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26/3/12

Andalucía y la deshonra de España



Hace meses, uno de los hijos de la Duquesa de Alba hizo unas declaraciones en las que pintaba a los campesinos andaluces como gentes con más interés en sobrevivir trabajando lo menos posible y rebañar de aquí y de allá lo necesario para vivir, con poca credibilidad como personas serias y responsables.

Se montó de inmediato uno de esos teatrillos costumbristas tan típicos de los sainetes sobreinterpretados en Andalucía. El imprudente, poco menos tuvo que vestirse de saco y pasear cubierto de ceniza para escarnio público. Digo que poco menos; porque los trabajadores de sus fincas con su interpretación de casta oprimida por el poderoso capitalista (nobleza vieja, para mayor escarnio) le sacaron unas inversiones de apariencia ventajosa para ellos, a cambio de perdonarle.

La corrupción de Andalucía se ha convertido en la mayor vergüenza nacional. Es tan clamoroso el trinque descontrolado, dirigido desde la cúpula de las administraciones, que si fuera real en Andalucía la gallardía que exhibieron los campesinos ultrajados, la izquierda hubiera sido expulsada de las instituciones.

No es un asunto local. La credibilidad de España está en entredicho. No les atañe sólo a ellos, nos salpica a todos. Un cambio de Gobierno no hubiera sido, de forma efectiva, una modificación profunda de las circunstancias; pero constituiría una muestra de repudio, un ánimo de enmienda, una oportunidad para proceder a un saneamiento. 

Los andaluces no han querido sacarnos de la ignominia. Han votado continuidad con una mayoría de estómagos agradecidos y el resto de España siente un vértigo mortal. No cabe duda de que sus votos estaban dirigidos a preservar sus intereses particulares, a garantizar que nada cambiaría y podrán seguir beneficiándose de la corrupción como hasta ahora. Espanta comprobar la extensión de los intereses clientelares.

Por supuesto, no se puede generalizar. Hubo una mayoría de andaluces que optaron por la decencia y la limpieza; pero no fueron lo bastante numerosos para redimir a España de esa lacra y tarde o temprano, todos pagaremos por ello.

Asturias se mantuvo firme. Muchos olvidaron el 'Caso Marea', punta del iceberg de las corruptelas locales. Por suerte, la mayoría no tiró la toalla y, ahora, dependemos de que el PP recupere la cordura y colabore en el trabajo de levantar alfombras, barrer a fondo las instituciones y sea un aliado leal en la tarea de desmontar los entramados infinitos en los que, los que fueron hasta hace diez meses afines al Gobierno socialista, se beneficiaron en exceso de sus contactos con el poder, medrando a costa de los recursos que pertenecen a todos los asturianos, en nuestro perjuicio.

Esperemos que, ahora sí, el PP de la talla; porque si no lo hace, su futuro en la Comunidad está comprometido. Hay una gran diferencia entre Asturias y Andalucía y será bueno que lo tengan presente los dirigentes del PP.

25/3/12

Almas de esclavos



Wahington. Monumento a Lincoln.


Cuando las tropas del norte derrotaron a las del sur en la Guerra de Secesión americana, los vencidos fueron los esclavos liberados, al menos ese fue su sentimiento.

Los observadores externos consideraban inhumana su vida; pero ellos no la veían así. Cierto que había amos muy duros y crueles; pero, incluso estos, les proporcionaban comida a diario, vestidos, una vivienda. Sus jornadas de trabajo podían ser agotadoras; pero cuando terminaban, les esperaba una cena reparadora, se reunían con los otros esclavos a cantar y bailar, la libertad sexual era absoluta, no necesitaban comprometerse; porque para el amo, los hijos de sus esclavos eran como las crías del ganado: Un bien valioso que incrementaba sus recursos. 

El amo protegía en el aspecto material a los hijos de las esclavas. Le convenía que sobrevivieran, que crecieran fuertes y robustos; porque sustituirían a los que iban envejeciendo con la consiguiente merma de su capacidad productiva y si había excedentes, podía venderlos a buen precio.

No tenían que preocuparse tampoco por la vejez. El amo les proporcionaría alimento, ocupaciones ajustadas a sus capacidades menguantes y se ocuparía de que tuvieran un sepelio pobre; pero digno.

La liberación les enfrentó a la responsabilidad de resolver su vida. No había mucho trabajo y sobrevivir era complicado. Además, tenían que formar una familia, atender las necesidades de sus descendientes, de su cónyuge. Se había acabado el tiempo en el que el patrón proveía del nacimiento a la muerte.

Pocos fueron los que se sintieron liberados. La mayoría hubieran vuelto, si hubiera estado en su mano al régimen de esclavitud.

Cuando leí por primera vez uno de esos estudios, me asombré, me parecía inconcebible; pero basta mirar el panorama actual para comprender que no sólo no es algo pretérito, sino que el sentimiento de seguridad que tanto valoraban aquellos esclavos liberados contra su voluntad, sigue presente.

