Hoy no tengo ganas de hablar del Real Decreto. El Congreso lo ha «convalidado» en palabras de su presidente, cosa que significa que ha salvado los defectos de un texto que incumple los requisitos de validez para su aprobación.
De lo que me apetece hablar es de la prensa del corazón. En los blogs de El Mundo hay dos columnas que leo con curiosidad y una cierta dosis de sadomasoquismo.
Uno lo firma una tal Jackie O. Me bastó ese seudónimo para entrar cuando la descubrí, porque me parecía tan pretencioso que no daba crédito. Tal como esperaba es de una frivolidad a veces letal y me parto al leer los comentarios de los lectores criticándola por ser tan vanal. La atacan con auténtica furia y es una diversión añadida, porque si alguien adopta ese apodo, empiezas a leer y te encuentras con una divina de la muerte, la que anda mal eres tú, que le dedica tiempo a ese post habiendo tantísimas cosas interesantes por ahí.
Otra divina de la muerte es María Vela-Zanetti. A diferencia de Jackie, que es pretenciosa, sin más, esta señora tiene su punto, a veces escribe columnas muy buenas; pero al igual que la otra, es una supuesta experta en moda, de las que pontifican y tiene a gala que ella está en otra dimensión, que está viajada, ha vivido en un ambiente selecto y tal y pascual, con lo que su opinión es la que vale.
Jackie es capaz de visitar Roma, por ejemplo, en las fechas en que se abrió al público la tumba de San Pedro (recomiendo la visita, hay que apuntarse con antelación; pero no se puede perder la visión del cementerio altoimperial muy bien conservado, en el que está su tumba) y largar un relato de lo que hizo remedando una recreación de La Dolce Vita, dejándome patidifusa.
María Vela-Zanetti es otra cosa, tiene más hondura; pero a veces mete las cuatro patas exhibiendo un esnobismo alucinante. Esta semana, dedica su columna a la boda de Victoria de Suecia y despliega toda su autoridad para ensañarse con las «advenedizas» esas princesas plebeyas, como el novio del fasto.
Dice que todas tienen algo en común: cuando se presentan en uno de estos eventos, se las ve tensas, con el gesto crispado, nerviosas, no como las princesas de toda la vida que muestran un aspecto, no solo relajado, sino un tanto cansino, como la Princesa Elena (son sus palabras) que pese a que era la más elegante, lucía un aire regio, de persona curtida en la realeza, que asiste al evento porque tiene que hacerlo, claro; pero le aburre, lo considera un tostón y espera que termine todo cuanto antes. Luego pone a caldo perejil, desde su indiscutible autoridad los modelos y el peinado de la Princesa Leticia.
Me asombra que haga un planteamiento, saque una conclusión y no considere algo que va implícito en su artículo. Una princesa «de cuna» puede llevar un traje horrendo (hubo un buen desfile de horrores a cargo de reinas), se dirá que no era un acierto, la propia Elena sufrió, también por parte de María, críticas feroces ante la pérdida del 'glamour' que exhibía cuando estaba casada; pero la cosa no va más allá.
Leticia, Mary, «las advenedizas», en resumen, son miradas con lupa en cuanto ponen pie en la calle. Cualquier persona normal desarrollaría una fobia inevitable a mostrarse en público ante la amenaza de ser arrastrada por los foros en críticas feroces a todo lo que te pones, haces o dices.
Es de cajón que «las advenedizas», conscientes de que todo lo que lleven o cómo lo lleven, de que cuanto hagan o no hagan va a pasar un escrutinio implacable que puede llevarlas a la hoguera de las vanidades de manos de personajes que deberían contratar como asesores para ir siempre perfectas; porque ellos son los que saben, tienen que estar muy nerviosas al enfrentarse a los focos.
Pero lo que me parece imposible asimilar es que considere una muestra de alta cuna la supuesta actitud impregnada de tedio de la princesa Elena y la realce con devota admiración. Con independencia de que un gesto puede nacer de muchas cosas que nada tienen que ver con la interpretación de otros, hay una realidad.
Yo no soy princesa (¡gracias a Dios!); pero mi madre me educó muy bien y me enseñó que la esencia de la buena educación es comportarte siempre con la mayor consideración posible con los demás.
Se supone que una persona invitada a una boda sabe que las familias han realizado un trabajo agotador para que todo sea perfecto, que es un día especial, único y que uno de sus deberes es colaborar en el clima de alegría y el esplendor de la fiesta.
Lo que tanto admira María, es una muestra de pésima educación, censurable en cualquiera; pero más en una Infanta de España. Una persona bien educada, si no tiene más remedio que ir a un sitio, aguanta el palo de la vela con gallardía, hace lo que tiene que hacer y no cae en la ordinariez de intentar demostrar que ella está tan curtida en eventos diversos que todo es muy aburrido e insoportable.
Y me quedo pensando en lo duro que tiene que ser vivir bajo los focos, rodeada de gente que, por ejemplo, cuando se te escapa una expresión nacida del recuerdo de tu propia boda fallida por un instante o cuando eliges un peinado y un vestido que te parecen preciosos, sabes que caerán sobre ti personillas como éstas, ansiosas de destrozarte sólo para sentirse superiores al resto de los mortales. Y dicen que son periodistas...
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