El comunicado de ETA fue una burla al Estado de Derecho. Tras cuatro décadas bien cumplidas sembrando nuestra historia de cadáveres, mutilaciones y atentados fallidos, declaraban una tregua definitiva, aunque no tanto; puesto que estaba supeditada al cumplimiento de un plan de ruta que mantenía punto por punto sus objetivos, repetidos hasta la náusea a lo largo de medio siglo, mantenía su capacidad de atentar, reivindicaba sus bajas, supuestas víctimas, sin mencionar las causadas por su actividad y exigía compensaciones inaceptables.
Lo más duro, fue el comunicado de Mariano Rajoy, poniendo el acento en el hecho de que no se habían otorgado concesiones políticas. Tras lo ocurrido con María San Gil, esa apostilla era muy preocupante para las víctimas; pero también para toda una ciudadanía que rechaza cualquier claudicación, por nimia que sea, ante la banda.
La concentración estaba fijada para la una de la tarde; pero a las doce ya era muy abundante la presencia de asistentes en la Plaza de la República Dominicana, escenario de una de las matanzas más crueles de ETA.
Las intervenciones estaban planificadas para poner de relieve el horror vivido con las intervenciones de María Jesús González, Toñi Santiago, Teresa Jiménez-Becerril y Francisco José Alcaraz.
No era una exposición gratuita de horrores, sino una necesaria evocación de lo que supuso ETA para miles de personas, a través de una selección de historias, que, siendo horribles todas ellas, eran benignas junto a muchas otras hazañas perpetradas por la banda en su siniestra cadena de crímenes.
Se trataba de lanzar un mensaje de memoria histórica. Poco después de que Rajoy incluyera la morcilla de la ausencia de concesiones, Zapatero salió a la palestra para asegurar que, por lealtad política, no se daría ningún paso ni se tomaría ninguna decisión antes de que se celebraran las elecciones.
Ninguno de los dos mensajes era tranquilizador. Rajoy no mostraba una negativa radical a dar importancia al comunicado y Zapatero establecía un plazo: nada antes del 20N; pero entre esa fecha y la toma de posesión del nuevo gobierno hay un plazo en el que el Ejecutivo en funciones puede tomar decisiones y ese interregno era muy preocupante.
Por eso había que manifestarse. Cuanto más numerosa fuera la asistencia, más cautelas tomarían los políticos a la hora de dar pasos. Había que estar allí para hacer bulto, para arropar a las víctimas, para colaborar en la labor de tienta de la ropa de los políticos antes de dar un paso, enfrentándoles a una respuesta masiva de la población.
Se consiguió el objetivo. Al menos en cuanto al PP. Nunca podremos saber si el anuncio que hizo hoy el PP al presentar su programa, comprometiéndose a no negociar con ETA bajo ninguna circunstancia, hubiera llegado en los mismos términos si no hubiera sido un éxito rotundo la concentración.
Por eso había que estar allí y, como nota curiosa, apuntaré un detalle que comentaron algunas de las personas que estaban en mi entorno.
Abrió el turno de intervenciones María Jesús González. Funcionaria de la Dirección General de la Policía, sufrió la amputación de una pierna y un brazo en un atentado con bomba lapa adherida a los bajos de su coche cuando se dirigía a su trabajo, llevando con ella a su hija, Irene Villa, a la que iba a dejar en el colegio. Irene sufrió la amputación de ambas piernas y varios dedos de una mano. Tenía doce años.
Cabía esperar que, como hizo Toñi o Teresa, se refiriera a su atentado en su intervención; pero no fue así. Relató el drama de otras víctimas que perecieron en otros atentados muy crueles; pero no a su caso y muchos se extrañaron.
La explicación es difícil de comprender para quienes están ajenos al núcleo de víctimas. Puedes ser un empresario que recibe cartas de extorsión para que pagues el llamado «impuesto revolucionario», te niegas a pagar, consciente de que puedes sufrir un atentado por la rebeldía y vives años y años con la amenaza suspensa sobre tu cabeza, consciente de que cada día es el último, que en cualquier momento, te pondrán una bomba lapa, te secuestrarán o te pegarán un tiro en la nuca. Puedes ser víctima de un atentado que te mutila, te priva de la visión, de la audición, deja metralla en tu cuerpo que causa dolores, incluso periodos en los que sufres grandes limitaciones por el dolor; pero, enfrentado a la muerte de otros, algo te mueve a rechazar tu condición de víctima.
María Jesús, como la mayoría de los que han sobrevivido, soporta una serie de secuelas adicionales que le producen grandes sufrimientos; pero aún así, piensa, como todos los supervivientes, que lo suyo no es nada ante el resultado muerte de otros atentados. Por eso, obvia narrar su calvario particular para otorgar protagonismo pleno a los muertos, los que ella ve como víctimas reales, junto a sus familias.
Por eso, también, había que estar allí; para que los que soportan secuelas terribles y quienes han tenido que aprender a vivir sin sus padres, hijos, novios, maridos, grandes amigos, personas muy queridas, sepan que hay muchos españoles, muchísimos más de los que comparecen, que están a su lado y no les olvidan. Esa solidaridad es su fuerza y por eso había que estar allí, también por eso; sobre todo, por eso.