Cuando uno lee o escucha lo que dicen muchos políticos, nota que hay un fallo en la base del sistema. Un fallo bipolar que sustenta una actitud que adoptan ellos cuando llegan al poder arrogándose unas potestades que no tienen y el correspondiente, del lado de los gobernados, que arrastramos un alto grado de ignorancia que nos hace dar por hecho que la persona es el cargo, en lugar de poner por encima de la persona el cargo.
En el día de hoy he escuchado a un político adelantar su programa electoral. Si gana las elecciones, enviará a todos los niños a Inglaterra a perfeccionar el inglés con cargo a los presupuestos.
Seguro que le votan muchas personas sólo por ese apartado y lo peor es que lo harán convencidos de que hacen lo correcto.
Por eso empiezo a pensar que hace falta algo como la antigua 'formación del espíritu nacional' o su versión más moderna, 'la educación para la ciudadanía'; pero tomada en serio y desde preescolar.
No estaría mal que los niños jugaran, cuando son pequeños, a elaborar unas normas que rigieran la convivencia en la clase, con obligaciones y derechos y que analizaran los problemas que se plantean cuando alguien rompe esas normas. Eso les haría entender cómo nacen las normas y por qué los ciudadanos tienen, tanto el derecho de que sean acatadas, como el deber de exigir su cumplimiento.
Sería bueno que los niños aprendieran que aunque para que las cosas funcionen es necesario que desempeñen las tareas de los cargos públicos personas concretas, esos cargos, por ejemplo un alcalde, nacen vacíos de personalidad individual.
En determinado momento, un grupo de personas necesita que alguien organice la vida de la comunidad y deciden crear un órgano que se dedique a guardar el dinero que ellos van a aportar para que se construya una carretera, una escuela y un hospital y si sobra, para arreglar un poco el parque. Se decide, por tanto, que una persona va a recoger todas las sugerencias que reciba, va a organizarlas por orden de importancia y va a administrar con el mayor cuidado los fondos que se vayan recaudando, para que el dinero cubra el mayor número de necesidades posibles.
Luego se elige a una persona para que se encargue de eso. Esa persona puede considerar que lo más urgente es arreglar el parque, en lugar de asfaltar la carretera; pero ante todo, tiene que ser muy cuidadoso con los fondos; porque es un administrador, no su dueño.
Así entenderían los niños que es muy importante el programa electoral; porque es el contrato que ofrece el candidato a la comunidad para convencerles de que va a ser un gran administrador y que ellos tienen que mirar muy bien esa oferta, analizar si lo que propone es bueno o no para todos. Porque si el gobernante tiene mil euros en su caja, propone mandar a todos los niños a pasar un mes en Inglaterra y eso le cuesta novecientos, se queda sin recursos, por ejemplo, para pagar a los médicos que han de atenderles todo el año.
Esa educación que les enseña a analizar, la necesidad de controlar a los gobernantes, la importancia de que se respeten las reglas que inspiran el nacimiento de los cargos, el respeto riguroso a los programas electorales que no podrán ser modificados sin una previa explicación exhaustiva de las razones por las que no pueden hacer lo que pensaban, han de ocuparse de otros aspectos que no imaginaban antes, cómo van a hacerlo y qué resultados esperan obtener, para que los representantes de los ciudadanos en el Parlamento aprueben o no esa modificación, es esencial.
Lo lógico es que ese político, en lugar de prometer repartir el dinero público y generar endeudamientos más que previsibles para cumplir su palabra, que tendrán que pagar todos los contribuyentes, prometa que va a esforzarse en generar un nivel de empleo y de riqueza para los ciudadanos que les permita a todos enviar a sus hijos a practicar un idioma en el extranjero y, como mucho, que buscará acuerdos con otros países, para que se hagan intercambios que reduzcan mucho el coste de esas estancias y las pongan al alcance de la mayoría.
No están los tiempos para votar a nadie que prometa regalos; porque el dinero sale de nuestros bolsillos en última instancia y no estamos para muchas alegrías. Ese espíritu dadivoso ya ha lo hemos sufrido con José Luis el de las Mercedes y debe de servirnos de escarmiento para el futuro. Ni un voto al que prometa cosas que salgan del papel estricto que han de jugar: administrar con el mayor rigor y partirse los cuernos potenciando la economía. Del resto, ya nos encargamos nosotros. Sólo necesitamos que haya trabajo abundante que nos garantice que si dejamos un empleo hoy, en un mes, como mucho, estaremos trabajando otra vez. Del resto, nos encargamos nosotros.
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