16/7/10

La memoria de las olas




Carmen, palabra que usaron los latinos para dar nombre a los versos, poemas, embrujos y hechizos (carmina maligna), en la lengua judía es jardín.  

La virgen del mar se llama Carmen, no podía llamarse de otra manera; porque la mar es poesía, magia, maldición a veces y allá, en los fondos que sólo visitan los peces, los pecios hundidos y los marineros que se han ido con ellos cuando rugía la maldición del mar, hay jardines de singular belleza.

Dicen los que saben de eso, que los lugares sagrados y los dioses que se adoraron en ellos fueron cristianizados erigiendo iglesias o humildes ermitas en ellos y absorbiendo la devoción a la deidad pre cristiana que protegía a un pueblo o a un oficio, mediante la transferencia a una figura del culto cristiano la función  de su antecesor.

Yo no tengo conocimientos para entrar en ese debate; pero cuando se asiste a la fiesta del Carmen en cualquier pueblo marinero, uno tiende a pensar que es verdad; porque la hondura del sentimiento colectivo de los fieles que preparan con minuciosidad el conjunto de la ceremonia engalanando iglesia, pueblo y barcos; la que impregna el culto en el que se impetra la protección de la Virgen y sobre todo, el clima de emoción y misticismo que estalla en la procesión en la que la imagen baja al puerto para bendecir las aguas y a quienes murieron en ella, cobra un aura de atavismo. 

Es tan potente la emoción y unión que se respira entre los marineros, sus familias y la Virgen que ha de protegerles, que más que devoción, es amor terreno, humano, tan cercano y natural como el que se profesan viejos amigos. La Virgen es mucho más que una imagen. Es una entidad que parte con todos y cada uno de los barcos, que les acompaña; a la que apelan cuando escasea la pesca o amenaza la tempestad, no con 'Ave María' y jaculatorias, sino con interpelaciones espontáneas, en las que no faltan de vez en cuando epítetos irreverentes; porque ella es parte de su vida y se dirigen a ella como a sus madres, sus esposas, sus compañeros.

Cuando salga mañana de la iglesia y los barcos empiecen a saludarla con cohetes y toques de sirena, el tiempo se detiene y aglutina una larga historia de convivencia y amor entre la deidad protectora y los suyos y las salvas y los homenajes de hoy, están envueltos en los mismos sentimientos, supersticiones y miedos que inspiraron celebraciones pretéritas, tan lejanas en el tiempo que no podemos ni imaginarlas, y cobran vida, una vez más, para renovar ese pacto  entre adoradores y adorada. 

Es tan potente ese sentimiento que está impregnado de religiosidad y a la vez, más allá de la fe, que resulta imposible asistir a ese encuentro pactado entre lo humano y lo sobrenatural, sin percibir que hay algo muy grande en el interior de los hombres que les lleva a parajes que no alcanza la razón y desata fuerzas de belleza insospechada. Cuando te golpea esa realidad cada fragmento de la piel, caes en la cuenta de que creas o no en lo que ves, existe, te desborda y ya no podrás regresar a tu estadio de indiferencia; porque la Virgen del Carmen y los suyos te han atrapado en un hechizo que da un nuevo sentido a la vida. 


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