22/4/10

Mujer/hombre florero

Cuando uno se compromete a compartir su vida con una persona asume que en esa vida habrá cosas encantadoras, cosas menos agradables, cosas odiosas y compra el paquete o no lo compra.
Hay una cosa odiosa en el matrimonio: los compromisos sociales de pareja. No siempre, por supuesto; pero el grupo de los que yo denomino 'ejercicio como florero' suelen serlo.
El 'ejercicio como florero' entraña siempre un trasfondo. A la esposa o el marido son invitados por la empresa o una institución a la que pertenece el otro, por razones de estrategia empresarial o protocolo. En otras ocasiones son un gesto de amabilidad sin mayor transcendencia y en esos casos puedes declinar la invitación.
El primer caso es el que me espanta; porque entraña una serie de actividades (suelen entretener a las señoras llevándolas a recorrer las tiendas más selectas del lugar en una peregrinación sin fin y para que tengan una ración de tipismo, terminan la ronda en algún mercadillo para que tengan una visión cósmica de la oferta local). A veces unen actividades más interesantes intercalando visitas a monumentos que proporcionan un alivio a las que odian las tiendas y los mercadillos y hacen fruncir el ceño a las que no tienen ningún interés por ver piedras viejas.
Luego vienen las cenas, que suelen ser un momento en que la gente se dedica a comer sobre todo y entabla conversaciones triviales sobre hijos, servicio o cotilleos de sociedad en el ámbito femenino o sobre fútbol o asuntos de trabajo en el masculino, a grosso modo.
Sin embargo, esto es engañoso. La mujer de un profesional, un político o un diplomático (pasemos a marido de una profesional, político o diplomático) si tiene una conciencia clara de su papel en ese foro, puede hacer todo eso; pero también puede emplear ese tiempo en obtener información que puede interesarle a su marido, entablar amistades que pueden ayudarle en un momento dado y, en fin, desplegar una sutil y muy discreta estrategia ejerciendo de relaciones públicas, para convertirse en la otra parte de un todo que trabaja codo con codo.
Nadie está tan de acuerdo como yo en que es un martirio acudir a esas reuniones; pero si has aceptado a determinada persona para casarte con ella. Si no le has obligado a renunciar a ocupar un cargo que entraña obligaciones que van a involucrarte en ocasiones y vas a tener que hacer cosas que te sacan las muelas cada cierto tiempo, tendrás que aguantarte y hacer de la necesidad virtud.
Si esa aceptación, de paso, te ha permitido conocer un mundo, una forma de vivir, te ha permitido usar tu posición para obtener cosas que en otro caso no hubieran estado a tu alcance. Si has logrado que se financien espectáculos con el dinero de tus conciudadanos para lustrar tu currículum con la mención de un trabajo con uno de los más grandes en algún terreno, sean ciencias artes o industria, entonces no puedes tomar la zanahoria y tirar las hojas.
Más si en esas reuniones que odias, tienes la oportunidad de desplegar una actividad (si eres responsable y seria, no un florero perfecto, por supuesto) que te permite transformar el mal trago en un momento en el que has prestado un servicio a tu marido o esposa y a tu país.
Una persona puede ser un florero o ejercer como florero. Si es un florero, no importa que se quede en casa (salvo para los responsables de protocolo que tendrán que hacer un esfuerzo adicional para cuadrar las mesas), pero uno espera que las autoridades o sus cónyuges no sean floreros, sino que ejerzan, con arte, además, como floreros.
Hay una diferencia abismal entre esos dos conceptos. Claro que hay que tener cierto nivel de inteligencia para entender cómo funcionan las cosas y parece que de donde no hay, no se puede sacar.

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