Ser esclavo significa, antes que nada, someterte a otro, renunciar a tu independencia vital, anímica e intelectual y entregar tu esfuerzo a la prosperidad de tu amo. Quieres que te dicte el lenguaje adecuado, según su criterio. Quieres que ostente el poder. Aunque no suponga grandes ventajas para ti, las migajas que caen de su mesa te proporcionaránn una subsistencia que, incluso en el caso de que sea miserable, te permite subsistir. Abrazas con fe ciega sus planteamientos, sin pararte a analizar si son beneficiosos o no para el colectivo; porque necesitas creer en la bondad de esa figura paterna sociológica que has adoptado.

Sólo se comprende, cuando se convocan elecciones y los ciudadanos son llamados a votar, que existan suelos de voto en todos los partidos con independencia de la eficacia de las políticas que hayan desarrollado, al margen de escándalos inaceptables, corrupciones vergonzosas que todos sabemos que nos perjudican mucho. 


Todo se relativiza en el colectivo fiel a unas siglas con el mantra de que todos son iguales y si han de arruinarnos, mejor que sean los míos, que cuidarán de mí, que los otros, que me dejarán desamparado.

Mientras se mantenga esa situación. En tanto el grueso del electorado se divida entre los nuestros y los otros. Hasta que no logremos librarnos de esas cadenas en el alma que nos impiden tomar las riendas de nuestro destino y votar, no a una ideología, sino a quienes ofrezcan mayores garantías de buen servicio, diligencia sin límites y empeño absoluto en mejorar la vida de todos y cada uno de los ciudadanos, no ganaremos la guerra.

Sólo se consolidará una democracia firme cuando sea la razón, no el sentimiento, el que dicta nuestro voto. No seremos dueños de nuestro destino, hasta que no seamos capaces de elevarnos por encima de la simpatía o antipatía que nos inspire un candidato; de la línea ideológica que rija su programa de gobierno y nos centremos en la eficacia que haya demostrado para desempeñar con éxito, en nuestro beneficio, su papel dinamizador de la sociedad, tanto en valores como en el ámbito económico.

Asturias y Andalucía tienen hoy una cita en las urnas que va a constituir un examen. El resultado nos mostrará si caminamos hacia la ruptura de las cadenas del alma que nos esclavizan o elegimos seguridad a costa de libertad.

7/2/12

Los trabajos de Rubalcaba




Javier Fernández se pone al frente de la candidatura del PSOE y promete “salir a ganar”
Javier Fernández (Mario Rojas para 'El Comercio')


Tras su elección como secretario general del PSOE, una de las tareas más ingratas que tendrá que afrontar Alfredo Pérez Rubalcaba es la del ajuste de las cuentas.

La pérdida de poder territorial que ha sufrido su partido y los recortes en las subvenciones a los partidos aprobada por el nuevo Gobierno, le enfrentan a una grave crisis económica dentro de su organización.

Tendrá que despedir personal, reducir cuanto sea posible los gastos, meter en cintura a un partido acostumbrado a gastar con largueza en todos sus sectores, que se avendrá mal a ajustarse el cinturón y desarrollará una inquina infantil hacia su Secretario, incapaces de comprender que no encuentre un camino para mantener el tren de vida acostumbrado.

Les quedan dos esperanzas. Una remota, en Andalucía, donde las encuestas les dan  como perdedores. Si se cumplen los pronósticos, perderán uno de sus graneros más floridos, el último bastión. La otra es el milagro de Asturias.

Si se cumplen los pronósticos y pierden Andalucía, esa situación les coloca en la más peligrosa de las tesituras: la de la supervivencia. Cuando alguien tiene hambre, hambre auténtica, es capaz de matar a su hijo, a su padre, al gran amor de su vida, para hacerse con el último mendrugo de pan. Esa es la situación que enfrenta el PSOE y no dudará en exprimir sus recursos allá donde le queden reductos de poder, ajeno al daño que pueda sufrir la Comunidad o Ayuntamiento, que ostente la condición de último bastión de obtención de recursos.

Es más que probable que lo mío sea una inquietud absurda. Pero, por más que intente tranquilizarme y convencerme de que mis reflexiones son absurdas, no puedo abandonar un sentimiento de angustia.

La convocatoria de elecciones en Asturias otorga a PSOE una nueva oportunidad. Se volcará a muerte en nuestra campaña, incluso más que en Andalucía, donde su futuro es bastante incierto. No se puede comparar el nivel de riqueza que puede generar nuestra pequeña provincia con el de Andalucía; pero menos es nada.

Temo que si logran ganar en Asturias, nos conviertan en la ubre nutricia que necesitan para atenuar el descalabro de sus cuentas y redoblen sus artes utilizando los escapes de las leyes para obtener el máximo provecho para su partido de los instrumentos de Gobierno, las Fundaciones y las Empresas de ámbito regional. 

Será una minucia lo que obtengan; porque Asturias produce escasas rentas; pero esa minucia para sus necesidades será la marca que nos sitúe a los asturianos en la pobreza absoluta; porque el grueso de nuestros recursos, irán a parar al sostenimiento del Partido.

Seguro que todo esto son delirios; pero no consigo expulsarlos de mi mente y siento el vértigo de la impotencia.