26/7/10

Homenaje a Alfonso en el día de Santiago

Muerto Alfonso I, le sucedió en el reino su hijo Fruela, hombre decidido y obstinado en sus pensamientos y acciones de guerra. Entre sus campañas, tiene importancia en este homenaje la que le llevó a luchar y vencer a los rebeldes vascones (ala oriental de su reino) donde se había sublevado el conde de Álava. Capturó muchos prisioneros y se trajo a Munia, tal vez en calidad de prisionera, tal vez en calidad de rehén, hija del conde levantisco, con la que se casó y tuvo un hijo, Alfonso.

Máximo y Fromestano, durante su mandato, fundan en Ovetao, una colina desierta en ese momento, un monasteri, cuya presura confirma el rey Fruela y apoya, ordenando la edificación de un palacio para él, una basílica bajo la advocación de San Salvador y una iglesia dedicada a Santa Basilisa y San Julián. 

Fruela era un hombre violento y sanguinario.Reinó doce años y tres meses (según la Crónica Alfonsina Rotense) once años y tres meses, según la Alfonsina «Ad Sebastianum»). Lo asesinaron sus propios parientes; «por su ferocidad de mente», cuenta la Crónica Alberdense. Todo esto sucede en el año 768 de la era cristiana en Cangas de Onís. Sánchez Albornoz aventura que a la muerte de su padre, Alfonso no debía tener más de cuatro años. 

No sabemos lo que pasa con Munia tras la muerte de su esposo. El romance de Bernardo del Carpio presenta la existencia de una hermana en la vida de Alfonso II. Hay noticias confusas de que pasó un tiempo en un monasterio en Galicia, tal vez el de Samos;  pero lo más probable es que fuera acogido por su tía, la Reina Adosinda, hija de Alfonso I y durante el reinado de su marido, Silo, el joven Alfonso ostentó el cargo de gobernador del Palatium de Pravia, donde había trasladado la corte Silo.

A la muerte de Silo (783) Adosinda consigue llevar al trono a su sobrino Alfonso, que a la sazón tendría veintiún años; pero Mauregato le depone y le destierra a las tierras alavesas de su madre. Noticias no contrastadas muestran a Alfonso visitando Aquisgrán, admirando aquella ciudad regia, que daría lugar al nacimiento de la idea de construir otra similar si llegaba al trono. En todo caso, Adosinda es obligada a ingresar en el monasterio de San Juan de Pravia, fundado por su marido.

Entre tanto, hace entrada en la historia el conocido como Beato de Liébana, hombre erudito de encendido verbo, que durante el reinado de Mauregato, escribe los Comentarios al Apocalipsis en el 786 invoca al Apóstol Santiago como patrono y protector de Hispania en un himno litúrgico en que se evoca en un acróstico la bendición del Rey de los Reyes para el rey Mauregato. Probablemente salieron de su pluma las palabras liminares del culto Jacobeo (Claudio Sánchez Albornoz, El Reino de Asturias). Beato de Liébana planta la semilla que fructificará en el reinado del Alfonso El Casto.

Su tío Bermudo el Monje es llamado para ocupar el trono; pero tras constatar sus nulas  dotes como guerrero con una clamorosa derrota ante los árabes, llama a su sobrino Alfonso. 

Alfonso introduce cambios de inmediato. La Crónica Ad Sebastianum empieza: «Fue ungido para reinar el ya dicho magno rey Alfonso el día 18 de las calendas de octubre de la era anteriormente dicha (791)». Como la era que utilizaban era la hispánica, las fechas señaladas corresponden al 14 de septiembre de 781.

Su primera providencia es trasladar la corte de Pravia a Oviedo y ordena restaurar la basílica de San Salvador, que ocuparía el lugar en el que está hoy el altar mayor de la Catedral. Construye un palacio para sí, cuyo oratorio era la actual Cámara Santa de la Catedral de Oviedo, las iglesias de Santa María la Mayor (Capilla del Rey Casto en la actual Catedral) el Panteón de los Reyes, la iglesia de San Tirso, la de San Julián y Santa Basilisa (conocida hoy como San Julián de los Prados o Santullano) en la vega y otros muchos palacios, baños y edificios de gran hermosura, como reseñan los cronistas.

