1/8/10

Esos signos de identidad

El caballo y el oso son los dos tótem por excelencia de los pueblos del norte; aunque las pinturas rupestres muestran el caballo y el uro europeo en una amplia representación que permite suponer que tenían una gran raigambre en los sentimientos religiosos de los pobladores del norte peninsular, mientras que el oso no aparece representado.

Frazzer, en su interesantísima obra 'La Rama Dorada' muestra (tal vez especula) con la idea de que, para los pueblos de la antigüedad, las deidades gramíneas, tan importantes para la subsistencia de las tribus, se proyectan en animales que también encarnan esas divinidades. Unas y otros han de ser consumidos; pero nos centraremos en la actitud que adoptan en el consumo de los animales. 

Se parte de el principio de que hombres y animales tienen alma y la matanza de ejemplares de las distintas especies que cazaban esos pueblos, desataba la venganza del espíritu del animal y era necesario aplacarles. Este objetivo se cumple siguiendo dos orientaciones religiosas distintas. Una, la egipcia, opta por otorgar la condición divina a todos los animales, les rinde culto y los mima; por lo que consideran que cuando han de sacrificar un ejemplar para su consumo, la previa adoración les librará de las iras. Otra la Aína, en la que el sacramento encaminado a aplacar el espíritu del animal, mostrando una marcada deferencia por ejemplares de su especie.

Sin embargo, en la cultura mediterránea el toro es el rey indiscutible del espíritu de la fertilidad de los dioses de los cereales, símbolo de la fertilidad, la fuerza, el valor y la vida. Es tan importante en el imaginario que nada menos que Dionisos, Baco para los romanos, tiene en el toro una de sus manifestaciones más relevantes. Zeus, dios sol, dios de la fecundidad para los griegos, también adopta la figura del toro para raptar a Europa y llevarla a Creta. Europa no puede ser separada de la mitología del toro sagrado; puesto que como primera reina de Creta, el toro va unido de forma inseparable a la leyenda del que fue su reino.

La lucha con el toro en diversas formas, desde las grandes ceremonias agrícolas en las que se impetra a la divinidad para que la cosecha sea abundante, hasta los espectáculos circenses, es una constante en la cultura mediterránea desde la noche de los tiempos.

El gran tótem desapareció de Europa; pero sigue existiendo en la península ibérica, el sur de Francia y países de Latinoamérica, gracias a la afición por las corridas de toros, que no son más que las sucesoras de las tradiciones ancestrales de los pueblos mediterráneos, en las que se recogen dos tipos de lucha: la preferida por la nobleza en el pasado, que se ejecuta a caballo y la que adoptan las clases populares, a pie, con diversas suertes, que seguro que aglutinan en una sucesión ritual, diversas formas sacramentales del pasado, conservadas por la tradición cuando se olvida el contenido religioso del pasado y quedan como mero espectáculo.

Hoy sabemos una cosa más: los catalanes han dado un paso más en su divorcio de la cultura mediterránea, en su ansia de construir un mito más de su diferenciación como pueblo. Como son muy ignorantes, desconocen que ya se prohibieron las corridas de toros en épocas no muy lejanas y que esa medida sólo sirvió para que regresaran con más fuerza y vigor.

Se puede luchar con la historia; pero la tradición siempre acaba por imponerse y los símbolos resurgen, mal que les pese a quienes no conocen el pasado ni entienden que las cosas son de determinada manera por razones concretas que son más antiguas, poderosas y reales de lo que imaginan y que esa prohibición sólo va a servir, con toda seguridad, para abrir una brecha, más, que será el caldo de cultivo en el que el retorno del toro será triunfal, con un vigor y un poder renovados. Otra cosa hubiera sido que hubieran dejado que murieran poco a poco por pura extenuación. Ese camino llevaba; pero  las prohibiciones generan movimientos pendulares y gracias a los nacionalistas, el triunfo de hoy será el fracaso del mañana.

No hay comentarios: