6/7/10

Los efectos de la canícula

El municipio gerundense de Puerto de la Selva ha formulado una declaración institucional en la que informan «que ha llegado el momento de cuestionar la soberanía española sobre Cataluña» y se han quedado tan anchos.

Podría parecer anecdótico y hasta ridículo. No hace falta ser especialista en leyes para entender que tiene tanta validez esa declaración institucional, como si fuera yo la que declaro que me siento fuera de la Constitución, junto con mi familia y que hemos llegado al acuerdo de independizarnos de España. ¿A que les hace gracia?

Pues en el fondo, esa tontería obvia, no sólo la protagoniza un alcalde y una corporación municipal, sino que el propio Presidente del Gobierno hizo algo parecido cuando abrió la Caja de Pandora por un puñado de votos, diciendo que él apoyaría el Estatuto que le presentaran los catalanes. El Presidente del Gobierno, incluso el Jefe de Estado de un país, no son dueños, sino sirvientes; no pueden dar carta blanca; porque las leyes, en especial la Constitución están por encima de sus personas y no pueden apoyar nada que vulnere cualquier norma vigente del Estado.

Pero vamos a mirar las cosas desde otro punto de vista. Imaginemos que cualquier español, harto de tanta tontería, convoca una consulta popular o pone en marcha una recogida de firmas para pedir que se eche de España a vascos y catalanes, que se sitúen puestos fronterizos en la entrada a estos territorios y que todo lo que salga de ellos pague en la aduana como cualquier producto extranjero; puesto que en tanto no se apruebe su ingreso en la Unión Europea, serán a todos los efectos un país que no goza de los privilegios del mercado único y por tanto, tienen que ser tratados como las importaciones procedentes de Estados Unidos o Canadá. Eso quiere decir que todos los productos de esos países serían un poco más caros, porque tendrán el recargo de las tasas de la aduana.

Por supuesto, no recibirán ni un céntimo de los impuestos que paguemos los españoles, puesto que ellos no lo son ni forman parte de nuestro país. Y qué quieren que les diga... Pienso que muchos españoles, hartísimos de ellos, sin necesidad de consignas, miraríamos muy bien de donde proceden los alimentos, los libros, la ropa, el menaje, los electrodomésticos y seguro que preferiríamos comprar un producto italiano o francés, que al fin y al cabo son de 'los nuestros' que una manufactura vasca o catalana.

¡Habría que oírles! Sus gemidos de plañideras serían aún más insoportables. ¡Catalanofobia! ¡Vascofobia! ¡Nos quieren arruinar, nos maltratan, nos odian porque nosotros somos más guapos, listos e históricos que todos los demás!

Y es que está muy bien dar patadas en el trasero de los españoles; pero venderles todo que producen, tener, gracias a nosotros una masa crítica de población que proporciona prosperidad y una serie de infraestructuras que te permiten tener una economía saneada (más o menos), sostener embajadas en el extranjero, financiar universidades, hospitales, el Liceo y muchas otras cosas.

Me pregunto si los catalanes son conscientes de lo que pasaría si el resto de los españoles decidiéramos, en ejercicio de nuestra voluntad soberana, pedir un referéndum para darles la ansiada independencia a esas dos Comunidades. Eso sí, con todas las consecuencias. Que se vayan de casa y se busquen la vida en todos los sentidos; pero que no pretendan que les paguemos los gastos. La independencia significa autofinanciación. Tiene riesgos por supuesto; pero más para ellos que para el resto, sobre todo, por lo tranquilos que íbamos a quedarnos terminando con tanta tontería.

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