Blake Edwards murió hoy a la edad de 88 años, dice la prensa; pero no es verdad.
Blake no puede morir; porque nos deja una obra, su obra, su larga vida, en forma de películas, guiones, risas y mensajes para la reflexión entretejidos en sus gags más afortunados.
Nos deja, también una música unida a nuestra vida, fruto de la colaboración con Henri Mancini a quien descubrió en la película de Orson Wells 'Touch of Evil' (1958) conocida en España como 'Sed de Mal'. Cuando escuchemos 'Moon River' o 'La Pantera Rosa', aunque sepamos que escuchamos a Mancini, siempre recordaremos a Edwards.
Fue un personaje entrañable que llenó nuestras vidas de momentos inolvidables. Hay críticas durísimas en sus películas; pero hechas con tanta ternura, tanta comprensión, tanta tolerancia para la debilidad del ser humano que retrata a través de parodias geniales, que la transmisión de esos mensajes te dejaba un sentimiento amable, tan tolerante y cariñoso como fue el suyo al crear los personajes y las tramas con las que nos hacía reír y pensar.
Blake Edwards tiene un gran valor para mí. No pretendió ser trascendente, concienciarnos, adoctrinarnos. No pretendió cambiar nada, se limitó a ofrecernos su visión del mundo y los seres humanos con humildad, sin pretensiones, con un oficio inmenso, puesto que lo fue todo en el cine: extra, actor, guionista y director.
Era grande en el plano profesional, en primer lugar, porque estaba tocado de modo innato por esa chispa que distingue a un creador excelente de un genio; en segundo lugar, porque conocía todos los oficios del cine, sabía las dificultades que afrontaba cada una de las piezas del engranaje de la narrativa cinematográfica y recorrió todos los géneros.
Ese dominio le proporcionó otro de sus grandes logros: era un gran director de actores que logró interpretaciones antológicas, algunas de las mejores de la carrera profesional de actores como Audrey Hepburn, Peter Sellers, Jack Lemon, Lee Remick, James Garner o Robert Preston, entre otros muchos. La clave era que daba libertad a los actores y remataba la planificación de la filmación tras observarles en el ensayo en el set.
Es eso lo que admiro: que fuera capaz de abordar el drama del alcoholismo, por ejemplo, en 'Días de Vino y Rosas' y nos evitara el sermón envolviendo el mensaje con un tratamiento genial en clave de humor, dejando de nuestra cuenta reflexionar sobre el problema de fondo o limitarnos a disfrutar una obra maestra.
Blake Edwards está en otra dimensión, en una dimensión especial a la que fue acercándose a lo largo de una vida y hoy ha dado el salto hacia esa inmortalidad. Nos deja su mirada a través de la cámara, una mirada limpia, franca y aguda, que nos ha ayudado a mirar de un modo nuevo. Eso le debemos, más de lo que él imaginó nunca, con toda seguridad.
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