Iluminación navideña de la calle Uría de Oviedo. Foto, Luisma Murias
La crisis les ha dejado sin trabajo, tienen cuatro hijos. La madre suele llevar a la más pequeña con ella cuando va a recoger cada día comida para todos en el comedor de 'La Cocina Económica'. Cecilia es una muñeca peinada con primor por su madre. Limpia, planchada, con una sonrisa permanente en los labios, como su madre, tiene embobadas a las monjas, a las voluntarias, al personal que ayuda en el comedor.
Hoy las monjas preparan las bolsas con especial cuidado. A parte de la sopa y el resto del menú del día, la cargan con paquetes con mazapanes, unas tabletas de turrón, fruta...
La madre estaba entre las últimas de la cola y aún se detuvo a charlar un rato con otra en la calle, con lo que la encontré cuando salía. Me sonrió y le felicité la Navidad. Había un rastro inevitable de vergüenza en mi felicitación; porque en el fondo, todos somos responsables de que esta familia esté en esta situación, como tantas otras. «Confiemos en que esto se arregle pronto y vuelva a haber trabajo», comenté intentando poner un poco de esperanza en lo que desde mi punto de vista, tenía que ser una Navidad muy triste para ellos.
Pronto me sacó de mi error. Cierto que eran tiempos malos, pero «la buena gente» les ayudaba de un modo inimaginable en su país. Les ayudaban a pagar la vivienda y los gastos, les daban comida que cubría sus necesidades, tenían agua caliente, calefacción, muchas comodidades que los pobres de su país no podían ni imaginar.
Su marido es muy habilidoso y han salido en descubierta para reunir los materiales que necesitaban para adornar la casa. Han cogido ramas verdes, musgo y han estado guardando el papel de aluminio con que les envolvían a veces algunas raciones y con pasta de papel y unas pinturas han hecho las figuras del belén. Están disfrutando mucho preparando adornos con papeles de colores y la casa está quedando preciosa.
Mañana vendrán unos amigos con sus niños, pondrán la comida en común y cenarán en familia. Cantarán villancicos, bailarán al son de una guitarra y cuando llegue la hora, irán todos a la Misa de Gallo.
«Es una bendición, señora, saber que no hay ningún peligro, que puedes ir con los niños a medianoche por las calles, sin que haya ningún riesgo. Iremos un poco antes para que los niños vean el belén del la parroquia. Lo ponen todos los años, es precioso y les encanta».
Remató contándome que hay que saber aceptar lo que Dios nos mande y me habló de una vecina, subsahariana, que le contó que le pareció una maravilla, cuando llegó aquí, disponer de agua, toda la que necesitara, sin más esfuerzo que abrir un grifo. En su tierra, contaba, la ocupación más importante era disponer de agua y caminaban días y días para buscarla, la administraban con el mayor cuidado y no entendía cómo podía ser tan inconsciente la gente de aquí, que no daba ningún valor a esa suerte increíble de tener toda el agua que quisiera, que la desperdiciaban regando calles cuando llovía a mares, que no se daba cuenta del privilegio que disfrutaba disponiendo de un bien tan valioso.
Ella la entendía; porque, aunque en su pueblo no era tan complicado obtener agua, sí vivió una angustia parecida cuando los huracanes les dejaban sin agua potable.
Remató con una reflexión lapidaria: la felicidad no está en lo que se tiene, sino en disfrutar lo bueno de cada momento, ser consciente de que tener agua, comida, un techo, los seres queridos a tu lado, es lo más importante y si hay cosas malas, confiar en Dios, tener la fe necesaria para conformarse y esperar que su misericordia te alcance y mejore tu situación. Lo hará si eres paciente, si lo pides y lo ganas siendo bueno, compartiendo con los demás lo poco que tengas, ayudando en la medida de tus fuerzas, dando tanto como recibes para practicar la misericordia que imploras.
Supe, sin la menor duda, que su Navidad era mucho más feliz que la de la mayoría de los que servirán manjares carísimos, vinos que cuestan lo que ella administraría para vivir varias semanas; pero que reducirían su fiesta a comer y beber, sin tener la menor idea de que era un milagro abrir un grifo y que saliera agua cristalina. En cambio, la madre de Cecilia, su marido, sus amigos e hijos, iban a disfrutar como ninguno de nosotros porque para ellos es un gran regalo todo lo que nosotros damos por hecho y cuando salieran a la Misa de Gallo caminando con tranquilidad por las calles a medianoche, la garantía de que ese paseo era seguro era lo más valioso que podían imaginar.
Feliz Navidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario