'La Dama de Elche' (mundobocata.com)
La vida del ser humano está marcada por una serie de hitos que la conducen a la madurez.
En una primera fase, la madre es el eje de la vida del niño, su fuerza nutricia, su protectora, su referente.
La siguiente etapa está marcada por la figura del padre (siempre presente, aunque de menor relieve en el periodo anterior). El niño le «descubre» en determinado momento, toma conciencia de la importancia que tiene en su vida, le convierte en su ídolo, todo lo que haga o diga es perfecto.
Más adelante, cuando comience a trabajar en la forja de su propia personalidad, el padre se convertirá en una figura «enemiga» que deberá «matar» para coronar su ciclo evolutivo hacia la madurez que cerrará el círculo evolutivo en un retorno fructífero a las figuras materna y paterna asimiladas sin tensiones por el individuo maduro que le llevará a la comprensión, la aceptación y la comunicación abierta en la que buscará su experiencia para que le guíe en sus decisiones de adulto, cuando aparezcan dudas o como mera opinión de contraste sobre lo que ha analizado para afianzarse o desechar alternativas posibles.
Este es el desarrollo ideal. Eso significa que no siempre ocurre así; porque la perfección no es la regla. Unos padres medrosos pueden forzar el proceso, llevando a su hijo a adquirir la fortaleza de la que ellos carecen en etapas muy tempranas o pueden transmitirle sus vulnerabilidades y condenarle a ser inseguro y manipulable.
Unos padres demasiado protectores pueden abortar las fortalezas de la personalidad de su hijo y convencerlo de que no es capaz de valerse por sí mismo y necesita esa figura de autoridad que le guíe a lo largo de su existencia, tome las decisiones importantes, asuma los riesgos que trae consigo la vida y cargue con los errores y los fracasos sobre sus hombros, liberando al hijo, más o menos comprensivo, de asumir la responsabilidad en los resultados.
El iter vital ideal se dará en exclusiva en aquellos casos en los que los padres sepan combinar la figura nutricia, protectora, los baluartes inquebrantables de seguridad del niño, con una postura activa que incite al hijo a probar sus fuerzas, a averiguar hasta qué punto es capaz de afrontar dificultades, forzándole a hacer lo que es capaz de hacer y celebrando el éxito en sus retos con gestos claros de aprobación y orgullo.
Esa evolución individual tiene su traslación en el desarrollo social. Podemos clasificar los colectivos nacionales siguiendo las pautas evolutivas del individuo.
Al principio, todas las sociedades eran débiles, estaban formadas por un grupo que no tenía masa crítica suficiente para protegerse, para prosperar, para garantizar su futuro.
En la noche de los tiempos, todos los grupos humanos adoraron a la diosa de la fertilidad, a la mater nutritia, a la fuerza natural que proporcionaba alimento, curaba enfermedades, protegía de los elementos adversos, hacía que pariera el ganado, fructificaran los rudimentarios sembrados, engendraran las mujeres para cerrar el círculo: suficiencia alimenticia para la tribu, recursos adicionales para destinar parte de la producción al trueque y obtener un refuerzo adicional y crecimiento de la población, necesario para intimidar a quienes sintieran deseos de atacarles, para disponer de recursos humanos suficientes para afrontar labores productivas y aventuras científicas destinadas a reforzar la economía y la fortaleza de la gens.
La clave estuvo siempre en las figuras paternas-maternas proyectadas en la cúpula dirigente de la sociedad. A veces, aparecían esos personajes medrosos que necesitaban sentir que lo controlaban todo para apuntalar sus inseguridades y contagiaron a toda la comunidad el sentimiento de inseguridad que dominaba sus vidas, condenándoles a una vida en la que dedicaban el grueso de su energía a obtener seguridad.
Otros estaban dominados por la casta protectora a ultranza que transmitía a los miembros de la comunidad el sentimiento de que sus dirigentes eran los heraldos de los dioses, atentos a transmitirles los riesgos que les acechaban y a inspirarles las medidas que había que adoptar para librarles de la destrucción.
La minoría de ese mosaico estuvo conformada por el prototipo de padres decididos a obligar a sus hijos a medir sus fuerzas, analizar sus capacidades, averiguar cuáles eran sus fortalezas y sus debilidades y explorar los caminos para transformar las primeras en confianzas arrolladoras en sus posibilidades, llamadas a impulsar a todos y cada uno de los individuos a desarrollar sus dones hasta el extremo al servicio de la comunidad y las segundas, en fuentes de estudio previo, análisis ulterior de la potencia eventual de los rasgos negativos y fórmulas para conjurar los parámetros nocivos evidentes que podían poner en peligro al conjunto, usando estrategias encaminadas a proyectar sobre ese núcleo que debilitaba al resto, una presión bien medida para obligarlo a cambiar de perspectiva y enfocar sus pesimismos desde una perspectiva distinta, para lograr que la visión sombría de las debilidades fuera la madre de estrategias de protección eficaces.
