20/12/11

El círculo virtuoso



Mariano Rajoy, recibe el aplauso desde sus filas, al terminar el discurso de investidura. | Efe
Mariano Rajoy recibe el aplauso de sus filas tras pronunciar su discurso (EFE para 'El Mundo')


Todo discurrió como cabía esperar. Mariano Rajoy no desvelará quienes serán los miembros de su equipo de Gobierno hasta que informe a don Juan Carlos de quiénes son los elegidos para ocupar las diferentes carteras y no precisará los detalles de la política de cada ministerio; porque es competencia de los titulares de las carteras establecer el detalle de las medidas y, con independencia de que el presidente electo aún no sabe el alcance real de lo que se encontrará cuando tome posesión de su cargo y en tanto no lo sepa no puede concretar líneas de actuación, compete a los ministros designados estudiar la situación de las áreas de las que se hacen cargo, analizar el estado de cosas real y trazar la línea de actuación que estimen más adecuada. 

Rajoy ha demostrado que más que respetar las formas, las tiene asimiladas con tanta intensidad que no necesita pensar: adopta de forma instintiva el gesto que corresponde a cada momento, la actitud correcta en cada situación. Es el único que efectúa el saludo protocolario al rey de modo instintivo, uniendo una leve inclinación de cabeza al apretón de manos. No violará la cortesía de que el rey sea el primero en conocer la composición del nuevo gobierno y no incurrirá en la deslealtad de comprometer las decisiones de sus ministros adelantando detalles que son competencia exclusiva de los titulares de las carteras para satisfacer a los periodistas y a los miembros de la oposición.

Se ha limitado a trazar las líneas maestras de su programa de gobierno, tal como cabía esperar y ha exteriorizado, con un despliegue notorio, esa interiorización de las formas. 

Rajoy siempre fue un parlamentario brillante; pero sus discursos fueron siempre los del jefe de la oposición a lo largo de estos años. Era fruto de esa visión interna, meridianamente clara, del lugar que ocupaba en la cámara. Interpelaba en cada intervención a la máxima autoridad del Gobierno, al que veía como la entidad superior en la escala jerárquica y, por enérgico que fuera el contenido de su discurso, su lenguaje corporal transmitía con fuerza esa visión de sí mismo como representante de una figura institucional de inferior rango.

Esa visión clara de la organización institucional que le caracteriza le trasmutó la figura en la comparecencia del día de hoy ante el Congreso. Ya no era el responsable de fiscalizar las decisiones del Gobierno, obligado a ejercer la oposición a las decisiones del Gobierno que consideraba perniciosas para España, obligado a mantener un equilibrio entre la expresión enérgica de la repulsa y el cuidado de las formas en que lo hacía; porque la reprobación a las decisiones que combatía afectaban al ámbito superior de las instituciones políticas y había que mantener una lealtad institucional para no dañarlas más aún de lo que lo hacían sus titulares.

Hoy era el protagonista de un acto del ritual de investidura cuya esencia es la exposición del ganador de las elecciones a la presidencia del Gobierno, de unas líneas maestras de acción gubernamental llamadas (en términos idílicos) a convencer a los partidos de la oposición de que el programa que ofrece a su consideración es el adecuado a la coyuntura que afronta España y trata de persuadirles para que voten su investidura. 


Las líneas que trazó fueron convincentes para quienes consideran que, el grueso del problema que enfrentamos radica en un círculo vicioso: la crisis genera inseguridad. ES cierto que ha destruido un gran bocado del pastel de creación de riqueza; peor hay otra gran parte de sector del consumo que conserva su poder adquisitivo, de empresas que capean la crisis con éxito; pero el miedo  manda,nos cohíbe a todos y contrae la demanda. Si se rompe ese círculo vicioso, si se genera confianza, entraremos en el círculo virtuoso que generará intercambios y restablecerá la normalidad en el mercado.


Eso es lo que persigue Rajoy: romper el círculo vicioso y sustituirlo por el círculo virtuoso. Su éxito dependerá de la eficacia que desplieguen los ministerios claves en la generación de confianza. Es imprescindible que el líder no los maniate de antemano con promesas frívolas y deje a su cargo  la concreción de las medidas encaminadas a romper el círculo vicioso para abrir brecha hacia el virtuoso.

En la circunstancia actual no deja de ser una cuestión de trámite, puesto que su mayoría le garantiza la proclamación como presidente, aunque vote en contra el resto de la cámara; aún así, Mariano Rajoy elaboró el discurso más adecuado para convencer a un arco parlamentario ideal, nutrido por representantes comprometidos con el interés común por encima de las particularidades puntuales para que le prestaran su apoyo.

La fortaleza de los resultados generó el porte instintivo en el candidato sensible al estatus. Nada ni nadie podía evitar su designación y su tesitura gestual fue abrumadora. Había alcanzado la condición de presidente y todo en él transmitía la  asimilación del poder. Derrochaba dominio, tanta seguridad que no tuvo empacho en dar un toque de aviso recordando, tanto a los miembros de su propio partido como a los de la oposición, que estaba acostumbrado a ser apaleado y era capaz de sobrevivir a las maniobras destinadas a convertirle en un cadáver político.

Ayer reflexioné sobre el elemento vital del discurso de investidura. No radicaba en la figura de Mariano Rajoy, consagrada por los resultados de las elecciones como Presidente del Gobierno, hiciera lo que hiciera en la sesión de investidura, como en la de Alfredo Rubalcaba, obligado a emitir un mensaje en su puesto provisional de jefe de la oposición, en la respuesta al discurso de Rajoy.

Fue cicatero, melifluo. Prometió ser una oposición leal, en tanto en cuanto el nuevo gobierno adoptara como grandes prioridades el programa del candidato derrotado. Si no pone todo su empeño en  poner en marcha un programa que repudió en nicho de votantes socialistas hasta el punto de rebajar al mínimo el nicho de votantes al partido en su historia en democracia, no le apoyará.

Ayer reflexioné sobre los misterios de los análisis que realizan los expertos de los partidos de los mensajes de sus dirigentes. Veremos si el empecinamiento de Rubalcaba en la defensa de un proyecto que ha llevado a su partido al mayor desastre electoral de la democracia, le ayuda en su proyecto. Diseñó el discurso de hoy como un guiño a su partido, más que como una respuesta a la propuesta del aspirante a Presidente. Veremos pronto esa estrategia ha surtido efecto.

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