23/4/11

Cosas de puro sentido común




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La Semana Santa y en concreto este Viernes Santo proporciona pocas noticias políticas, a la vez que la necesidad de rellenar espacios nos trae lecturas muy interesantes, curiosas, divertidas o satisfactorias de esas de «¡ya lo decía yo!» y te chutas un refuerzo en la autoestima que no veas.

Hoy gana por goleada en interés 'El País'. Han bajado el tono propagandístico y en las secciones no políticas nos proporciona a los lectores un rato mucho más entretenido que otros.

Hay dos artículos que me pusieron en marcha la neurona. El primero es una entrevista de  Naiara Galarraga en la que, aunque eché de menos más hondura en el contenido y mejor tratamiento del material que ofreció en su charla Yolanda Parrado, pese a todo, o quizás por eso, me hizo reflexionar.

El titular es, por sí solo, una fuente inagotable de reflexiones: «La multicultura existe, pese a Merkel y Sarkozy». La entrevistada trabajó para Hewlet Packard en Holanda y de ese modo llegó a esa conclusión rotunda. No entro a degüello porque soy consciente de que entre lo que se dice cuando entrevistan a alguien y lo que refleja el periodista, hay una distancia a veces estelar y ese titular refleja el nivel de la entrevistadora, no el de la entrevistada.

Gracias a Yolanda me he enterado que, tras terminar sus estudios, cuando encuentran trabajo, los holandeses han de pagar a Hacienda hasta el 40% de sus ingresos para que el erario recupere la inversión que ha hecho en su formación y que la empresa para la que trabajaba ponía a su disposición la cantidad anual de doce mil euros para que se formara dejando que ella eligiera en qué quería invertirlos. Otros mundos son posibles, si nos ponemos a ello. ¿Nos pondremos? 

Si uno se esfuerza en ahondar en el mensaje de Yolanda Parrado, acaba comprendiendo la «idea fuerza» que intenta transmitir; pero no voy a eso.

La periodista se queda con esa frase, sin duda un chascarrillo en el marco de una conversación seria y se adivina en ese impacto la postura personal o la tendencia que marca su periódico a la hora de enfocar la redacción de lo hablado por parte de la periodista.

Es obvio que la multiculturalidad existe. Ha existido desde la noche de los tiempos. Egipto desarrolló una cultura distinta a Mesopotamia. Creta fue distinta a Grecia y a la civilización del los «Campos de Urnas». Cada una tenía su cultura, tal como ocurre hoy y no tengo ninguna duda de que en cada una de ellas existían tantas variantes como en la actualidad. No tiene la misma visión del mundo un alemán de Babiera que un berlinés. No tiene la misma visión un marsellés que un bretón.

España es una prueba de multiculturalismo. No solo desarrolló variantes en sus regiones geográficas, sino que recibió la impronta de todos los invasores que pasaron por aquí, de los fenicios a los moros, de los judíos a los peregrinos que recorrieron el Camino de Santiago y acabaron asentándose en nuestro país.

La cuestión es el tratamiento del multiculturalismo. Es muy enriquecedor cuando las diferentes culturas conviven en armonía, aunque sea relativa. Es dañina cuando la cultura exógena pretende incorporar patrones inaceptables en el plano moral, sociológico y político de la comunidad en que se asienta.

El debate sobre el velo, por ejemplo, es un símbolo de esa agresión a la cultura del receptor. En Europa las mujeres hemos luchado y conquistado la igualdad de sexos en el plano social, jurídico y económico, en España hace tan solo treinta y cinco años. 

No podemos aceptar, por tanto, que en aras a un respeto a las creencias y bajo la influencia de una tradición que ha empapado a sus mujeres desde la más tierna infancia una serie de prejuicios y tabúes que las llevan a aceptar que son inferiores, que son un peligro para el hombre, que deben taparse para no excitar sus instintos, que deben aceptar una condición en la que carece de derechos, incluso de existencia oficial, esas mujeres mantengan o sean obligadas a mantener unas costumbres que son una declaración pública de la vejación a la que están sometidas, aunque no lo vean así.

No podemos aceptar que otros, en virtud de una supuesta tolerancia, tengan total libertad para hacer lo que nosotros tenemos prohibido, para saltarse las normas sanitarias, de orden público, para exigir que nosotros vivamos pendientes de no hacer cosas naturales, por si pueden molestar a los que han venido, no porque les hayamos obligado a hacerlo, sino de forma libre y voluntaria, en busca de una vida mejor que en su país no pueden lograr, entre otras cosas porque esas creencias y costumbres les condenan a la pobreza, la ignorancia y la explotación.

Merkel y Sarkozy no niegan la multicultura. Se limitan a exigir que los inmigrantes respeten las leyes y los valores culturales de sus países, creo que es obvio que estoy de acuerdo con ellos y también querría que mi gobierno se alinee con esas políticas para no correr riesgos de que acaben siendo una realidad noticias como esta.

El segundo artículo, es el que me hizo hincharme como un pavo. Les recomiendo su lectura. Kerman Romeo entrevista a Anne Moir, doctora en genética por la Universidad de Oxford. Anne explica lo que muchos padres hemos llegado a concluir tras la experiencia de la enseñanza mixta. Ella lo hace de modo mucho más riguroso y técnico, maneja datos sobre las diferentes estructuras mentales de varones y mujeres, para concluir que lo óptimo para los niños es la educación diferenciada. 

1 comentario:

navarth dijo...

Una de las falacias del multiculturalismo es la creencia en que todas las culturas son iguales. No lo comparto: para mí, la sociedad abierta occidental es la mejor de las que conozco. Y esto nos lleva al límite que nuestra sociedad debe imponer a la multiculturalidad: la exigencia de respeto escrupuloso a las reglas de juego de la sociedad abierta. Si no lo conoce, le recomiendo “La sociedad multiétnica” de Sartori. Saludos.