23/11/11

Sombras alargadas de otoño






El repaso de la prensa local suele ser descorazonador. Las contiendas que recoge suelen estar asociadas a las subvenciones y clientelismo  institucional  reveladores descarnados de un panorama que evidencia la magnitud del pozo en el que estamos sumidos.

Es vieja la tradición en nuestra tierra de vivir de las instituciones públicas o privadas. El Ingeniero Adaro, hace un siglo largo, ya se asombraba de la escasa iniciativa de los asturianos para aprovechar la presencia de una industria potente para desarrollar actividades de apoyo en torno a su producción, que generarasen una industria complementaria. Mientras los vascos se caracterizaban, por poner un ejemplo, por poner en marcha talleres especializados en reparar las armas defectuosas que salían de la fábrica o idear herramientas sencillas que resolvieran algunos de los problemas que aparecían en la gran empresa y podían ser resueltos con soluciones sencillas, los asturianos rechazábamos todas esas oportunidades y nos conformábamos con obtener un puesto de trabajo en la industria, sujeto a un horario preciso a cambio de un salario tan seguro como modesto y rechazábamos explorar alternativas derivadas de servicios a la gran empresa matriz que podían suponer ingresos muy elevados a cambio, eso sí, de una actividad exigente, sin horarios, orientada en cuerpo y alma a exprimir esa ubre fecunda en beneficio propio.

Asturias tiene un gran potencial; pero no sabe explotarlo. Un ejemplo: hago el mejor chosco del universo mundo y tengo a mano en mi entorno una nutrida red de vecinas expertas en la elaboración de este embutido. No llegan a mi virtuosidad; pero sé que si monto una empresa y dirijo la producción, mi producto será excelente.

Si tengo madera de empresaria de calidad, lo primero que haré será ahorrar o pedir un crédito para que me hagan un estudio de mercado que me oriente sobre los puntos en los que tendrá una acogida favorable mi producto y me informarán de los niveles de producción que debo alcanzar para abrir brecha en el mercado que me acogerá con facilidad.

El siguiente paso es valorar los retornos potenciales que va a proporcionarme ese mercado, para definir el nivel de producción que tengo que afrontar. Eso supone unos costes iniciales de puesta en marcha, créditos a obtener para afrontar las instalaciones de producción y búsqueda de socios que apuesten por mi idea y acepten invertir un capital para sacar adelante el proyecto. 

Si consigo involucrar un grupo de inversores suficiente, no sólo podré poner en marcha la empresa, sino que su continuidad no estará condicionada por los avatares políticos de las Administraciones Públicas. Si acierto y vendo lo que espero en los cálculos más modestos, para cubrir costes y obtener un margen de ganancia que me permita mantenerme, estaré en el buen camino. Basta que el tiempo y el boca a boca o una publicidad modesta y bien elegida, me permita ampliar mi mercado. A partir de ahí, estará en mis manos el índice de crecimiento. Conforme amplíe el abanico de la demanda, con trabajo ingente y sacrificio, mi capacidad de crecimiento aumentará y paso a paso, podré consolidar una empresa floreciente.

El problema es que aquí las cosas no funcionan así. Si tengo  un proyecto de negocio voy a la Consejería correspondiente y me informo de qué tengo que hacer para que me concedan una subvención. Si consigo que me la den, no lucho por independizarme, si logro triunfar, aunque sea modestamente, en el mercado para independizarme incorporando socios particulares que apuesten por mi negocio. Sigo atada a las subvenciones, lo más cómodo y tarde o temprano llegará una crisis que obligue a la Administración a reducir costes con criterios draconianos que reduzcan o eliminen los fondos que venía percibiendo y tendré que cerrar.

Ese es el gran reto de Asturias: que los empresarios modestos que contemplan la puesta en marcha de proyectos, lo hagan relegando a las cotas mínimas la ayuda de la Administración del Principado. Que, aunque acudan a ella para obtener esa primera financiación inalcanzable en otros ámbitos, como la banca, se sacudan lo más pronto posible esa fuente, conscientes de que es más seguro recurrir a la inversión privada que a los estamentos oficiales.

Mientras no liquidemos esa mentalidad proteccionista, que entraña pan para hoy y hambre para mañana, no lograremos despegar como sociedad industrial y estaremos condenados al clientelismo y la parálisis derivada del instituto de la subvención que es la antítesis de creación de riqueza y fomento de la producción estable y duradera.

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