30/8/10

¡Qué ternura!



Nuestro presidente ha ido a la Expo de Shangai a 'vender' España, tal como publica toda la prensa, cuyo mejor reportaje sobre la materia obra en El País, a quien pertenece la foto que ilustra esta entrada.

Ni siquiera el segundo periódico más cercano a nuestro gobierno le ha hecho justicia; porque no valora el gesto de nuestro presidente como merece. Todos deberían empezar por recordarnos que al señor Rodríguez no le gusta viajar. No sé si tiene fobia a los aviones como tantos ciudadanos del mundo; pero todos sabemos que le gusta dormir en casa cuando acaba la jornada.

Es de todo punto lógico. Todos, más cuando vamos entrando en una edad, sentimos nuestro colchón, nuestra almohada y nuestro dormitorio como el mejor lugar del mundo y ni el hotel más impresionante tiene armas para competir con nuestro entrañable lecho cotidiano.

Aún así, por el bien de todos los españoles, por nuestra economía, por nuestro prestigio internacional, se ha sacrificado, ha aceptado la dura prueba de alojarse en un lugar frío y extraño y pese a lo cansado que es asistir a una jornada como la que tocaba hoy en una de estas Exposiciones Universales (yo terminé con los pies sangrando en una y lo sé bien) allí se fue sin arredrarse ante nada, listo para sufrir por todos nosotros.

No es gratuito afirmar que sufrió. Imaginen lo que tiene que ser inaugurar la jornada con ese muñeco diabólico como aperitivo, que no se sabe si está a punto de enloquecer o está planeando una intervención robótica capaz de incendiar el pabellón y se ríe entre siniestro y bobalicón de la que está preparando. No es por quitarle mérito a Isabel Coixet; pero la verdad, conozco niños que sufrían pesadillas con el osito de Mimosín. Enfrentados a este robot gigante, pueden necesitar atención psicológica. Aún así, reconozco que el arte está muy por encima de mis capacidades intelectivas con demasiada frecuencia y no dudo que esa criatura es una obra maestra.

Nuestro presidente ha vendido la solvencia de la economía española. No sé cómo se vende eso; pero seguro que lo hizo genial. Afirmó  la amistad que sentimos ante el país anfitrión y no fueron palabras, dio pruebas: ahí está el pabellón español, el más grande del recinto, para demostrar nuestro deseo de ofrecerles lo mejor de nosotros mismos. ¡Eso es argumentar con peso y el resto zarandajas!

No pudo ser más expresivo al resumir el futuro de España en una comparación más que afortunada, muy tierna y brillante, desde mi punto de vista, a la hora de fijar la magnitud que él contempla para el devenir de este país: «El tamaño del futuro de España es el de Miguelín». Eso nos permite conocer el alcance de nuestro futuro con toda exactitud: 6,50 m. ¿No es magnífico?

Deseo que nuestro presidente no extrañe mucho la cama, descanse bien y regrese cuanto antes a preparar ese futuro de seis metros y medio que nos ha prometido.

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