Nuestro presidente vive al día. Meses atrás, su 'ritmo alegre de la paz' sufrió un sobresalto importante. Él pensaba que en su condición de primer ministro de un país soberano, tenía impunidad total para actuar como quisiera sin que existiera fuerza alguna capaz de inmiscuirse en sus decisiones.
En un solo día, le llamaron de Alemania, Francia, Estados Unidos y China, para decirle que se había terminado la época de la tontería y le dictaron lo que debía hacer, para empezar, en un intento de detener su carrera hacia el suicidio económico de España.
Con gesto enfurruñado de «hago esto porque yo soy pequeño y ellos grandes, ¡pero es una injusticia!» digno de los mejores episodios de Calimero, hizo los deberes impuestos y se relajó.
Su tejido neuronal de corto plazo le hizo creer que la desaparición de la presión que la prensa económica internacional venía manteniendo, era un síntoma de que todo se había resuelto y no volvería a verse en un trago como el pasado. Contempló la posibilidad de volver por sus fueros, buscar subterfugios para anular lo que hizo bajo presión a través de estratagemas y se durmió en los laureles de autocomplacencia en los que vive instalado.
Le montaron una huelga los sindicatos sectoriales y los generales, sus grandes amigos, le anunciaron otra para finales de septiembre. Fue un fracaso; pero todo Occidente y Oriente siguió con enorme atención a través de Internet el desarrollo de la huelga, observaron los detalles de connivencia y deslealtad que demostró el Gobierno, por ejemplo en Madrid, desamparando a las empresas de transporte, que debieron disponer de una fuerza antidisturbios disuasoria desde primera hora de la madrugada protegiendo las instalaciones, que llegó tarde, con seis efectivos en una tanqueta y sin órdenes de intervenir. O en Vigo y otras ciudades, donde el vandalismo de los piquetes campó por sus respetos sin que las fuerzas del orden hicieran nada efectivo por proteger la propiedad privada y no sólo el derecho de los que no querían hacer huelga, sino la integridad de quienes intentaban acceder a sus puestos de trabajo.
Lo lógico hubiera sido que el Gobierno, ante el fracaso de la huelga, saliera a la palestra, como es tradición, para destacar el escaso grado de seguimiento voluntario y publicar a los cuatro vientos su fracaso. Lo que ocurrió fue que el Gobierno mostró un perfil bajo, negándose a reconocer lo evidente y lo que es peor, mostró su ánimo de mantener el diálogo con los perdedores, como si le hubieran metido entre la espada y la pared y fuera inevitable atender sus reivindicaciones.
No creo que sea casualidad de Moody's nos rebajara la categoría al día siguiente de la huelga y que el Financial Times y el Wall Street Journal reanudaran sus ataques a la solidez económica de nuestro sistema, en especial el WSJ, con un vídeo que amalgama los datos objetivos con la más completa colección de tópicos sobre España.
Es un aviso de que no les ha gustado nada la actitud del gobierno, que son conscientes de la peligrosidad que presenta el jefe de nuestro ejecutivo y no van a tolerarle ninguna tontería.
No sé qué pasos pueden llegar a dar para meterle en varas; pero no me extrañaría que si da un solo paso en falso, si rompe su palabra de hacer cuanto esté en sus manos para enderezar el rumbo de nuestra economía, se le plantee una disyuntiva: o dimite o se expulsa a España de la UE.
Es evidente que le otorgaron un periodo de gracia; pero no un salvoconducto inatacable. Si cae en la tentación de escuchar las voces de quienes fueron parte nada desdeñable de unas decisiones políticas que nos llevaron al desastre, cosa que conocen muy bien los observadores, volverá a enfrentarse a la fatalidad. Los españoles podemos ser muy permisivos con la debilidad, la mentira y el engaño; pero el resto no lo ve tan disculpable y se lo harán pagar del modo más implacable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario