Hace meses, uno de los hijos de la Duquesa de Alba hizo unas declaraciones en las que pintaba a los campesinos andaluces como gentes con más interés en sobrevivir trabajando lo menos posible y rebañar de aquí y de allá lo necesario para vivir, con poca credibilidad como personas serias y responsables.
Se montó de inmediato uno de esos teatrillos costumbristas tan típicos de los sainetes sobreinterpretados en Andalucía. El imprudente, poco menos tuvo que vestirse de saco y pasear cubierto de ceniza para escarnio público. Digo que poco menos; porque los trabajadores de sus fincas con su interpretación de casta oprimida por el poderoso capitalista (nobleza vieja, para mayor escarnio) le sacaron unas inversiones de apariencia ventajosa para ellos, a cambio de perdonarle.
La corrupción de Andalucía se ha convertido en la mayor vergüenza nacional. Es tan clamoroso el trinque descontrolado, dirigido desde la cúpula de las administraciones, que si fuera real en Andalucía la gallardía que exhibieron los campesinos ultrajados, la izquierda hubiera sido expulsada de las instituciones.
No es un asunto local. La credibilidad de España está en entredicho. No les atañe sólo a ellos, nos salpica a todos. Un cambio de Gobierno no hubiera sido, de forma efectiva, una modificación profunda de las circunstancias; pero constituiría una muestra de repudio, un ánimo de enmienda, una oportunidad para proceder a un saneamiento.
Los andaluces no han querido sacarnos de la ignominia. Han votado continuidad con una mayoría de estómagos agradecidos y el resto de España siente un vértigo mortal. No cabe duda de que sus votos estaban dirigidos a preservar sus intereses particulares, a garantizar que nada cambiaría y podrán seguir beneficiándose de la corrupción como hasta ahora. Espanta comprobar la extensión de los intereses clientelares.
Por supuesto, no se puede generalizar. Hubo una mayoría de andaluces que optaron por la decencia y la limpieza; pero no fueron lo bastante numerosos para redimir a España de esa lacra y tarde o temprano, todos pagaremos por ello.
Asturias se mantuvo firme. Muchos olvidaron el 'Caso Marea', punta del iceberg de las corruptelas locales. Por suerte, la mayoría no tiró la toalla y, ahora, dependemos de que el PP recupere la cordura y colabore en el trabajo de levantar alfombras, barrer a fondo las instituciones y sea un aliado leal en la tarea de desmontar los entramados infinitos en los que, los que fueron hasta hace diez meses afines al Gobierno socialista, se beneficiaron en exceso de sus contactos con el poder, medrando a costa de los recursos que pertenecen a todos los asturianos, en nuestro perjuicio.
Esperemos que, ahora sí, el PP de la talla; porque si no lo hace, su futuro en la Comunidad está comprometido. Hay una gran diferencia entre Asturias y Andalucía y será bueno que lo tengan presente los dirigentes del PP.