La concesión del Premio Nobel de la Paz a Liu Xiaobo, escritor, disidente chino que jugó un papel importante en la revuelta de Tiananmen de 1989, que cumple condena a prisión tras ser juzgado el 23 de diciembre de 2009 y condenado por incitar a la subversión contra el poder del Estado el 26 de diciembre de 2009, es el protagonista de otra actitud delirante de nuestro Presidente.
Cuando se hizo pública la concesión del premio, pese a las presiones ejercidas por China, nuestro ínclito Rodríguez rechazó unirse a las voces que solicitaban su excarcelación, en su ansia infinita de paz y su deseo de no molestar a ningún régimen de izquierdas, menos aún a uno comunista. No lo dijo así, pero a estas alturas sabemos qué criterios maneja esa lumbrera que nos ilumina.
Tras la rotunda declaración, se entera de que el Presidente Obama se ha unido al coro de los que solicitan la libertad del premio Nobel y le faltó tiempo para aplicar el donde dije digo, digo Diego y apuntarse al clamor.
La actitud del presidente en lo que respecta a Obama me recuerda a la de un adolescente torpe prendado de una chica, que se deshace por llamar su atención y es capaz de someterse a los mayores ridículos y humillaciones para lograr que le mire, sin perder nunca la esperanza de que su divino tormento acabe compadecida ante su insistencia y le conceda sus favores, inmune al desaliento e insensible a las infinitas señales que ella le envía de que no es santo de su devoción y no tiene nada que hacer.
Lo bueno (o tal vez lo peor) es que ya nos hemos acostumbrado tanto a hacer el ridículo en todos los terrenos, que hemos superado ese sentimiento y optado por el humor. Estoy pensando que si le mandamos una carta a Obama pidiéndole que le llame para que se encargue de limpiarle los zapatos o colgarle las camisas, a lo mejor logramos librarnos de él. Seguro que no le importaría dimitir a cambio de la recompensa de respirar el mismo aire que su ídolo y todos seríamos felices.
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