Me encanta observar las trapisondas de nuestro gobierno. ¡Y luego dicen que improvisa! ¡Qué va, qué va! Aquí van las pruebas de la afirmación.
En la primavera de este año, España estuvo en quiebra unos días. Las arcas estaban vacías, no había de dónde tirar. Entonces se produce un ajuste durísimo en el que una de las medidas estrella consiste en paralizar la obra pública. No había más remedio, no había dinero para pagar las obras.
Clamores de tirios y troyanos, empezando por la oposición. Reconocían la realidad de que las arcas públicas estaban vacías; pero había muchas partidas que se podían recortar, que eran gastos superfluos y suponían muchos millones. La obra pública era necesaria para tirar de la economía, etc., etc.
No es que no tuvieran razón; pero es que la oposición es de un candor infantil y no vieron la jugada. Es así de simple:
No hay una sola comunidad autónoma que no sufra un déficit grave de infraestructuras. Todas están ansiosas porque se terminen las obras en marcha para tener mejores comunicaciones, sean autovías, sea el tren de alta velocidad. De la noche a la mañana paro total, se corta el grifo y se deja pasar un tiempo para acopiar fondos a través de los impuestos.
Una vez recuperada cierta capacidad para afrontar las inversiones, se va levantando la veda paso a paso, eligiendo con infinito cuidado las opciones que van a dar más votos en las elecciones. Se pone toda la carne en el asador para que la inauguración de esas obras coincida con las elecciones y se consigue un puñado nada desdeñable de votos de los agradecidos ciudadanos que salen de la penuria comunicacional.
¿Se llama esto improvisación? En absoluto. Es una planificación perfecta que muestra una estrategia bien definida en el uso de los recursos que quedan después de dilapidar dinero a paladas. Otra cosa es la denominación que le corresponda a esta actitud; pero queda claro una vez más que el señor Blanco no improvisa.
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