25/10/11

Juzguemos al faraon



La vida y la muerte de Tutankamón (en la imagen, una estatua que lo representa) despiertan fascinación
Estatua de Tutankamnon (Reurters . 'La Razón')

Tras Guerra de Secesión en EEUU, el Presidente encargó que se hiciera un estudio entre los esclavos liberados. No cupo en sí ante el asombro de los resultados que arrojaban las declaraciones de la mayoría de los esclavos liberados.

No estaban contentos. En las plantaciones, si bien existía la amenaza de ser azotados, la realidad era que esa pena se aplicaba pocas veces; porque el propietario no quería dañar la propiedad de algo tan preciado y caro como un esclavo. Era fácil remolonear en el trabajo, desarrollando una estrategia de mínimos que les permitía despachar la tarea aplicando el mínimo esfuerzo, manteniendo un control sobre el capataz. Cuando se acercaba, trabajaban con celeridad, avanzaban en el trabajo lo necesario para que diera el visto bueno y cuando se alejaba, volvían a tomarlo con calma. Además, en las plantaciones, terminada la jornada, la vida era fácil. El amo proveía de alimento, las mujeres preparaban la cena y luego, todos se entregaban a una velada en la que el canto, el baile y las relaciones promiscuas cerraban la jornada. No había compromisos, no estaban obligados a la monogamia, no tenían que asumir responsabilidades y, si enfermaban, los amos llamaban al médico, pagaban el tratamiento y sanaban o morían, sin tener que preocuparse del coste de los cuidados médicos.

La liberación había sido una faena y gorda. Tenían que trabajar mucho (si encontraban trabajo) para cubrir sus necesidades básicas. Ya no había un amo que les procurara asistencia médica y tenían que redoblar sus esfuerzos para reunir el ahorro necesario para recibir asistencia. Se había acabado la promiscuidad, debían formar una familia monógama que incrementaba la carga sobre sus hombros y la frustración sobre su ánimo.

No seré yo quien apoye la esclavitud; pero sería muy necia si aplicara mi mentalidad cristiana occidental a un fenómeno que constituyó una estructura económico social durante cientos de miles de años en las sociedades humanas y aún pervive en muchas áreas geográficas. 

Hoy aparece en 'La Razón' una reseña de un libro publicado por Toby Wilkinson. A reserva de leer la obra, me quedo con la entrevista en la que se habla de su obra y dice: Cierto que en Egipto se construyeron grandes monumentos; pero no es oro todo lo que reluce: existía una estructura social en la que el poder se sostenía sobre el miedo, existía la esclavitud, guerras crueles y unas estructuras sociales abominables que proyectan sombras.


¡Ah, vale! Ocurre que (Las Egipcias. Christian Jacq), las mujeres egipcias tenían derecho a la propiedad privada, no dependían de un hombre, eran libres para elegir marido y podían ejercer una profesión como lo hacían los hombres, incluso ser Faraon, hasta que llegaron los Ptolomeos (al final de la historia de Egipto) y la libertad de las mujeres y del resto de la sociedad, colapsó bajo una filosofía nueva. Se descarta que las grandes obras (pirámides y templos) fueran ejecutadas por esclavos. Eran los hombres libres los que, pasada la etapa de siembra y cosecha, colaboraban con entusiasmo y orgullo para obtener su «rincón para la eternidad».


La lectura de esa entrevista me mueve a pensar que el supuesto experto ha enfocado su estudio con demasiados prejuicios y no ha sabido analizar con objetividad una cultura tan ajena a la suya que exige un inmenso esfuerzo para dar un salto atrás y comprender que esa cultura magnífica en la que, cuando los antepasados del autor vivían en cavernas y se cubrían con pieles, usaba el ácido acetil-salicílico para combatir los resfriados, empastaba caries, practicaba un eficiente control de natalidad, usaba una cosmética terapéutica que combatía las infecciones de la piel y los ojos, hacía cesáreas, trepanaciones craneales (éstas con poco éxito) liposucciones y tratamientos estéticos que podemos envidiar, y gozaba de un desarrollo científico y técnico comparable al que disfrutamos nosotros en los años cincuenta del siglo XX. 


Se preguntarán a qué viene todo esto. Les respondo. Hoy todos los comentaristas comparten el horror de la muerte de Gadafi y el estupor de las primeras medidas que ha tomado el nuevo lídere, Abdeljalil, cuya primera medida ha sido implantar la sharia y la poligamia.  


¡Oh sorpresa! Los rebeldes no son progresistas listos para implantar una democracia occidental, sino rancios defensores de la caverna. ¡Quién podía imaginar tal cosa!


Cualquiera con sentido común. Basta una mirada objetiva. Libia es una suma de tribus asentadas en una estructura más cercana a la cultura del antiguo Egipto que a  la nuestra. El tirano no merece piedad, no se le envía a los Tribunales Internacionales, se le aplica la ley de Talión que forma parte de su cultura, se le tortura, como al miserable que ha robado unos dátiles para dar algo de comer a los suyos y sufre la amputación de la mano. 


