25/3/12

Almas de esclavos



Wahington. Monumento a Lincoln.


Cuando las tropas del norte derrotaron a las del sur en la Guerra de Secesión americana, los vencidos fueron los esclavos liberados, al menos ese fue su sentimiento.

Los observadores externos consideraban inhumana su vida; pero ellos no la veían así. Cierto que había amos muy duros y crueles; pero, incluso estos, les proporcionaban comida a diario, vestidos, una vivienda. Sus jornadas de trabajo podían ser agotadoras; pero cuando terminaban, les esperaba una cena reparadora, se reunían con los otros esclavos a cantar y bailar, la libertad sexual era absoluta, no necesitaban comprometerse; porque para el amo, los hijos de sus esclavos eran como las crías del ganado: Un bien valioso que incrementaba sus recursos. 

El amo protegía en el aspecto material a los hijos de las esclavas. Le convenía que sobrevivieran, que crecieran fuertes y robustos; porque sustituirían a los que iban envejeciendo con la consiguiente merma de su capacidad productiva y si había excedentes, podía venderlos a buen precio.

No tenían que preocuparse tampoco por la vejez. El amo les proporcionaría alimento, ocupaciones ajustadas a sus capacidades menguantes y se ocuparía de que tuvieran un sepelio pobre; pero digno.

La liberación les enfrentó a la responsabilidad de resolver su vida. No había mucho trabajo y sobrevivir era complicado. Además, tenían que formar una familia, atender las necesidades de sus descendientes, de su cónyuge. Se había acabado el tiempo en el que el patrón proveía del nacimiento a la muerte.

Pocos fueron los que se sintieron liberados. La mayoría hubieran vuelto, si hubiera estado en su mano al régimen de esclavitud.

Cuando leí por primera vez uno de esos estudios, me asombré, me parecía inconcebible; pero basta mirar el panorama actual para comprender que no sólo no es algo pretérito, sino que el sentimiento de seguridad que tanto valoraban aquellos esclavos liberados contra su voluntad, sigue presente.

Ser esclavo significa, antes que nada, someterte a otro, renunciar a tu independencia vital, anímica e intelectual y entregar tu esfuerzo a la prosperidad de tu amo. Quieres que te dicte el lenguaje adecuado, según su criterio. Quieres que ostente el poder. Aunque no suponga grandes ventajas para ti, las migajas que caen de su mesa te proporcionaránn una subsistencia que, incluso en el caso de que sea miserable, te permite subsistir. Abrazas con fe ciega sus planteamientos, sin pararte a analizar si son beneficiosos o no para el colectivo; porque necesitas creer en la bondad de esa figura paterna sociológica que has adoptado.

Sólo se comprende, cuando se convocan elecciones y los ciudadanos son llamados a votar, que existan suelos de voto en todos los partidos con independencia de la eficacia de las políticas que hayan desarrollado, al margen de escándalos inaceptables, corrupciones vergonzosas que todos sabemos que nos perjudican mucho. 


Todo se relativiza en el colectivo fiel a unas siglas con el mantra de que todos son iguales y si han de arruinarnos, mejor que sean los míos, que cuidarán de mí, que los otros, que me dejarán desamparado.

Mientras se mantenga esa situación. En tanto el grueso del electorado se divida entre los nuestros y los otros. Hasta que no logremos librarnos de esas cadenas en el alma que nos impiden tomar las riendas de nuestro destino y votar, no a una ideología, sino a quienes ofrezcan mayores garantías de buen servicio, diligencia sin límites y empeño absoluto en mejorar la vida de todos y cada uno de los ciudadanos, no ganaremos la guerra.

Sólo se consolidará una democracia firme cuando sea la razón, no el sentimiento, el que dicta nuestro voto. No seremos dueños de nuestro destino, hasta que no seamos capaces de elevarnos por encima de la simpatía o antipatía que nos inspire un candidato; de la línea ideológica que rija su programa de gobierno y nos centremos en la eficacia que haya demostrado para desempeñar con éxito, en nuestro beneficio, su papel dinamizador de la sociedad, tanto en valores como en el ámbito económico.

Asturias y Andalucía tienen hoy una cita en las urnas que va a constituir un examen. El resultado nos mostrará si caminamos hacia la ruptura de las cadenas del alma que nos esclavizan o elegimos seguridad a costa de libertad.

4 comentarios:

maralhino dijo...

Si supiese hacerlo, invadiría la red con este post...y sin saltarme la ley, porque mañana ya es hoy...

Carmen Quirós dijo...

Gracias, Mar. Siempre pienso que poco tengo que aportar y un comentario tan generoso como el suyo me infunde ánimo para seguir.

Unknown dijo...

Que los esclavos de América recibieran la noticia de su liberación con desconfianza y disgusto no es extraño. Una ley no puede cambiar de la noche a la mañana la mentalidad de una sociedad, y los esclavos sabían que su libertad les dejaría en el mayor desamparo ante una comunidad de blancos que seguirían viéndoles como esclavos.
Mayor esclavitud supone ser libre y poder ejercer el derecho de voto pero estar condicionados por una ideología mal entendida, calentada por los rescoldos de la Guerra Civil y por el temor a perder el manduco que se ha ganado sin mérito propio: 30 años de hegemonía en el poder generan muchas ataduras.
Un saludo a todos.

Carmen Quirós dijo...

Excelente reflexión. Un saludo, Jano.