27/5/10

La soledad del corredor de fondo

Gran suspiro de alivio cuando el Presidente del Congreso anuncia el resultado de la votación. Hemos salvado el peor de los tragos. Es hora de analizar los matices. Los tertulianos de la radio y la prensa escrita se lanzan a valorar y yo me admiro de tanta sapiencia, hasta que caigo en la cuenta de que ninguno de ellos tiene más información que yo y todo eso que parece tan serio, no es más que una suma de criterios personales.
Mis criterios difieren de los que manejan los periodistas. Hay dos imágenes que me causaron un profundo impacto: la de José Luis Rodríguez y la de Mariano Rajoy.
Ambos despertaron un sentimiento de compasión intenso. Eran dos figuras complementarias en le escenario del drama que se representó hoy en el Congreso.
El señor Rodríguez era la imagen desvalida e impotente del niño que se ve obligado a hacer unos deberes rechaza desde lo más profundo de su ser. Envía a la Ministro de Economía a defender el Decreto; porque él no siente que tenga nada que ver con él, sino con algo que se le ha impuesto al Gobierno de forma injusta y asume todo lo que viene detrás como la azotaina prevista; pero en lo más profundo de su ser (y lo demostró su gesto y su tono cuando se enfrentó a la prensa a la salida del hemiciclo) no se siente responsable y está muy contento de que haya pasado el trago.
Eso fue lo que me conmovió: la ausencia absoluta de visión de la realidad, su entereza para encajar reproches que siente injustos; porque está convencido de que él no tiene nada que ver con todo lo que está pasando y sigue inmerso en su jardín interior de Nunca Jamás, sin entender que gobernar es otra cosa, no lo que ha venido haciendo.
Vi al Presidente como el corredor de fondo que mantiene una carrera constante y tenaz para alejarse de la realidad, que le ha alcanzado por unos instantes; pero vuelve a correr con renovadas fuerzas para volver a alejarse de ella y seguir confiando inquebrantable en que sus sueños se harán realidad y el mundo acabará siendo lo que él quiere que sea.
Mariano Rajoy era otro tipo de corredor: el que corre hacia la realidad, el que lleva años intentando que el Gobierno le escuche, acepte las propuestas más apremiantes, el que lucha por poner orden y cordura en este país, tanto en el Congreso como en su propio partido y, pese a que muchos españoles apreciamos mucho su sentido común, nada de lo que haga encuentra eco y comprensión en el destinatario preferente del mensaje: el Gobierno; ni en los creadores de opinión.
Haga lo que haga, las voces en las ondas o los analistas de prensa escrita, le sacudirán como a una estera, sumándose a los miembros del PSOE que le llamarán todo menos bonito.
Hubo otra diferencia entre estos dos corredores de fondo que, en mi opinión, fue clara y determinante. Mientras el señor Rodríguez volvió a correr, como siempre, hacia Nunca Jamás, el señor Rajoy cambió el ritmo de su carrera.
En primer lugar, se opuso a la aprobación del Real Decreto Ley. No tengo ninguna duda de que, al igual que el Gobierno, todos los partidos de la oposición conocían el signo del voto del resto. El PP estaría obligado a abstenerse si el resto hubiera optado por la oposición a la aprobación; pero, garantizada, su deber, si quería ser consecuente, era oponerse. Oponerse porque las medidas no eran adecuadas para el fin que se persigue; pero sobre todo, oponerse porque la norma contenía vicios radicales de nulidad en su tramitación y nadie que respete la Ley puede aprobar una norma que vulnera los principios básicos en su tramitación previa.
Siendo importantes estas dos cuestiones, hay una más que es muy reveladora desde mi punto de vista: da el pistoletazo de salida a un ejercicio de oposición en el que el marcaje y la presión de su partido al Gobierno va a ser implacable.
Es el Gobierno el que tiene la obligación de buscar las vías para lograr los acuerdos necesarios para sacar adelante sus proyectos. No puede permitir que siga siendo la trágala la que marque el paso de su partido. Tiene que dejar muy claro que si el Gobierno no se sienta a negociar con el resto del arco parlamentario, con ellos en todo caso y da paso a una política de consenso que ponga fin definitivo a esa postura de imposición tajante, no va a contar con la colaboración del PP, por grave que sea la situación.
Ha escenificado con claridad que, a partir de ahora, ha de ser el Gobierno quien convenza a los demás de que le apoyen, ellos no tienen por qué aprobar medidas con las que no están de acuerdo, solo para salvarle la cara al Gobierno.
No es una perspectiva agradable, como ciudadana, ver este panorama; pero es lo que hay. La oposición ya no puede seguir siendo blanda. Los nacionalistas ya no tienen nada que sacarle a las exhaustas arcas del país y no van a hacer piña con el Gobierno a cambio de nada y el principal partido de la oposición tiene el deber de obligar al Gobierno a pactar con el resto las medidas que vaya a adoptar, quiera o no quiera.
Creo que ésta es la instantánea más importante de lo que hemos visto hoy. El resto, no son más que balas de fogueo, florituras parlamentarias muy elegantes que enmascaran realidades mucho más prosaicas, como podría ser la protección del entorno adecuado para el éxito en las elecciones catalanas que protagonizó hoy con brillantez el señor Durán.

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