Mi abuelo, Jesús Quirós Guardado, tuvo que marcharse de España tras el estallido de la guerra. Se había significado en posiciones de izquierdas y sabía que tenía que elegir entre el autodestierro o la muerte.
En París, una de sus hijas se reunió con él y con los niños que acompañaba. Mi abuelo eligió Rusia, el paraíso que le habían descrito y les enviaron a la llamada entonces Leningrado. Nacido en una familia acomodada del Oviedín del alma, criado como cristal de Bohemia, porque de los ocho o diez hijos que tuvo su padre sólo sobrevivieron la mayor y él, todo fue bien al principio.
Les destinaron un apartamento pequeño, mi tía cumplió su sueño de ir a la Universidad; pero un día estalló la Guerra Mundial, Leningrado fue cercado y él participó y fue distinguido, junto con su hija, en la defensa de la ciudad.
A partir de ahí, todo fueron penurias para mi tía y él. Cuando volvieron en el año '56, mi tía venía decidida a contar a todo el que quisiera escucharla la gran patraña del paraíso comunista. No tuvo la menor ocasión. Fueron tratados como comunistas, silenciados por el propio régimen, «represaliados». Mi prima nunca tuvo la posibilidad de nuestra vicepresidenta de «abrir los ojos» porque le prohibieron ir a París mientras autorizaban a su hermano. No podían pagarle un viaje a París, ni a Madrid. Gracias a que dominaba el ruso pudo ponerse a trabajar pronto para ayudar a sus padres, porque aunque él era marino mercante, no tenía ninguna posibilidad de acceder a un empleo bien pagado.
Mi tía comentaba que el peor enemigo, el que más les perseguía, el que más daño hacía a cualquier español en Rusia, era Santiago Carrillo. Poco antes de morir me dijo que si hubieran permitido que hablaran de él y lo que les había hecho a muchos Santiago Carrillo, no hubiera podido volver a España.
Nadie les dio la oportunidad a los mayores anticomunistas que había en España, de contar su experiencia sobre el comunismo. Y desde ese día, ese personaje siniestro y malvado, se permite opinar, dar lecciones y pontificar.
Sigue resonando en mi mente la pregunta de mi tía: «¿Por qué no nos dejaron hablar?»
1 comentario:
Pues lo que hay que hacer es dejarles hablar. recoger sus testimonios, si queda alguno vivo. Cuéntanos en este blog lo que tu tía te contaba, ya que ella no puede. No dejes que se pierda su memoria.
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