En los dos años siguientes a su coronación, los musulmanes repiten sus aceifas veraniegas, destruyen la Basílica de San Salvador, el palacio de Fruela, con seguridad causan daños en el monasterio y en la Iglesia de San Julián y Santa Basilisa. En el 794 repiten su razzia con los mismos estragos, bajo las órdenes de Abd al-Malik; pero esta vez Alfonso les espera en algún lugar de su recorrido en la retirada, un lugar llamado Lutos que estaba en algún punto del trayecto hacia el Camino de la Mesa, que era el usado para las incursiones y que probablemente era la aldea que hoy se llama Lodos, al borde de la cortada del río Pigüeña. 

En ese lugar, el ejército musulmán no tiene ninguna capacidad de maniobra cuando es sorprendido por jército Alfonso y sus huestes. Destroza el ejército, recupera el botín y pone punto final a las incursiones en el solar del Reino de Asturias. 

Tras la derrota, Hisam envía a Abd al-Karim con otro ejército. Alfonso sale a su encuentro en la Babia, es derrotado y tiene que emprender una huida desesperada y muy novelesca. El-Malik obtiene un gran botín; pero no corona la misión: apresar a Alfonso y dominar los territorios norteños. La temporada ha avanzado, tienen que salir de allí y Alfonso sabe que volverán al año siguiente. Pero entonces muere Hisam, y su sucesor Al-Hacam no puede proseguir la guerra santa. La población española sometida se sublevó y la necesidad de sofocar la hoguera que se había encendido y Asturias quedó libre de guerras ese verano.

Tampoco los veranos siguientes aparecieron los musulmanes en su aceifa habitual y en el 797, a principios de año, Alfonso envía una embajada presidida por Fruela con la rica tienda de campaña capturada a Abd al-Karim El Mugait y su embajador expuso en Herrstahl ante Carlomagno la situación del rey aliado del Emperador y sus propósitos.

Estos eran aprovechar las discordias civiles que entretenían a Al-Hakam para aparecer de forma inesperada con sus tropas en Lisboa, capturando un botín muy distinto al que podían capturar los musulmanes en las pobres tierras del norte y volvieron a Asturias. Basiliscus y Fruela marcharon a Aquisgrán el mismo otoño del 798 para informar a Carlomagno de su éxito, depositaron en manos del rey CArlos los espléndidos trofeos que le enviaba su alido en prueba de amistad y como demostración del triunfo, varios cautivos moros. 

Asturias sigue sin ser atacada, aunque sí lo son otros lugares del Reino, como Galicia, Álava, que se salvó con la derrota del ejército invasor en las conchas de Vitoria, Santander, que se libra de la invasión por la derrota de las hoces del Pisuerga, Galicia, que parece que la victoria de la aceifa fue irrelevante. Salvo esas incursiones, los territorios del norte vivieron un periodo de tranquilidad relativa. 

Entonces, once años tras subir al trono, Alfonso es depuesto, se le encierra en el monasterio de Ablaña. Un grupo de fieles, con Teuda a la cabeza, le restituye al trono de Oviedo. No se sabe nada más; pero hay un misterio adicional: En las crónicas figura un tal Tioda como el arquitecto que dirige las obras de restauración y construcción de la ciudad de Oviedo bajo el mandato de Alfonso. ¿Es el mismo que le saca de Ablaña? Imposible saberlo. 

Sabemos que reinó cincuenta y dos años, que mantuvo una guerra sin cuartel contra los musulmanes, que les derrotó en muchas ocasiones; pero lo que ha perdurado de su reinado acaece en 813: el hallazgo de una tumba en un prado cercano a Iria Flavia en el que un eremita, Paio, observaba misteriosos fuegos de luces en la noche e informó al obispo de Iria Flavia, Teodomiro. 

Abierta la tumba, encontraron el cuerpo de un hombre decapitado con la cabeza bajo el brazo. Alfonso recogió la semilla plantada por el Beato, promovió la construcción de un templo sobre la tumba del Apóstol Santiago, él mismo fue el primer peregrino que la visitó y sentó las bases de una peregrinación que, mil doscientos siete años más tarde, sigue recorriendo los caminos del viejo reino de Asturias, para visitar al criado Santiago y al Señor: las reliquias de San Salvador. 

Alfonso nos enseña que por grande que sea el peligro; por adversas que sean las condiciones que atraviesa un pueblo, la voluntad, la unión que generan unos elementos aglutinadores: fe, rituales, símbolos (entre los que el Apostol Santiago se convirtió, tras el descubrimiento de su tumba en un elemento esencial en el pequeño y precario reino) pueden desafiar con absoluto éxito toda clase de riesgos y reveses dirigidos por un caudillo eficiente.

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