Podría continuar analizando los mecanismos psicológicos o los intereses políticos que están tras este suceso; pero sería deformar la realidad.
No matarás, dice el quinto mandamiento de las Tablas de la Ley. No es sólo una máxima religiosa, es, sobre todo, una defensa de la comunidad. La religión parece que forma parte de nuestra naturaleza, que disponemos de unas estructuras cerebrales que nos conducen a ella, que están situadas justo en los centros que rigen el lenguaje, el razonamiento y el pensamiento abstracto.
Las creencias religiosas son el elemento fundamental de la organización social; porque inculcan a los individuos unos principios morales que les enseñan a distinguir el bien del mal, no tanto en términos trascendentes, como en términos de armonía en las relaciones entre los individuos.
Ahí radica el problema de la pérdida de valores religiosos. Se elimina el parapeto más importante, el que maneja el propio individuo al conducirse en la vida, bajo el principio «no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti». Esa máxima elimina todas las conductas que dañan las relaciones: nadie quiere que le engañen, que le defrauden, que le mientan, que le agredan o le maten y levanta una barrera en su interior que le impide ejecutar los actos que repudia.
Cuando se elimina ese sentimiento, se elimina el respeto hacia los demás, se instaura el «todo vale», se genera el caldo de cultivo para que alguien descargue su ira en otro atentando contra su vida, porque lleva una camiseta y mantiene una actitud que despierta su odio.
Aún así, no tienen la culpa de lo que ha pasado quienes trabajan de forma activa para eliminar los valores morales y éticos en la sociedad. El único responsable de lo que ha pasado fue el que hundió su navaja en la axila de un gaditano que expresaba su alegría por el triunfo de la selección. Sin paliativos.
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