Todos estos hitos ancestrales siguen vigentes en nuestras sociedades. Las dictaduras férreas que doblegan al individuo sin que proteste la población, forman parte de esa figura paterna hiperprotectora que ha transmitido a la sociedad el convencimiento de que caerán en una espiral destructiva que les aniquilará de la faz de la tierra, si no les cuida esa figura elegida por la divinidad que, aunque no les libra de la penuria o de la miseria directa, les salva de males oscuros mucho peores.
Eso explica bien la pasividad de infinidad de pueblos, algunos de ellos muy ricos, que podrían ser muy prósperos ante sus dictadores; pero introduce una variable inquietante al mismo tiempo.
Ninguna sociedad es uniforme. Desde las más atrasadas a las más evolucionadas, todas comparten una historia ancestral, llámese memoria colectiva, común o social. Cuanto más avanzadas sean, mayor será el acervo de datos históricos que estén al alcance de los ciudadanos para construir un escenario histórico que refuerce sus convicciones políticas.
Si partimos de ese esquema, es muy sencillo comprender que, por mucho que sorprenda a un sector de la sociedad que responde al prototipo de los hijos que superaron la figura paterna, la fijación que demuestran otros sectores votando en masa a candidatos que han demostrado hasta la saciedad que son lo más perjudicial para sus intereses, es tan razonable como lógica.
Esos sectores conforman una masa de población «traumatizada» por una figura política que se asoció con astucia a la imagen paterna. Da igual que Gadafi haya sido un terrorista confeso o que Zapatero haya arruinado España, al tiempo que la dividía y recuperaba lo peor de la etapa que deflagró en la Guerra Civil del '36 del siglo pasado. Ellos necesitan esa figura paterna que han materializado en Gadafi o en José Luis Rodríguez Zaparero. Nunca aceptarán sus desmanes, negarán la mayor con contumacia y, lo más grave, nos condenarán al resto a un escenario político suicida para la Nación.
Todo antes de aceptar el error, afrontar la dura figura del «asesinato del padre» como parte del ritual obligado para instalarnos en la madurez vital. Su fanatismo veta cualquier atisbo de pensamiento crítico y nos aboca al resto, a quienes vemos con claridad que no es cuestión de ideologías, sino de sentido común, dar un golpe de timón y proteger a ultranza nuestros intereses.
4 comentarios:
Carmen, por primera vez tengo dudas en mi respuesta a su comentario: una bomba de gran potencial explosivo concentrada en la extensión de su entrada; es harto difícil decir más en tan poco espacio y expresarlo tan bien.
He tenido padre y aún tengo madre y, en las dos primeras décadas de mi vida he vivido una dictadura que se nos vendía como la Arcadia feliz, que afortunadamente desapareció tras romper los nudos de lo "atado y bien atado". Ahora tengo una vida propia que dirijo manejando el timón con mi esposa, y un hijo de 9 años al que corrijo el rumbo de vez en vez para tratar de conducir sus pasos hacia el destino que él quiera lograr, siempre mareando hacia el único puerto deseable: la felicidad y el crecimiento personal. ¡Qué difícil empresa para alguien que está todavía aprendiendo a navegar por la vida!
La vieja dama de Elche, con sus rodetes a ambos lados de la cabeza, nos recuerda el rito ancestral de la maternidad, tan olvidado por muchas mujeres que renuncian a ese poder para obtener otro poder terrenal menos transcendente. Los Jesuitas, entregados a la enseñanza en sus colegios, supieron comprender en su celibato la importancia de la educación y el poder que te da.
Un abrazo, Carmen, y mi enhorabuena a sus hijos por tener una madre tan lúcida.
Espero que esta creciente delegación de la educación del niño en la escuela, cambie pronto de rumbo; porque es nefasta.
El papel de los padres empieza en el minuto cero del nacimiento. La nana que entonará la madre para calmar el desasosiego o el dolor del niño es una melodía que viene de lejos, trasmitida de generación en generación.
