El viernes pasado el Foro Nueva Economía otorgó un premio a Van Rompuy, Presidente del Consejo Europeo.
Hubo anécdotas divertidas en la entrega. La primera, la entrada de las personalidades: José Luis Rodríguez Zapatero, Javier Rojo, Joaquín Almunia, Trinidad Jiménez, Valeriano Gómez, Ramón Jáuregui, María Luisa Cava de Llano, Cándido Conde-Pumpido, Manuel Núñez y Antonio Griñán. A la derecha del escenario se habían alineado las sillas que deberían ocupar. Al Presidente le correspondía la primera, empezando por el fondo. Una vez más, se mostró inseguro respecto al lugar en que debía situarse y tuvieron que señalarle su puesto.
La cara del Presidente mostraba un gesto crispado, encerrado en sí mismo y distante, mientras el presidente del Forum, José Luis Rodríguez García presentaba el acto. Cuando le dio la palabra, Zapatero pronunció un discurso en el que, por supuesto, imperaba la visión optimista, «lo que duele en Atenas daña a Amsterdam, si Barcelona florece, Berlín prospera», sin que esas reflexiones le llevaran a la más leve mención de que algo había hecho mal para convertir nuestro país en un problema para Europa y aseguró que estábamos en la última curva de la crisis con una tranquilidad que asustaba.
Llevaba bien preparado el discurso. Leía; pero levantaba la mirada con frecuencia, la dirigía al premiado o al auditorio y volvía a los renglones sin perderse. Era evidente que tenía memorizado el texto y dio una buena imagen física. Otra cosa era la evidencia de su optimismo infundado rayano en lo suicida.
Cuando la prensa nos cuenta que le llama uno u otro dirigente para apretarle las tuercas, la impresión que se percibe es que se trata de un suceso extraordinario. En ese acto quedó claro que no es así, que hay una comunicación fluida y frecuente.
Una vez que terminó su discurso, su aspecto cambió por completo. Sonriente, suelto, contento, escuchaba con aire de complicidad el discurso de Hermann Van Rompuy que, con la delicadeza debida al contexto, insistía en la idea fundamental: ahora los problemas de un país son los de todos los países y todos debemos esforzarnos en acometer políticas que ayuden a salvar la crisis.
Zapatero sonreía encantado de que compartiera su mensaje-fuerza, sin que pareciera percibir que el cordial recordatorio era una petición más perentoria de lo que aparentaba. Pocas horas antes, el Presidente del Banco Central Europeo, Jean Claude Trichet, le había dicho que las medidas adoptadas eran insuficientes, que había que profundizar en la reforma del mercado laboral y de las pensiones. Daba un poco de vergüenza ajena lo mucho que se rió cuando, con graves dificultades, Van Rompuy le dijo en español, «felicidades por haber cogido el toro por los cuernos».
El gesto de Van Rompuy era muy expresivo. La felicitación envolvía un sentimiento de alivio y cierta frustración, entremezclados. Zapatero se quedó con la felicitación, más contento que un gorrión sobre un saco de trigo al ver reconocida su política por el mandatario.
Se notaba, insisto, una complicidad que demuestra que el trato de nuestro presidente con las autoridades de otros países es frecuente. Puede que ellos no tengan la mejor opinión de él, que ni siquiera les caiga bien a muchos; pero es evidente que él se siente integrado en el concierto de autoridades europeas y daba la impresión de que considera a Van Rompuy, si no un amigo, una persona cercana.
La pincelada frívola de la noche: Trinidad Jiménez tuvo el detalle de rendirle un pequeño homenaje particular al galardonado. Vestida de negro de pies a cabeza, calzó una réplica exacta de los zuecos del traje típico flamenco en versión zapato abotinado de tacón alto que me dejaron muy impresionada.
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