Las vacaciones tocan fin y con ellas termina esa estancia en un medio más cercano al s. XIX que al XXI en el ritmo vital.
Es buena y necesaria esta desconexión. El mar se convierte en uno de los ejes de mi vida, en el marco donde paseo por la orilla, me cruzo con amigos o conocidos y charlamos de naderías tan agradables que la despedida aparca en mi interior una simiente de paz y alegría muy confortante. Por las tardes, adopta la condición de protagonista estelar de puestas de sol inolvidables y por la noche, su fragor llega a través de la ventana abierta al rincón donde me refugio para entregarme a mis aficiones con una tranquilidad absoluta, sólo estamos el fragor de las olas y yo.
La conexión a Internet es una aventura, con lo que sólo emprendo la odisea para echar un vistazo al correo y sustituyo la lectura nocturna de los diarios por el libro o la escritura de alguna narración que sólo me interesa a mí.
En el fondo, espero que al volver al mundanal ruido haya cambiado algo; pero no. No hablo ya del panorama político, sino de la actitud de las personas. Lo lógico es que una crisis como la que estamos viviendo introduzca en la ciudadanía la idea de que hay que colaborar más, implicarse más, aceptar los inconvenientes inherentes a las ventajas que disfrutamos.
Abro el periódico por la mañana y leo una noticia: una zona de reciente urbanización (de alto nivel, por otro lado) se ha levantado en armas porque se pretende instalar en un solar cercano una antena de telefonía móvil, necesaria para dar una cobertura adecuada a ese núcleo poblacional.
Desconozco los detalles, la gran virtud de la prensa es dar noticias sin incorporar información; pero cabe imaginar que las razones que han movido a la oposición frontal es el temor de que esa antena tenga efectos secundarios, provoque cánceres y otros efectos colaterales.
Dado el nivel social y económico de las personas que residen en esa urbanización privilegiada, no tengo ninguna duda de que todos y cada uno de sus habitantes, incluidos los niños, tienen, por lo menos, un teléfono móvil. Como es natural, exigirán una cobertura perfecta y eficiente, tienen derecho; pero su actitud es la habitual: que pongan la antena en otro sitio, que sean los otros quienes sufran los efectos perniciosos.
Tras leer la noticia voy a la ventana, recorro con la mirada el muro que clama pidiendo una mano de pintura desde hace treinta años. Miro a lo alto y adivino las cuatro antenas de telefonía móvil que se asientan en la azotea oculta por el muro lavado por mil lluvias a cuatro metros de distancia y ocho de altura de mi ventana. Imagino al gran macho dominante de 2001 'Una Odisea en el Espacio' blandiendo el fémur y me invade el desasosiego al sentir que integro la horda de los otros.
2 comentarios:
Referente a este comentario te recomiendo que mires en http://www.gigahertz.es y se disiparán toda clase de dudas sobre las emisiones contaminantes de las antenas de telefónia, referente a lo de estar con cobertura se puede estar sin estar friendo a las personas solo por intereses económicos de las compañias, que aumentan la potencia para llegar a puntos negros sin cobertura, con una miníma inversión, pero bueno tiempo al tiempo, este pais estra más preocupado por el futbol y los toros, que por otros menesteres
atentamente,
un saludo
Joan Carles López
Gracias por tu comentario, Joan Carles. Estoy de acuerdo contigo en que no es inocuo tener una antena de telefonía cerca. De hecho, comento en mi entrada que yo vivo bajo el paraguas de cuatro antenas potentes que están en el edificio vecino. La reflexión es que en este país queremos tener todas las comodidades; pero los inconvenientes que representan los servicios que demandamos, no se aceptan. Si no quieren esa antena cerca, tendrán que soportarla otros.
Un saludo.
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