Los viejos cuentos que cierran cada jornada, no solo son útiles para que haya menos resistencia a irse a la cama. Son la herramienta de trasmisión de los mitos y las leyendas del acerbo cultural y también una motivación poderosa para que desarrollen el mayor interés en aprender a leer para poder acceder de forma ilimitada a esas narraciones que les fascinan y les convierten en amantes de la lectura.
Ninguna escuela puede proporcionarle a un niño una atención tan individualizada como sus padres, que son quienes conocen mejor sus defectos y carencias, tienen capacidad para ayudarle a entender por qué tienen problemas en ocasiones y a ganar confianza en sí mismos mediante el refuerzo de los reconocimientos de cualidades.
Siempre nos equivocaremos en algo, es inevitable. Lo importante es que ellos sientan que hemos dado lo mejor de nosotros mismos para ayudarles a crecer.
Es inquietante que la cantidad y la calidad de tiempo para los hijos cada vez es menor y eso puede fomentar que trasladen la figura paterna a los dirigentes políticos, esperando que sean otros los que tomen las decisiones, resuelvan los problemas y terminen cautivos y manipulados por los gobernantes.
Aún así, hay un hecho indiscutible: hasta hace poco los niños tenían todo el tiempo y la atención de sus madres, incluso de sus padres y eso no ha logrado sociedades más fuertes, altos grados de madurez en los individuos o mayores cotas de responsabilidad personal y política.
Le agradezco la atención que me ha dedicado. Un saludo.
Mi querida ausente:
Como siempre disfruto mucho de tu lectura y siempre quedo con esa sensación amarga del no entenderte nunca plenamente, pues aunque reposa tu pensamiento condensado en palabras bien prensadas (y pensadas) estaría seguro de extraer muchas más enseñanzas de una "discusión" bien dirigida, con la que extraer las ramificaciones de aquello que no se ha escrito -siempre mucho más interesante. Todo el texto entendido, claro está, dentro del marco de entradas a un blog que si breves, tienen más virtud.
Todo esto como estarás imaginando, viene a cuento de una crítica que voy endulzando porque realmente me gusta leerte y aportar mi punto de vista: iconoclasta y rebelde, ya conoces a mis yorus.
La visión del individuo y el desarrollo de su personalidad fundamentada en la figura paterna/materna me ha encantado y la veo reflejada en mi propia vida y proyectada en la manera de educar a mis hijos, previendo el futuro que me espera (mi propia destrucción como padre para renacer posteriormente en la madurez de mis hijos). Sin embargo no comparto (siempre desde el cariño y con tu seguro perdón) la extensión a la sociedad y sus estadios formativos de ese mismo ciclo individual y, mucho menos si lo proyectamos desde el individuo de nuestra sociedad contemporánea hacia las sociedades primigenias.
Entiendo la sociedad como la que se ha ido formando a lo largo de siglos de "lucha" contra una Madre Naturaleza nada protectora contra la que había que poner medios para sobrevivir y a base de la aceptación de un "papá" Estado que nos imponía sus normas de enajenación de la individualidad en pos de un hipotético bien común. Podríamos decir que en este contexto Papá nació precisamente para luchar contra el afán aniquilador de Mamá. Todo esto es independiente del anhelo de determinados sectores de la sociedad de mantenerse invariables frente al cambio de paradigma que necesariamente exigiría un cambio político. Una ley física, la primera ley de Newton, explicaría igualmente bien el proceso. Y abundando en mi visión, compartiría el punto de vista de Asimov cuando creía poder prever el movimiento de una masa gaseosa y no de cada una de sus partículas. La sociedad se mueve así, en masa; y es difícil prever su movimiento si no es desde el conjunto de sus elementos, lo cual se aleja del individuo hasta hacerlo desaparecer.
Creo que vas viendo por dónde voy, así que no me extiendo más, si no únicamente para felicitarte por tu excelente blog que despierta algo dormido dentro de quienes te leemos. Un abrazo fuerte.
Carmen, recapacite, no me ha entendido, no ha entendido la importancia que yo concedo a la educación de los padres, que somos los verdaderos protagonistas de la formación moral y, en un segundo plano, la formación intelectual, con nuestro apoyo, de nuestros hijos. En mis comentarios nunca encontrará dobles sentidos porque yo siempre me expreso con la verdad (seguramente mi verdad, que puede ser necedad y equivocación)Y mi ironía procuro dejarla bien clara: en mi comentario no hay ninguna ironía y sí hay mucha sinceridad. La de un padre que pretende tomar las riendas de la educación de su hijo sin tirar demasiado de éllas.
Lo repito: Mi enhorabuena a sus hijos por tener una madre tan lúcida.
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