18/10/10

Reflexiones desde Charlotte


Echo un vistazo a la prensa y veo que a mi país le toma el pelo Venezuela; que la incompetencia de mi gobierno amenaza con otra crisis económica grave en el año próximo y opto por cerrar.  

Son las nueve menos diez de la mañana, llevo tres horas levantada. A  las siete ya había amanecido; pero hace media hora que se levantó el sol y he tenido que correr la veneciana con harto dolor de corazón; porque la claridad era tan intensa que apenas veía la pantalla en el interior de la casa. 

Ayer amanecí en un lugar diferente, en un país que se quiere, está orgulloso de sí mismo, controla a sus gobernantes, cuida su entorno, acuerda la dimensión admisible para el césped y los vecinos cumplen lo pactado: los jardines están segados, cuidados, los árboles lo embellecen todo, aún no ha llegado el otoño para ellos y se yerguen verdes y pujantes; pronto perderán esas hojas espléndidas y quedarán desnudos sobre la inmensa llanura en la que prosperaron los chéroquis en su momento.

Los centros comerciales están impecables, pese a la cantidad de gente que los visita cada día. La atención en los restaurantes es excelente, la amabilidad de los habitantes de esta ciudad es impresionante y cuando uno lee lo que ocurre en el lugar que dejó atrás, siente el impulso de ir a tramitar la residencia y quedarse aquí para siempre.

Quisiera que mi país fuera así y siento una inmensa tristeza al concluir que no es posible, que en el momento en que entregamos nuestra protección al gobierno y renunciamos a ocuparnos en persona de satisfacer todas nuestras necesidades, iniciamos un proceso que no tiene camino de retorno. Seguiremos con nuestras pequeñas guerras tribales, nuestra miserable visión de un mundo dividido entre 'los nuestros' y 'los otros' y tendrá que ocurrir una catástrofe para que las cosas cambien y recuperemos el control de nuestra vida como nación.

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