Y dice el Gobierno que va a prohibir el consumo de tabaco en los locales públicos cerrados.
Y dice el Gobierno que es por nuestro bien y que de ese modo, la gente fumará menos, todos estaremos más sanos y no habrá cáncer de pulmón.
Y dijo el Gobierno, cuando las cosas se pusieron feas en las arcas públicas que había que incrementar el impuesto sobre el consumo, sobre todo de cigarrillos, que se situó en el año 2009 en el 57%.
Y dijo el Gobierno, otra vez que era por nuestro bien, para que cuidáramos nuestra salud, que eso no tenía nada que ver con la necesidad de obtener liquidez para afrontar el subsidio de desempleo.
Y dice el Gobierno que está obligado a concienciar a los fumadores de que eso es malísimo y por ese motivo, a partir de ahora las Tabacaleras van a tener que exhibir unas fotos disuasorias (aparte de atentatorias contra la estética) en los paquetes de cigarrillos.
Y dice el Gobierno que la ley anterior no tuvo los resultados esperados; que la gente sigue fumando, pese a sus infinitos desvelos, más que antes y por eso va a redoblar los esfuerzos.
Y dice el Gobierno que a la Seguridad Social le cuesta una pasta el cáncer de pulmón que causa el tabaco.
Y dicen los psicólogos y sociólogos, que cuando el Gobierno se mete en la vida privada de las personas y prohíbe cosas con las que no están de acuerdo, lo que logra es el efecto contrario, o lo que es lo mismo, en este caso, que la gente fume más, sólo por llevar la contraria. ¡Mira que somos desagradecidos e inmaduros!
Y digo yo, que soy fumadora, que en un año se ha incrementado el paquete de cigarrillos que venía comprando de 2,50 a 3,50 € en una subida constante.
Y veo yo que, desde que prohibieron fumar en los centros de trabajo, la gente sale a la calle y las aceras están llenas de colillas.
Y cojo la calculadora y echo números. Cada fumador ha «donado» siempre un tercio, por lo menos, del coste de su cajetilla, a la Hacienda Pública. Si yo soy fumadora de un paquete de cigarrillos diario Hacienda recauda 726.35 € anuales. Multipliquen esto por 1.200.000 fumadores (30 a 36% de la población es fumadora, pero dejémoslo en el 30) y supongamos que la media de consumo es de un paquete (que seguro que son más los que fuman dos paquetes que los que fuman medio). Los fumadores pagamos al año en concepto de impuestos sobre el consumo de tabaco la suma de 871.620.000 €, como mínimo.
Además de esa generosa contribución a las arcas del Estado, el fumador, por lo general, cotiza religiosamente a la Seguridad Social.
¿Tiene más coste para los servicios sanitarios tratar un cáncer de pulmón de un fumador que uno de páncreas o de hígado de un no fumador?
¿Está garantizado que el fumador no contraerá ningún tipo de cáncer si cesa en su funesto vicio?
¡Ah! No se trata de eso. Es que los fumadores molestan a otras personas y por eso hay que prohibir el consumo en público.
Niego la mayor: Molestar a los demás es un asunto de educación pura y dura. Si a un fumador se le enseña desde pequeño a comportarse, no como un barniz, sino inculcándole que debe examinar su entorno y ver las circunstancias que enmarcan su acción de cada momento, una persona adulta fumadora controlará el entorno, observará si puede fumar porque hay un buen sistema de ventilación y no llenará la sala de humo o prescindirá de hacerlo si ve que no es oportuno. Una persona educada jamás encenderá un cigarrillo en el ascensor, en un transporte público o en la salita de su casa; porque el humo va a molestar a los demás, va a dejar un olor molesto para los no fumadores, etc.
Me temo que la realidad es que se busca el efecto contrario. Los fumadores seguirán fumando, sean cuales sean las prohibiciones o la carga impositiva que soporten.
La prohibición incrementará el consumo y las excusas paternalistas sólo enmascararán una realidad: hace falta dinero, mucho dinero y a los fumadores se les puede sacar mucho con toda facilidad.
No hay otra razón para prohibir fumar, no nos engañemos. Es bueno tener costumbres saludables, hacer ejercicio, evitar consumos que dañan el organismo, no lo discuto y apoyo todo tipo de medidas de educación que ayuden a que la vida de los ciudadanos, sobre todo de los más jóvenes, sea saludable.
Pero la decisión de fumar o no fumar, beber alcohol o no beberlo, hacer ejercicio o contribuir a causas nobles debe ser personal, no impuesta.
Porque la realidad indiscutible, es que lo más dañino para la salud es la vida. Al final, hagas lo que hagas, te va a matar y al menos, mientras dura, debes tener derecho a correr los riesgos que estimes oportunos y hacer lo que quieras o puedas para sobrellevar las tensiones diarias, siempre que no afecten a otros.
Yo por ejemplo, prefiero que me lleve a la tumba un cáncer de pulmón en un plazo corto, que un Alzheimer a los noventa.
Así que déjenme fumar en paz, siempre que no moleste a otros. No me vengan contando qué es lo que me conviene; porque eso a ustedes les importa un rábano. Abrásenme a impuestos, si es necesario para nuestra maltrecha economía; pero déjenme vivir en paz. Y sobre todo, no me digan que quisieran no recaudar un solo euro en concepto de impuestos sobre el tabaco. Soy fumadora, no tonta y me ofende que me tomen por imbécil.
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