Manuel Chaves González. Fotografía sacada de la página hazteoir.org.
La exclamación que recojo en el título de la entrada levantó en armas a la rebelde que llevo dentro toda una vida y estoy segura que a muchos de mi generación les pasaba lo mismo.
Era frecuente que escucháramos en nuestros mayores esa frase que en su sencillez alcanzaba una riqueza de matices increíble. Sin la imprecación divina y en tono neutro, servía para obligarte a peinarte mejor o de distinta forma, limpiarte los zapatos, censurar tus modales. Si era exclamativa, entrañaba una censura: te habías pasado de la raya mucho en algún aspecto y eras la vergüenza de la familia. Cuando incluía el clamor a la divinidad te informaba de que era terrible lo que habías hecho o pretendías hacer y habías puesto en entredicho el honor de la estirpe en pleno.
La razón por la que me sublevaba iba unida a la esencia de la educación que nos daban. Había que ser bueno, noble, considerado, educado, primero, porque eso agrada a Dios y es el camino para ganar el cielo. Segundo, porque era el perfil de una persona honorable, con principios arraigados, que hace las cosas como debe, aunque su defensa de lo honesto le acarree consecuencias; porque una persona debe ser fiel a sus principios y su conciencia. El qué dirán chocaba con toda esa filosofía. Yo debía hacer en cada momento lo que considerara adecuado y debía ignorar de forma sistemática la opinión de esa masa difusa de fiscales y jueces sociales que al parecer vivían pendientes de mis actos. Debía hacer o no hacer por honestidad, no para quedar bien, alcanzar consideraciones o elevarme en la estima de los demás.
Manuel Chaves, José Antonio Griñán y el resto de la camarilla enfangada en la llamada 'Tela de Araña Andalaluza', que incluye todo tipo de malversaciones, cohecho, abuso de poder, desviación de poder y unas cuantas cosas más (por supuesto de forma presunta; puesto que hasta ahora, no hay una sentencia que declare que han cometido todos esos delitos) me sacan unos cuantos años y crecieron en un entorno social que, sin ninguna duda, fue siempre más exigente de lo que era en mi tierra; porque la de las cotillas es una especie abundante en todas partes; pero en algunos sitios, hay cierto pudor a mostrarlo, mientras en otros, incluso está mal visto no estar al corriente de vida y milagros de los divinos y los humanos.
La corrupción es una figura que puede ser muy difusa para quienes no tengan muy arraigados unos principios muy claros y definidos de lo que resulta inaceptable o no en determinado momento. Por ejemplo: yo soy un empresario que necesito el apoyo de una empresa para subcontratarle algo o para que me fabrique algo que necesito de un modo determinado. Lo haré porque sé que esa empresa trabaja muy bien y me ofrece garantías de que responderá de forma excelente. Pero pasa el tiempo, gana mucho dinero gracias a mis encargos, consigue crecer, se entablan relaciones personales entre los directivos de las dos empresas y un día, comento que tengo que rehabilitar la casa de mis abuelos en el pueblo y estoy buscando una empresa de confianza para que se ocupe.
El otro empresario, responde impulsivo que tiene lo que necesita, me manda a alguien de su empresa o a otra que le ofrece plena confianza. Se cierra el trato y a la hora de pagar, me informa de que esa obra corre a cargo de su empresa, que le he ayudado tanto, que se siente mejor al devolverme de algún modo el favor. Lo honesto es negarse en redondo. Sin embargo, también puede serlo aceptar el regalo si sabes que esa persona necesita tener ese gesto de gratitud y le dolerá mucho que no lo aceptes, siempre que el coste del regalo sea modesto.
Cuando ocurre esto entre particulares, se puede discutir si se debe o no se debe aceptar ese tipo de muestras de gratitud. Pero si eres un alcalde, un concejal, un funcionario con mando en plaza o una autoridad, es obvio que las cosas cambian. Esa empresa habrá ganado un concurso público porque presentó el mejor proyecto. Si mantiene una continuidad, será porque tiene acreditado que la relación calidad-precio de sus servicios y las condiciones que ofreció en los sucesivos concursos fueron el único motivo por el que se les contrató y en ningún caso puedes prevalerte como particular de las ventajas que te reporta el cargo que ocupas.
Esto no lo entiende todo el mundo. Hay que tener una formación muy sólida para tener muy claro que las esferas de la personalidad pública y el particular nunca pueden mezclarse y esto no es moneda común. Por lo tanto, hay políticos que aceptan que les restaure la casa de los abuelos una empresa privada, por amistad y porque sí, porque han ganado con el organismo que diriges mucho dinero y creen con toda honestidad que no hay nada malo en esa aceptación. Digamos que han incurrido en un «pecado venial», han contravenido las reglas; pero fue porque ignoraban que era malo lo que estaban haciendo.
No es posible admitir ignorancia cuando te aprovechas del cargo para dar plaza en los organismos oficiales o en los de gobierno a personas que no son necesarias, que colocas sobrecargando las partidas presupuestarias infringiendo la ley o usándola de forma torticera para generar una clientela personal que te garantice un voto cautivo nutrido. Cuando designas para cargos de responsabilidad, para dirigir políticas sensibles para el conjunto de los ciudadanos a personas de probada incompetencia que, no están preparadas de antemano, carecen de la formación adecuada para formarse en el puesto y no lograrán aprender a hacer bien su trabajo aunque estén cincuenta años al frente de una consejería.
Alcanzamos el grado de lo intolerable cuando se crea una red para desviar fondos a cuentas opacas, librar grandes sumas de dinero del control presupuestario y destinarlas a fines espurios, detrayendo porcentajes suculentos del dinero destinado a crear riqueza, paliar el daño de la destrucción coyuntural de puestos de trabajo en momentos de crisis. El episodio de los hijos, raya lo alucinante.
El ejercicio de nepotismo fue vergonzoso, sin ninguna duda. Las filas socialistas en el parlamento regional le han respondido a Arenas que este asunto es vergonzoso. Uno pensaría que, por fin, reconocen la realidad; pero no es así. Lo vergonzoso es que se saque a colación algo tan repugnante en el parlamento, no los hechos.
Y una se pregunta si en su casa no escucharon ninguno de ellos eso de «¡Por Dios! ¿Qué dirá la gente?» Porque con el índice de paro, pobreza y descapitalización de Andalucía, hechos como los que están saliendo hacen obligada la pregunta a los que diseñaban ese complejo entramado. La consideración de la opinión pública, debería de haber sido lo primero que debieron contemplar. Parece que no oyeron nunca nada sobre el «qué dirán» o que si lo oyeron, les importa un bledo lo que opine esa gente. Califas de pacotilla, mediocres endiosados; espero que la gente exprese su opinión y que la Justicia caiga sobre ellos con todo su peso.
No sólo por lo que han ensuciado la imagen de Andalucía: lo merecen por el daño que han hecho a la gente que les paga su sueldo, por ese millón que no tiene trabajo ni posibilidad de tenerlo; por el sufrimiento de tantas familias. Por ellos, espero que la Justicia recaiga con la mayor fuerza para que nadie olvide, en lo sucesivo, que la política es servicio, sacrificio y respeto a los ciudadanos.
Mañana estaré en Madrid, con las víctimas. Nos veremos el domingo.
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