Hay una gran cantidad de profesionales que consiguieron estudiar gracias a que sus padres hicieron esfuerzos heroicos para costear sus estudios. Esa fue toda la herencia que recibieron, que no es poca. Otros tuvieron que trabajar para pagarse los estudios; porque en su casa, sencillamente no podían ayudarles.
Esos hombres y mujeres que fueron y son mayoría en las aulas, una vez que terminaron sus estudios lucharon por conseguir un puesto de trabajo; cuando lo consiguieron, se entregaron en cuerpo y alma a su trabajo intentando prosperar para ofrecer a su familia mejores oportunidades. Su valía y/o su habilidad (que también es una virtud en un profesional) les permitieron ascender en la escala profesional y obtener ingresos que emplearon en comprarse una casa y proporcionar a sus hijos una buena formación. Pueden tener ahorros, siempre modestos, pero todo lo que tienen es fruto de su trabajo, esfuerzo y sacrificio.
El voto de esas personas no tiene más valor que el de otras, como es lógico. No tienen ninguna capacidad ni existe una estructura social que les permita ejercer el control de lo que hacen los políticos con los impuestos que pagan, equivalentes en muchos casos a los honorarios que perciben a lo largo de cuatro o cinco meses de trabajo.
Sólo pueden votar una vez cada cuatro años para intentar arreglar las cosas; pero tienen en frente a una masa que no tiene conciencia de que el voto no es un ejercicio de pleitesía a unas siglas, sino la unión de decisiones en busca de lo mejor para todos.
Ven impotentes, porque tienen información y criterio para valorar en su justa medida el despilfarro del Gobierno, la falta de una política eficiente, la forma en que nos llevan al despeñadero.
Ahora todas las voces (las suyas las primeras), comentan con énfasis que hay que ser solidarios y que, por supuesto, los que tienen más han de ayudar.
Yo no estoy de acuerdo. No se va a incrementar la carga impositiva a las grandes fortunas, al contrario. No se va a hacer nada por aflorar el dinero negro. Van a ser, una vez más, los que tienen una nómina los que paguen el derroche, los que tengan que reducir su capacidad adquisitiva, de ahorro y de inversión eventual de los fondos que puedan haber acumulado para prepararse para la hora en que les llegue la jubilación y reciban una paga muy inferior a los ingresos que tenían cuando trabajaban, en algún negocio que les permita obtener ingresos cuando los necesiten.
Una vez más, los de siempre (nunca mejor dicho), serán los que tengan que pagar la demencia de otros. Da rabia; pero da mucha más rabia ver que la sociedad no despierta, no intenta organizarse para generar corrientes sociales, grupos de presión ajenos a los políticos, que eviten en el futuro que un iluminado o un incompetente hunda de nuevo al país.
Lo de los impuestos es una nadería al lado de la impotencia que se siente al ver que parece imposible que los ciudadanos se organicen para poner fin a la impunidad de los políticos.
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