22/7/10

Cacharreando



Hoy he estado jugando con las herramientas del blog, tal como pueden apreciar, y me he divertido mucho, tengo que reconocerlo. Dejo para mañana (o cualquier otro día) el recorte de la foto que he colgado para ambientar el paraje de mis letras a tono con la estación; porque reconozco que su tamaño es desmesurado; pero uno es jugar y otro meterse a recortar, probar... Eso es trabajo y cambia la cosa. Seguro que me entienden.

Me entenderán mejor si les digo que este ataque lúdico es una vía de escape al estrés que me produce mi mismidad, tan tozuda, todos los trimestres. Llega enero, abril, julio y octubre y toca afrontar la contabilidad del trimestre, hacer las declaraciones correspondientes y pelearse con la informática; porque la máquina tonta de Hacienda no me pasa una.

Digo que se debe a la tozudez de mi mismidad; porque bien podría encargar a un profesional de eso que se ocupe de ese trabajo y librarme yo de apuros. La cuestión es que sufro una especie de dislexia matemática. Si tengo que escribir una cifra, es raro que no baile algún número. Los resultados de las operaciones básicas, aunque los repita media docena de veces y con calculadora, siempre dan un resultado distinto. Cuando logro que una batería sucesiva (con los cinco sentidos puestos en no cometer ninguno de los infinitos, a veces imposibles errores que perpetro con total soltura) arrojen el mismo resultado, me siento realizada. 

Así que pienso: «¡Bah, total para una contabilidad tan simple y un trabajo tan elemental como rellenar los modelos, no me compensa pagar a un gestor. Además, tendría que hacer de todos modos lo que más me cuesta: ordenar como un experto documentalista todas las facturas, incluso hacerle un 'diario' con esos soportes y hecho lo más, pues hago lo menos». Eso es lo que me cuento para convencerme de que soy muy sensata y ahorradora. La realidad es que no acepto que no pueda llegar a imponerme a esa cosa infernal que son los números y acabar por dominarlos. ¡Y voy consiguiéndolo! Eso sí, con sangre, sudor y lágrimas.

También hay un lado masoca. Si las cosas han ido bien y tengo que pagarle una pasta a Hacienda, por un lado me alegro de tener que pagar, otra cosa supondría que mis resultados han sido deplorables; pero por otra, me da una rabia... Tengo que estudiar para estar al día en lo mío, a ser posible todos los días. Tengo que captar clientes, tengo que atender a todos y cada uno de ellos como si fueran el único. La mayoría son encantadores; pero hay siempre alguno que se pone muy nervioso, llama a todas horas, manda correos desesperados que hay que responder cuanto antes, sea día laborable, festivo o vacacional y estén cerrados los tribunales. 

Es cruel hacer la contabilidad, ver lo que te gastas cada mes en papel, tinta para la impresora, mutua, colegio, suscripción a bases de datos, libros, publicaciones, renta, luz, teléfono... Entre que se pone en marcha un asunto y termina, pueden pasar años, en función de la instancia. Hay clientes que te hacen sudar tinta para cobrarles y cuando toca pagar poco o nada, juro que desearía tener que  pagar milicientos millones, porque significaría que no tendría que preocuparme por las facturas que me van a llegar.

Siempre me queda el consuelo de que esto va por rachas y las carencias de hoy, se compensan con las abundancias de mañana, otros quisieran llorar con mis ojos. Pero también pienso que hay algo injusto en la vida de los pequeños empresarios y profesionales modestos. Tienes que buscar el trabajo cada día; procurar hacerlo lo mejor posible, con todo sobre tus espaldas y a expensas de que otros, los políticos, creen las condiciones necesarias para que se mueva el mercado y haya trabajo para ti. Si tienes que cerrar, no hay coberturas, no hay manifestación que valga para protestar; nadie, salvo tu familia y amigos, se preocupará de tu situación.

Ver las huelgas del Metro, de los controladores, de gentes que no tienen que salir a buscar trabajo cada día, que tienen una seguridad mínima o amplia en muchos casos, despierta muchas reflexiones. Pero lo que me indigna es que los políticos, los que cobran cada mes una pasta que sale de los que tenemos que pelear cada día por ganar para pagar las facturas y mantener un negocio o un despacho modesto, del que dependen otros, bien empleados, bien comerciantes o servicios que viven de tus ingresos, me saca de quicio; porque su responsabilidad o irresponsabilidad en el empleo de nuestros impuestos, es clave para que salgamos adelante o nos hundamos. 

Este trimestre no he tenido que pagar. Esperemos que las cosas cambien pronto. 


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