La acepción de este término como persona ordinaria e ignorante, cobra especial relieve en estas fechas. Vivimos inmersos en una sociedad de paletos en la que los máximos representantes de la quintaesencia de esta condición están en las instituciones que nos representan.
La ignorancia no está en desconocer quién fue Picasso o dónde está la ciudad de Kioto. La ignorancia consiste en carecer de los conocimientos necesarios para comprender cómo funcionan las cosas; por qué lo hacen así y no de otra manera y qué consecuencias tiene obviar esas reglas.
Una persona puede ser analfabeta y saber como funcionan las cosas y otra, licenciada, ser ignorante. Un ejemplo clarificador: Dos ingenieros superiores, solteros, comparten una vivienda. Deciden calentar una lata de fabada, la dejan media hora sumergida en agua en ebullición, la sacan y ni se les ocurre aplicar la física; agarran el abrelatas y en cuanto pinchan, la tapa estalla y las alubias salen como proyectiles en todas las direcciones. Muchas personas analfabetas; pero diestras en manejos culinarios no cometerían jamás ese error; porque saben cómo funcionan las cosas.
Estos días hemos estado asistiendo al despropósito del Estatuto de Cataluña y el pataleo de los ofendidos políticos catalanes que quieren saltarse la sentencia como sea.
Olvidan que, en el periodo constituyente, la experiencia previa de la dictadura hizo que los Padres de la Constitución, entre ellos varios catalanes, se cuidaran mucho de evitar que en el futuro pudieran saltarse los preceptos que redactaban a la torera, usando la aprobación de leyes inconstitucionales en las Cámaras; para dinamitar los derechos fundamentales que tanto añoramos y tanto reverenciábamos.
Arbitraron no uno, sino dos recursos de inconstitucionalidad para anular las leyes que no fueran conformes a la constitución en todo o en parte. El primero era el 'Recurso Previo de Inconstitucionalidad' que se interponía cuando la Ley en discordia iniciaba los trámites parlamentarios, para paralizar su aprobación hasta que el Tribunal Constitucional decidiera sobre el recurso. El segundo, el 'Recurso de Inconstitucionalidad', estaba previsto para el caso de Leyes ya aprobadas, cuando se detectara que eran inconstitucionales.
El primer recurso, tan razonable, por otro lado, duró poco. Alegaron que era una rémora, una vía que se usaba de forma espuria para paralizar procesos legislativos y fue derogado, dejando sólo el segundo como garante de la constitucionalidad de las normas.
Tras este mecanismo de control había un largo camino de arbitrariedad que había generado una gran desconfianza en el Poder y todos sentíamos necesario, incluso insuficiente, arbitrar mecanismos férreos que protegieran la constitucionalidad de las leyes. Era tan importante garantizar los Derechos y Libertades Públicas, que todo nos parecía poco para asegurarnos de que nunca más volvieran a vulnerarse.
Todos, incluidos vascos y catalanes, acordamos que las sentencias del Tribunal Constitucional eran sagradas y debían acatarse con absoluta reverencia y sumisión; porque eran los garantes de nuestro sistema constitucional, cuando aprobamos la Constitución.
Treinta y cuatro años (treinta y tres y medio para ser exactos) más tarde, esas reglas de juego ya no les valen ni al Gobierno, cuyo Presidente prometió sacar adelante, escupiendo a la Constitución, cualquier Estatuto aprobado por Cataluña, ni a los Presidentes de la Generalidad de Cataluña y de los partidos politicos: CIU, ERC y demás fauna nacionalista.
Como perfectos paletos, ignorantes de cómo funcionan las cosas, por qué son de una manera y no de otra, qué consecuencias tiene la vulneración de la Constitución, niegan la mayor, desprecian el poder que todos los españoles otorgamos al Tribunal Constitucional, máximo garante del respeto a la Constitución del Ordenamiento Jurídico (al margen de que no haya cumplido su misión en demasiadas ocasiones que es mejor olvidar) para protegernos a todos los españoles de la inevitable tendencia a la tiranía de los políticos y exigen que, sí o sí, se aplique el Estatuto contra la Sentencia emitida por el Tribunal Constitucional.
Lo más grave (siendo tan asombroso este hecho en sí), es que el Presidente del Gobierno, ejerciendo en todo su esplendor en la condición de paleto mayor del Reino, va a recibir al paleto mayor de Cataluña para estudiar entre los dos el camino para complacerle.
Menos mal que la Selección nos ha devuelto cierta honra y prestigio mostrando ante el mundo que nada tiene que ver la ciudadanía de este país con los políticos que nos afligen. Aún así, volvemos a destacar con el brillo de mil soles en el conjunto de las democracias occidentales ofreciendo un espectáculo bochornoso a cargo de nuestra casta política y, sobre todo, nuestro Presidente, que nos devuelve al paraje de vergüenza, humillación y dolor, que son la tónica de nuestra vida desde que, un día, elegimos un paleto para regir los destinos de esta Nación.
Que el espíritu de la Selección nos acoja en su seno y tengamos fuerzas para sobrellevar esta agonía el tiempo que dure. Puede ser largo. Hay más paletos, lo hemos demostrado en 2008, que personas con sentido común y puede que en 2012 volvamos a renovar a Rodríguez al frente del Gobierno. Al tiempo.
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