten las tramas que derivan mucho dinero público a manos privadas sin vulnerar la ley o sí, en algunos casos.

Lo que votamos muchos asturianos fue ventilación, agua, jabón y mucha lejía. Quien más, quien menos, todos teníamos noticias de alguna trampa, corruptelas, favores a determinadas personas o grupos, que colmaban nuestra paciencia. Es cierto que teníamos dos candidatos con fama probada de honrados: Javier Fernández y Francisco Álvarez-Cascos. La razón de muchos para preferir a Cascos sobre Fernández es una cuestión de carácter.

Ventilar, limpiar y desinfectar los interiores de la Administración y la Junta, lo sabíamos de antemano y lo comprobamos a lo largo de estos meses, no era tarea fácil. Con el debido respeto y a mero título descriptivo, necesitábamos una «bestia parda», un político con mucho carácter, que no se dejara intimidar por las amenazas y la campaña que iba a tener que soportar si intentaba el baldeo.

Javier Fernández no da ese perfil. Cascos, aunque acabó perdiéndolo, gracias a la colaboración activa del PP con los grupos de resistencia, no se arrugó ante la campaña mediática impía que lanzaron los medios que se verían gravemente perjudicados si se hacía limpieza. Javier Fernández ni siquiera va a intentarlo (en mi opinión). Intentará, no me cabe duda, limitar en lo posible esas prácticas poco éticas; pero no cabe esperar en una persona tan introvertida y poco amante de la confrontación un intento serio de saneamiento.

Podemos tener grandes sorpresas. A veces, la formación académica de dos personas, la forma en que moldea el pensamiento  una carrera, genera un grado de entendimiento y complicidad entre dos personas en apariencia muy distantes  ideológicamente. Aunque es poco probable, Cascos y Fernández comparten esa estructura mental. Ambos son ingenieros, aunque de distintas ramas. Si Javier Fernández quiere proceder a un saneamiento profundo y no se siente con fuerzas, no es descabellado aventurar que busque, para ese fin, la alianza con Cascos. 

Sin duda, aunque posible, es más probable que nada de eso ocurra. Lo que tendremos, en un momento en el que necesitamos de forma perentoria una mente imaginativa y brillante que encuentre caminos para reflotar nuestra economía, es ese funcionario que, en su momento, fue Consejero de Industria del Principado. Pasó por ese puesto tan importante sin pena ni gloria. La mayoría ignora que estuvo ahí; no se notó, no hubo ningún éxito relevante. Fue invisible su tarea, no se vio ninguna mejora, nada pasó que le destacara.

Ahora será Presidente, gracias a UPyD y, sobre todo, al PP. Y esta tierra, llena de personas muy grandes, se verá, una vez más condenada a la pobreza por los liliputienses. La gente pequeña del PP de Madrid, la gente pequeña del PP de Asturias y, sobre todo, los diminutos Rosa Díez y Nacho Prendes.

Prendes es Abogado de profesión. Se supone que el primer requisito para el ejercicio de esta profesión es saber redactar un escrito, dotarlo de forma y contenido, estructurar las ideas, sentar premisas y desarrollar razonamientos.

UPyD se mostraba muy orgulloso de su documento para el pacto. Excuso analizarlo. Juzguen por sí mismos si esto puede ser aprobado (no digo ya redactado) por un jurista medianamente competente. 

Pero lo que me ha humillado han sido las declaraciones de Rosa Díez. Ella es la salvadora de Asturias. Gracias a ella ya no nos intervendrán. Y lo mejor: lo que le preocupa a la lideresa de UPyD es modificar la ley electoral. Está encantada y muy en línea con su mentalidad fashionista, nos brinda la deslumbrante oportunidad de ser tan fashionistas como ella (¡Oh, gloria bendita!) estrenando un look que copiará pronto toda España, gracias a ella.

El inmenso ombligo de Rosa Díez no ve el paro, la pobreza, las nulas posibilidades que tenemos de salir de la miseria con los bueyes que nos da para arar. No ve ningún problema importante, ningún gran desafío, salvo cambiar la ley electoral. No puede batir al PP en pequeñez; pero alcanza mucha más nota de la que consiguió nunca en las numerosas ocasiones en las que ella y su ombligo se presentaron como cabezas de alguna elección, a veces con unos zapatos-guante que son una muestra perfecta de su nivel en todos los terrenos.