El día 17 de diciembre fue asesinada una mujer, otra más, a manos de su pareja. Había pedido protección; pero el juzgado consideró que no estaba acreditado que hubiera riesgo real para su vida.
Lo que más me ha dolido de esta noticia, al margen de la muerte de una chica de veinticuatro años que deja cuatro hijos, el menor de ocho meses, huérfanos, fue la reacción de la ministra Pajín. La pobre está muy preocupada y va a estudiar la casuística de la violencia.
Lo que me inquieta, es que cuando saltó la noticia a los medios, se dio una información (que escuché en persona): el asesino es un hombre marroquí de 29 años. No dieron datos de la nacionalidad de la mujer.
Esa noticia desaparece de inmediato. Nadie menciona la nacionalidad de los asesinos, salvo que sean españoles. Hace tiempo que rastreo ese dato y me gustaría que alguien me mostrara una estadística; porque es importante saber cuántas de esas agresiones fueron ejecutadas por españoles y cuantas por hombres de otras nacionalidades.
La excusa de que no se puede estigmatizar a los extranjeros informando de su condición de tales cuando protagonizan estos sucesos, me parece estúpida.
La violencia contra las mujeres tiene una base sociológica unida a la psicología. Empezaré por la base psicológica. Hay tres planos evolutivos, descritos a la perfección por Rojas Marcos en varias de sus obras, resumidos (desde mi punto de vista de un modo magistral) en 'El Delirio, un Error Necesario'.
El ser humano evoluciona movido por el deseo: deseo de encontrar comida, de tener un hogar para guarecerse, de disponer de recursos que faciliten la caza... Ese deseo le lleva a idear métodos para obtener lo que busca. Le lleva, también, a relacionarse con las cosas y su entorno de un modo que va cambiando conforme evoluciona intelectualmente.
En ese primer estadio de evolución, su relación con las cosas que toma o le pertenecen, es utilitaria. Es la que mantenemos con las cosas que nos sirven y no despiertan sentimientos afectivos. Compras el periódico porque quieres conocer las noticias, una vez leído lo abandonas en el bar o lo tiras a la papelera con absoluta indiferencia, ya no tiene utilidad y no tienes ningún motivo para conservarlo ni sufres abandonándolo.
En el segundo estadio, surge un lazo entre el objeto de deseo y la persona: el sentimiento de propiedad. Es tuyo, te sirve, lo necesitas y lo utilizas en función de tus necesidades; desarrollas un sentimiento de dominio sobre él hasta el punto de que, cuando no puedes mantenerlo o no te sirve ya, no lo cedes a ningún precio, no toleras que lo posea otro y se destruye. Ejemplo: un guerrero desea conquistar una ciudad y lo logra; pero ve que no tiene capacidad para conservarla, que se la van a arrebatar y la incendia y la destruye por completo, antes que otro disfrute de aquel lugar tan hermoso.
El tercer estadio es aquel en el que el ser humano desarrolla afectos por su objeto de deseo. En el ejemplo del guerrero, preferirá entregar la ciudad o abandonarla a tiempo; para evitar que sufra daños, si ve que no puede defenderla.
Este rollo viene a cuento de una realidad: muchas parejas no desarrollan una relación afectiva madura, no han conseguido llegar al tercer estadio de evolución emocional, por las razones que sea (con frecuencia por influencia del entorno, pero otras, sólo porque están dotadas para desarrollar ese sentimiento) y basan su existencia compartida en el sentimiento de propiedad. Esas personas son celosas, posesivas, egoístas, sólo piensan en su satisfacción y exigen que el otro acepte la sumisión a sus criterios, deseos, expectativas. En resumen: el otro no es para él una persona, sino una 'cosa suya'. Lo más trágico es que aún está extendida en la sociedad la idea de que los celos son una muestra de amor, cuando son la prueba incontestable de que lo que revelan es la incapacidad del que los siente para amar.
El aspecto sociológico viene dado por la concepción del papel de la mujer en una sociedad dada. En los países latinoamericanos, no digamos ya en los norteafricanos, la cultura machista de 'propiedad' de la mujer está muy arraigada. Por ello, no es extraño que ejerzan una violencia psicológica, incluso física y sientan que pueden matarlas si no actúan como esperan de ellas en todo momento, cosa que es una traición muy grave en sus esquemas, que justifica el acto, tanto ante sí mismo, como ante la sociedad, que puede aceptarlo como incontestable.
Por eso es importante aclarar si el agresor o el asesino es o no español; porque si la inmensa mayoría de las mujeres que soportan la violencia de sus compañeros, novios o maridos, está constituida por españoles, habrá que iniciar de inmediato una campaña en las familias y las escuelas para inculcar a los niños y a las niñas la idea diáfana de que la pareja no es una propiedad y deben basar su relación en el respeto y el diálogo. Pero si la inmensa mayoría de los que atacan a sus mujeres son extranjeros, lo que habrá que hacer es una ley que, además de proteger a esas mujeres, expulse al marido, incluyendo a su familia, cuando sea todo el grupo el que la somete a violencia, retenciones ilegales y malos tratos.
Esos individuos deben ser expulsados con la prohibición expresa de pisar territorio español durante muchos años, si no el resto de su vida, tras un juicio y una condena que cumplirán de forma previa y completa; porque no sólo son una lacra, sino un pésimo ejemplo para los niños españoles que día sí, día también, ven en las noticias un mundo en el que la violencia más extrema sobre las mujeres se convierte en algo normal.
Eso para empezar; porque sobre este tema, hay mucho más que meditar, entre otras cosas, el efecto contagio que producen las noticias de este tipo servidas en caliente cada poco.
Después de todo, no deja de ser una buena noticia que la ministra decida 'analizar', aunque haya necesitado 71 mujeres muertas para darse cuenta de que algo están haciendo mal.
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