Desde mi «superioridad moral» civilizada, no puedo aprobar lo ocurrido; pero desde mi cultura, sí puedo comprender que las cosas no podían ser diferentes; porque mi pensamiento es hijo de la alfabetización de mi familia que alcanza centurias, de la herencia de siglos en los que mis ancestros fueron a la Universidad, acumularon una cultura cristiana superior que me transmitieron, a despecho de los reveses de la fortuna, en forma de educación tradicional en mi familia. 


No he aceptado la invitación reiterada de darle al botón de puesta en marcha del vídeo que muestra los últimos momentos de la vida de Gadafi. Dispongo de datos suficientes sobre su trayectoria para tener claro que, en la aplicación de la Ley de Talión, aún fue poco lo que le hicieron; pero no quiero verlo; porque me inspira una infinita piedad su condición de vencido, por grandes que sean sus crímenes.


Sin embargo, no puedo juzgar, menos aún condenar a los que escandalizan hoy al Occidente que se tiene por civilizado, con el recuerdo de otro tirano.


Un amigo mío tuvo un alto cargo en una empresa petrolera que tenía intereses en Irak. A fuerza de tiempo, llegó a trabar una amistad con el Ministro del Petróleo (tal vez tuviera otro nombre), un hombre culto, afable y encantador. En cada viaje, llevaba dos maletas adicionales que contenían lo mismo: tabletas de chocolate, dulces variados y un botiquín con aspirinas, antinflamatorios, antibióticos básicos, desinfectantes, gasas y esparadrapos. El boicot internacional convertía este modesto contenido en algo de incalculable valor, incluso para un Ministro. Las dos maletas tenían sentido: una quedaba requisada en la aduana y la otra iba a parar a manos del Ministro.


Un día llegó y se encontró a otro personaje en el cargo. No preguntó, pero inquirió y la esposa del antiguo ministro le hizo saber que convenía que ocultara su interés, su esposo había sido detenido.


Un año más tarde, pudo visitar a la esposa, ahora viuda. Tras meses de torturas en las mazmorras del régimen, debido a un supuesto delito de traición cuya base nunca fue aclarada, el Ministro culto y afable había sido arrojado al foso de los perros de Sadam Hussein, que se encargaron de rematar la tortura. La familia recibió los despojos y puso en marcha las exequias. 


Sin duda, esa historia, con variantes, tal vez sin perros, puede formar parte de las hazañas que jalonaron el mandato de Gadafi. Me subleva, me repugna, me resulta intolerable; pero sé que forma parte inseparable de una cultura extraña a la mía que no puedo cambiar.


Si se les da tiempo y unas circunstancias adecuadas, evolucionarán a lo largo de décadas, cambiará la filosofía que rige esas sociedades, se acercarán a la nuestra. Lo que no puede contemplar nadie con un mínimo de cultura, es que los nómadas del desierto, muchos de ellos analfabetos, todos ellos criados e imbuidos de unas creencias y una tradición cultural, cambien de la noche a la mañana y adopten nuestros valores.


No les considero salvajes ni abominables; porque en un pasado no tan lejano, mis ancestros tuvieron unos valores muy parecidos. Deseo, rezo; porque el tiempo les haga evolucionar en su filosofía y haga imposible que se produzcan estos horrores. Lo que me parece impresentable es que, de repente, nuestros dirigentes y opinadores se comporten como doncellas ingenuas y finjan que jamás creyeron que cupieran atrocidades como estas. 


Harta estoy, hartos estamos de fariseos. Existen otros mundos, al margen del nuestro y no hay excusa para los expertos en diplomacia ante los hechos acaecidos. No podían ignorar la cultura del pueblo libio y si lo hicieron o son incompetentes sin atenuantes o estúpidos sin remisión al creer que cabía otro desenlace. Más cuando la propia OTAN atacó el convoy en el que huía Gadafi. 


