Aún así, sobrecoge un poco leer en la prensa económica que España empieza a ser tratada como «tóxica». Me encantaría poder arreglarlo; pero como no puedo hacer nada, mejor uso la escritura para lo que vale, en realidad, para despejar la cabeza y encontrar un punto de sosiego.
Una de las cosas más interesantes del día es la información sobre las consecuencias de la erupción de un volcán en Islandia (a ver si lo escribo bien) Eyiafjol.
Soy una gran convencida de que se está produciendo un cambio climático. De hecho, sé que está pasando esto hace muchos años. Cuando yo era niña, los inviernos empezaban pronto, los campos amanecían cubiertos de escarcha de octubre a abril, nevaba todos los años y de repente, eso dejó de pasar con tanta frecuencia.
Y eso no es nada, para lo que había antes: en el s. XVI, había un cambio climático del copón. Las crónicas de Tirso de Avilés, sobre catástrofes climáticas ponen los pelos de punta.
Lo que me da mucho miedo es ver a los climatólogos (que saben menos del clima de lo deseable, aunque todo llegará), decididos a meter mano al cambio climático.
Esta erupción tiene una parte positiva. Con un poco de suerte, hará ver a quienes creen que pueden dominar los elementos que la cosa no es tan fácil. Por mucho que capten fondos y obtengan inmensas sumas para intentar que las cosas ocurran como ellos quieren, todos los esfuerzos se pueden arruinar con una serie de erupciones volcánicas arrojando a la atmósfera cenizas y gases altamente contaminantes en cantidades muy superiores a lo que emite la industria de todo el mundo.
Lamento transmitir tan poca confianza en ellos; pero es que toman iniciativas que, si son conscientes de lo que están haciendo, resultan difíciles de entender.
Pongamos un ejemplo: Hace poco convocaron algo así como «El Día de la Tierra» y llamaron a la movilización a todos los ciudadanos del mundo para que apagaran las luces durante una hora en todo el planeta.
Incluso en mi ayuntamiento, hubo una gresca terrible entre los que mandan y la oposición porque los últimos sostenían que el Consistorio no había apagado las luces y era un asesino del medio, por ese motivo y los otros juraban que sí lo habían hecho. Mi pasmo no conocía límites.
Vamos a ponernos en situación. Vamos a imaginar que el amor que todos sentimos por nuestro planeta nos lleva a acatar la consigna y que a las diez de la noche, en punto, todos le damos al diferenciador y dejamos la casa sin luz, el ayuntamiento apaga todo el alumbrado y todo queda a oscuras.
En el momento en que todos apaguemos al unísono, la energía eléctrica que está circulando se encuentra que queda atrapada, que no tiene salida en un punto final. En ese momento, en la subestación más cercana saltará un mecanismo que impida que entre la que le está llegando, la anterior hará lo mismo y todas las subestaciones se pararán en cuestión de un minuto, las centrales dispararán, porque no pueden sacar la energía y todo quedará a oscuras en este país, ahora de verdad.
A la vez, la línea de alta tensión que trae el suministro de Francia, ante la falta de demanda, disparará también, con lo que empezarán a saltar subestaciones en Francia. No digamos ya la debacle si todos los países del planeta hacen lo mismo.
¿Por qué debacle?, dirán algunos. Hay centrales eólicas e hidroeléctricas. En cuanto encendamos la luz se restablecerá el servicio, con ellas como fuente. Falso. Toda la producción se detendrá y ocurre que para poner en marcha una central, necesitan suministro eléctrico, aunque sea hidroeléctrica, eólica o solar. El pequeño detalle es que no habrá energía eléctrica para desencadenar el arranque y pueden pasar semanas (lo hemos visto en Cataluña) antes de restablecer el servicio eléctrico.
Imaginemos los hospitales sin luz, los grandes frigoríficos y congeladores de los mercados centrales sin la energía necesaria para conservar los alimentos, las farmacias con los frigoríficos que conservan las vacunas...
No habrá cajeros electrónicos, no funcionará Internet, no habrá tráfico bancario porque hoy todo funciona a través de los ordenadores. El tráfico en las grandes ciudadades, sin semáforos, será imposible, millones de familias no podrán calentarse una sopa de sobre, porque no hay electricidad. No habrá trenes, no habrá tráfico aéreo, no funcionarán los móviles.
Eso es una muestra de lo que puede provocar una medida de apariencia trivial. Imaginemos que triunfa la idea de intervenir en los mares para frenar el cambio climático. ¡Se me ponen los pelos como escarpias!
Espero que Eyiafjol nos haga reflexionar un poc,o comprendamos que hay que cuidar la Tierra, dejar de esperar que los servicios públicos limpien las playas, montes y ríos y empecemos a organizar romerías con brigadas de limpieza formadas por ciudadanos que a la vez que limpian un entorno, conviven, se conocen, comparten comida y diversión cuando terminan la faena y vuelven a casa con el sentimiento de que el Medio Ambiente es algo propio que deben conservar. Separemos la basura, reciclemos, intentemos contaminar lo menos posible; pero no intentemos ser dioses. Sólo somos una especie más entre millones en este planeta.
1 comentario:
Una catastrofe.
Aprovecho tu interes en el tema para invitarte al concurso de minirelatos apocalipticos, a celebrar en el blog UHF
http://blogs.que.es/invictus/posts
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