2/12/10

¿Quién auxiliará a los parados de larga duración?


Acabo de escuchar a Fernando Ónega en Onda Cero, dirigir una carta abierta a un parado de larga duración. Una carta llena de sentimiento, doliéndose de los recortes que quitan el subsidio de 423 € a ese hombre que ha perdido su trabajo en una edad que no le permite acceder a otro.

El otro día, un brillante bloguero: Monsieur de Sans-Foy, escribía en el blog de Santiago González:

«Estos tíos (los socialistas) están consiguiendo maravillas en mí: me han hecho amar mi país y respetar mi bandera... me han acercado a la Iglesia... y ahora, me hacen desear vestir bien y comportarme como un caballero. 
Hoy me voy a poner corbata, mira».

Al leerle entendí que el proceso que retrata en ese post lo hemos seguido muchos (bueno, yo no me pongo corbata). Hace varios años que una persona muy querida me pidió que la acompañara a la Cocina Económica; porque necesitaban voluntarios.

Reconozco que mi viejo distanciamiento de la Iglesia no me impidió reconocer el valor social del trabajo que desarrollan las parroquias, Cáritas, las propias Hermanas de la Caridad a través de La Cocina Económica o sus albergues para transeúntes, los Cotolengos, que acogen enfermos irrecuperables, como paralíticos cerebrales, minusválidos, ciegos... y encuentran allí un lugar en el que son cuidados y atendidos con esmero.

Al atender esa petición de acudir como voluntaria a La Cocina Económica, un sitio en el que nunca estuve (pese a que cuando estaba en la Universidad una de las modas era ir a comer allí), descubrí el mundo de la caridad en su estadio puro y resultó muy gratificante. Me conmovían mucho el grupo de ancianos que iban cada día a comer allí; porque sus pensiones eran tan escasas que no alcanzaban para cubrir sus necesidades básicas. 

Descubrí una organización perfecta, que sólo puede conseguirse cuando las personas que dirigen ese servicio viven para eso, ponen todos sus recursos intelectuales y personales en forma de trabajo duro para organizar bien las cosas, obtener recursos, para servir una comida constituida por una sopa, un plato principal, un segundo plato, postre y los domingos, café y refrescos para acompañar la comida, en vez del agua que se sirve cada día. 

Fui testigo de la ilusión con que las hermanas preparaban la gran fiesta de Nochebuena, Navidad, fin de año, Año nuevo, adornando el comedor, aviando las mesas con recursos muy humildes; pero muy efectivos, para servir esa cena o comida de un modo especial, animarla con un grupo de chicos que venían con sus guitarras a cantar villancicos, ansiosas por compensar la pobreza y la ausencia de la familia en torno a sus invitados, puesto que esos días no se cobra nada (el resto, el precio de la comida son 50 céntimos).

Cuando empecé, la media de comensales era de 120 en la comida y 50 o 60 en la cena. En días muy especiales podíamos servir 140 comidas; pero era raro. Además, como las hermanas consideran que el ambiente del comedor no es el más adecuado para los niños, había tres familias que llevaban la comida para ellos y sus hijos. 

Ahora la media de las personas que van al comedor está en 160 en la comida y 100 en la cena. A las dos menos cuarto, cuando se cierra la entrada al comedor, llega el turno de las familias. Se reparten cada día noventa raciones para llevar a casa, en las que hay una sopa, un plato principal, un segundo plato, postre y pan. Pero, además, reparten artículos de primera necesidad: legumbres, leche, Cola-cao, azúcar, sal, galletas, cereales, yogures, fruta para que puedan disponer de reservas de alimentos.

No se limitan a esto. Han buscado alojamiento para personas de avanzada edad que no tenían dónde vivir, acudiendo a personas acomodadas para que les pagaran una habitación; se han movido para que quienes ya no podían estar en sus casas, dada la avanzada edad que habían alcanzado, para que les admitieran en una Residencia.

Esos parados en situación desesperada, no pueden esperar ayuda de un Estado que ha fundido en cinco años todos sus recursos económicos y tiene que endeudarse cada día para atender sus pagos; pero encontrarán un sitio donde les darán una comida nutritiva, sabrosa y con todas las garantías de higiene, incluso más, de las que encontrarían en el mejor restaurante. Les surtirán de alimentos básicos, en Cáritas les proporcionarán ropa y calzado y podrán sobrevivir hasta que las cosas mejoren o lleguen a la edad en la que tengan derecho a cobrar la pensión de jubilación.

Son muchos los españoles anticlericales y el Gobierno ha contribuido con generosidad a incrementar el odio a la Iglesia; pero cuando hay hambre, miseria, graves necesidades, es la Iglesia, no el Estado, quien asegura comida y calzado a los parados que no pueden encontrar trabajo.

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