Por mucho que cuenten que fue fortuito, no cuela. No es admisible tal nivel de desinformación y todos sabemos que uno de los peores temores de occidente era dar ocasión al «amigo extravagante» de contar las miserias de los distintos gobiernos ante un tribunal internacional en el ejercicio de su defensa.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Carmen, ha hecho una exposición bastante maniquea del tema y poco realista al identificar a las culturas musulmanas con el salvajismo y la crueldad extrema como algo perteneciente al acervo de sus existencias. La crueldad con sevicia es patrimonio de todos los seres humanos, como también lo es la empatía y la conmiseración con el enemigo cruel vencido, prueba de la grandeza moral del vencedor que no emplea el odio irracional para castigarle, sólo el concepto de justicia al uso en esa cultura y época.
En la antigua Grecia, en la guerra de Troya, Aquiles mata a Héctor (hijo de Príamo el rey de Troya) en combate Y lo arrastra por el campo de batalla para después ofrecer su cadáver a los perros como era costumbre, pero recibe la visita incógnita de Príamo, que se pone de rodillas ante él, rogándole que le permita llevarse el cuerpo de su hijo para darle un entierro digno. Aquiles, conmovido por el acto de humildad del rey Príamo, accede a su petición y permite que se lleven el cadáver del joven príncipe. Habría de ocurrir lo mismo cuando el joven príncipe de los mirmidones mató en combate a Pentesilea, reina de las amazonas que luchaba a favor de Troya, cuando él mismo entregó el cadáver de la reina a sus guerreras.
En el mismo contexto de la Grecia clásica (con las horribles tragedias de odio y muerte abominables)y en tiempos remotos (final de la era del bronce)recordemos la historia de Filemón y Baucis, que con su generosidad despejaron la duda de Zeus y el dios no castigó a la humanidad.
Las tribus del desierto tienen la ley inquebrantable de socorrer al viajero.
Nosotros, los españoles, tenemos una legislación aberrante de sobreprotección al delincuente en la cual los jueces "se la cogen con papel de fumar" ante los delincuentes de cualquier pelaje (supongo que por las leyes promulgadas por los incompetentes políticos que nos gobiernan, que ya, de tan buennnniiiisimos, ni se la tocan). Así estamos indefensos ante una ¿justicia? que no nos protege y no nos deja tomar la iniciativa para defendernos.
Estamos asistiendo a la enésima edición del juicio del caso "Marta del Castillo" Y el cachondeo de los jóvenes psicópatas, habilmente aleccionados por sus abogados/as, no tiene fin y el fin será de prácticamente semiimpunidad para el psicópata Carcaño e impunidad para los otros psicópatas como el Cuco (en libertad sin cargos).
Carmen: como jurista y persona inteligente ¿cree que se podrá aplicar la ley del Talión ante semejantes asesinos sin sufrir penas de cárcel centenarias?
Un saludo.

Carmen Quirós dijo...

Buenos días, Jano.

Gracias por darme el toque de atención del maniqueísmo. Sin duda, hay un fallo grave en la exposición y me viene muy bien que lo ponga de manifiesto.

Estamos de acuerdo en que esas reacciones de odio no son patrimonio de la cultura musulmana. Incluso voy más allá y aventuro que entre los mismos rebeldes libios habrá un grupo que censurará lo ocurrido. No hace falta ir tan lejos para tener ejemplos parecidos en épocas cercanas: la horrible muerte del General Riego es una muestra de barbarie insoportable.

También estamos de acuerdo en que hemos llegado a tal extremo que en la legislación actual está mucho más protegido el delincuente que la víctima. La ley del Talión acarrearía, no solo penas centenarias, sino una crisis social en el momento actual.

Muchas gracias por su comentario, Jano. Un saludo.

Unknown dijo...

Carmen:
He tenido que leer varias veces su entrada porque no entendía esa justificación de la crueldad salvaje asignada a una cultura determinada como algo inherente a ella, pero siempre confié en el buen juicio de una persona que nos tiene acostumbrados a unas opiniones certeras y sabias. No me cabe la menor duda de que no se ha sabido explicar, quizás por el apremio de escribir un pensamiento con el cronómetro activado.
No me gusta, en principio, la cultura musulmana en lo religioso, porque considero que las religiones han derivado su enseñanza de la bondad hacia otros fines no tan honestos y sí hacia el control mental y moral de la población, como una dictadura mas (incluída la católica). Pero no sólo las religiones han cometido crímenes de lesa humanidad; y ni siquiera las culturas más atrasadas en lo económico, social y científico.
Recordemos los crímenes de la Alemania nazi, un pueblo muy culto que cayó en una crisis económica y después moral con el resultado que todos conocemos.
Gracias por su respuesta sincera y no dude de mi fidelidad hacia su blog, que es de lo mejor que se puede disfrutar.

Carmen Quirós dijo...

La tesis básica de la entrada gira en torno a la idea de que los pueblos tienen una cultura y no puede cambiarse de un día para otro. Las tribus libias tienen una estructura sociocultural que no se parece en nada a la que se requiere para establecer una democracia, ni siquiera un embrión de democracia.

Por eso me parece vergonzoso que Occidente se rasgue las vestiduras. Lo ocurrido fue lo que cabía esperar. Es horrible; pero debieron entender desde el primer momento que el horror que imponía Gadafi sería el mismo que existiría si los rebeldes tomaban el poder.

Pretendía huir de juicios. El Islam fomenta la desigualdad y la incultura; pero no se puede generalizar nunca. Entre ellos, como entre nosotros, existen personas admirables, buenas personas, zascandiles y facinerosos.

Lo que me subleva, es que ahora, visto el horror, los buenistas se rasguen las vestiduras.