24/6/10
La tragedia, ese gran negocio
Quiero empezar por enviar mi más sentido mensaje de pesar a la familia de las víctimas del accidente.
Dicho esto, no puedo dejar de sentir asco y pena ante la actitud de la prensa, que una vez más, se comporta como una bandada de aves carroñeras que se lanzan sobre los despojos para aumentar la audiencia.
Supe de la tragedia (boca a boca) por la mañana; porque no había oído la radio ni leído la prensa. No necesité más detalles que la noticia escueta para ponerme en el lugar de las víctimas y sus familias. No necesitaba más información para hacerme cargo de la tragedia.
Seguro que si fuera familiar o amigo de alguna de las víctimas, lo último que desearía sería ver una bandada de periodistas abordándome para que le cuente o revoloteando por el lugar en el que espero la confirmación de que mi hijo, sobrino o amigo ha muerto.
Hoy apagué la televisión cuando llevaba entre pecho y espalda diez minutos de disgregantes varias sobre la noticia, exprimida como un limón para sacar todo el jugo a los índices de audiencia. No es posible poner la radio, sin tropezar una tertulia en la que se usa a los muertos para una conversación dizque sesuda que provoca náuseas.
Debo ser un bicho raro, estoy segura; porque si ocupan tanto espacio en este asunto, desmenuzan detalles, pelean por ser quién dice la frase más ingeniosa u ofrece la imagen más atroz de los hechos, es porque hay mucha gente ansiosa por escuchar y ver lo que dicen y eso, no nos engañemos, supone un ingreso adicional para los Medios.
Son carroñeros, sin más, que en cuanto huelen muerte vuelan desalados a obtener su botín de audiencias, sin importarles el daño que pueden hacer a las familias, a los amigos, a las personas que están sufriendo.
Tampoco les importa hacer de cómplices de los terroristas cuando desmenuzan los atentados. Incluso tienen el cinismo de inventar sesudas razones para justificarse y arremeten contra quienes les acusan de ser quienes hacen la tarea que tiene como objetivo ETA: la publicidad como objetivo final de sus actos, para lograr que su asesinato tenga repercusión.
Siento un asco profundo por esa casta. A veces me asalta el ansia de maldecirles deseándoles que vivan un momento así y tengan que tomar su propia medicina. Luego me avergüenzo de mí misma porque no debe pasar algo así por la cabeza de nadie que se respete a sí mismo.
Quiero terminar por enviarle el mensaje más sentido a la gran víctima del día: ese maquinista que encontró una muchedumbre en las vías y tuvo que ver la tragedia como ejecutor impotente desde la cabina. Seguro que tiene alguna cara grabada en la retina y que la vida no volverá a ser igual para él. Sólo le deseo que tenga la fortaleza mental necesaria para ver esto como una de esas circunstancias a las que nos enfrenta la vida. Esta vez le tocó ir en los mandos. En otra ocasión puede ser el suyo el rostro que nunca olvide otra persona.
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