He estado recorriendo, como cada noche, prensa y foros y visto muchas cosas que me han hecho pensar y también sentir.
He sentido pena al leer la noticia del cierre de la fábrica de Chupa Chups en Villamayor. Allí nació, como una idea afortunada de una empresa familiar, creció, se expandió, por alguna razón que desconozco, la familia la vende en determinado momento. No sé si hay una gran desgracia tras esa decisión, como ocurrió con alguna otra empresa asturiana u otros motivos; pero lo siento como la pérdida de algo nuestro que no podremos recuperar.
Entiendo que los empleados estén enfadados y hagan lo imposible por evitar el cierre, más cuando se hace para llevar la factoría a Cataluña. De todos modos, si yo fuera empleada de esa empresa, pelearía porque el gobierno asturiano consiguiera que toda la maquinaria y las instalaciones se cedieran a los trabajadores, si termina siendo imposible retener aquí la producción.
Estoy segura de que esos trabajadores serán capaces de dar un giro a la producción, idear otros productos ajenos a la marca matriz; pero adecuados para ser introducidos, incluso vendidos a la propia empresa Chupa-Chups, para que los comercialice. No cabe duda de que a ellos les viene muy bien una producción externa que no supone los costes adicionales de mantenimiento de instalaciones, personal y varios que entraña una factoría. Puede que diga una tontería, pero siempre he pensado que es mejor que te den una caña cuando aprieta la situación.
No deja de tener su ironía que los catalanes, una vez más, nos hagan una jugada de este tipo (son tantas que ya se pierde la cuenta). Ellos no quieren ser españoles, pero se llevan el botín una y otra vez.
En un foro he leído una reflexión de un catalán. Cuenta la historia de que un día, paseando con su abuelo, le pregunta si ellos son españoles y el abuelo no sabe qué responderle. Ahora lo entiende, continúa. Ellos serán españoles si el resto les respeta (supongo que eso significa que acepten de forma incondicional todas sus imposiciones y afrentas) y no lo serán si no se les respeta, en cuyo caso se irán con viento fresco a otra parte.
Yo les contaría con gusto algo sobre el respeto a esa panda de paletos; pero la irritación inicial cede ante la imagen que se plasma en mi mente. Si yo le hubiera preguntado eso a mi abuelo, me hubiera mirado con la expresión de asombro más genuina y me habría contestado al final: «Un asturiano lleva a España en el corazón, a Asturias en el alma y no puede dejar de ser nunca, por lo tanto, ni español ni asturiano».
Reconozco que he sentido que todo encaja. Ellos tienen su identidad truncada, no saben lo que son, de dónde vienen ni a dónde les llevan. Nosotros llevamos en el alma y el corazón lo que somos, sabemos dónde vamos y gracias a eso no vivimos en la zozobra constante que implanta el miedo y la inseguridad en la raíz de sus vidas. Creo que, a la larga, nuestro futuro es más prometedor; porque todo lo que no desarrolla raíces hondas, acaba sucumbiendo al temporal de la historia.
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