22/11/11

Reflexiones del día después





Es muy divertido recorrer el análisis que hacen los «politólogos» de la prensa en el día de hoy, emborronando papel cantando las excelencias del presidente electo.

Las hay para todos los gustos, aunque primen las que, olvidando los palos que le dieron por su «cachaza», ven en el día de hoy las excelencias de esa estrategia de desgaste, tan poco lucida; pero tan magistral en su ejecución, que hizo posible volver contra sus enemigos el famoso cordón sanitario y la demonización de la derecha crispadora. Un genio, coinciden todos. Pues vale.

La cuestión, en mi opinión, es más simple. Imagine que es usted muy rico, que tiene tantas propiedades e intereses que necesita un equipo que administre y gestione con éxito el potencial de su fortuna. ¿Elegiría usted a un personaje frívolo, amante de los experimentos, que le ofrece encanto y afabilidad o a un individuo serio, poco imaginativo, tal vez; pero que le garantiza seriedad y rigor en la administración?

Puede que en una etapa de gran florecimiento, esté dispuesto a probar cosas nuevas; pero cuando arrecian las tempestades y su fortuna corre peligro, pasaportará al embaucador y elegirá al que demuestra que es responsable y trabajador, aunque no tenga eso que se llama carisma.

Lo del carisma es engañoso. Los medios de comunicación nos lo venden como una fórmula que aúna una dosis de belleza, una pizca de encanto, un gran lote de capacidad para enardecer a las masas y llevarlas donde pretenda prendidas en su encanto.

Eso es la teoría; pero la práctica es más prosaica. Tiene carisma aquel que, en un momento concreto, reúne todas las características necesarias para convencer a los demás de que es la persona adecuada para alcanzar los objetivos perseguidos.

Hoy muchos intentan explicar por qué se mantiene la prima de riesgo tan alta, pese a los resultados electorales y baja la bolsa. Si se siguen todas las opiniones, se puede componer un abanico muy amplio, casi exhaustivo, de las razones por las que pasan las cosas que están ocurriendo. Si se para uno a analizar los datos, aparece nítida la base del problema.

No hay liderazgos, en el sentido de que, quienes detentan el poder a la hora de tomar decisiones en la coyuntura que afrontamos, adolecen de carencias básicas, pese a que, en algunos casos, reúnan todas las condiciones para ostentar la condición de paradigma de la figura del líder.

El primer factor es el de la carencia de una preparación sólida que permita elegir el mejor equipo para atajar los problemas que aparecen. Los líderes buscan más la afinidad ideológica con los miembros de los equipos que articulan, que con la eficiencia de los elegidos en términos objetivos.

El segundo está en la pérdida de valores en la sociedad. Cada cual busca su fortuna, su minuto de gloria, su lucimiento, no trabaja en interés de la sociedad, sino defendiendo sus intereses. Esto no es malo, es la base del capitalismo; pero hasta hace unas décadas bajo esa postura egoísta y legítima de obtener el mayor beneficio de las inversiones había una postura ética que constituía una garantía de gran  valor; porque los mercaderes (da igual que hablemos de comerciantes, banqueros, intermediarios o representantes de firmas) cifraban el éxito a largo plazo de su negocio en la confianza de sus clientes, en la certeza de estos de que no les ofrecerían nada que entrañara riesgos imprevistos y en el caso de que los hubiera, serían advertidos de antemano para que pudieran decidir si les compensaba correrlos, o no.

Todo eso se ha acabado. En Europa no hay un liderazgo potente formado por dirigentes que tienen una visión amplia de los problemas que afrontamos, de las múltiples variantes que plantean, cómo enfocarlos, cómo reconducirlos para resolverlos con éxito. En Estados Unidos, las cosas no van mejor. Republicanos y Demócratas andan a la greña, más interesados en los réditos políticos que en resolver la delicada situación en la que se encuentran con el problema del déficit. Unos y otros se apresuran a echar las culpas de la crisis a otros, en lugar de concentrarse en analizar qué están haciendo mal, qué errores han cometido, siguen cometiendo y cometerán en el futuro, si no cambian de estrategia.

Ahí estriba la clave del éxito de Rajoy: ofrece la imagen de una persona honesta y sincera, que no entra en contiendas estériles, poco dado a culpar a otros de los contratiempos, que parece tener una idea muy clara de cuáles son los problemas y cuál es el camino que hay que seguir para resolverlos. No ofrece milagros, solo trabajo, fórmulas en las que cree, que saldrán bien o no, el tiempo lo dirá. Lo que no le niega nadie, ni siquiera sus peores enemigos, es la condición de honesto. Hará en todo momento (con acierto o no, insisto), lo que considere que resulta más adecuado para sacarnos del pozo, sin que distorsione su visión la ideología, los prejuicios o el ansia de alcanzar réditos personales, por encima de cualquier otro interés.

Ese es su carisma. Tras tantos años de engaños e ingeniería social, lo que queremos en el Gobierno es un señor con aspecto de contable escrupuloso que sanee las cuentas y nos diga cuáles son los problemas que van surgiendo, su alcance real, los riesgos que entrañan y qué caminos ve para resolverlos. 

No se puede pedir más. Es todo lo que necesitamos; porque los que tenemos que resolver el problema somos los ciudadanos. Los políticos sólo pueden diseñar una escenografía lo más favorable posible para que fluya la trama de nuestra labor sin obstáculos y con la mayor agilidad posible. Parece que ese apartado lo tiene claro y solo nos queda esperar para ver si es capaz de crear ese clima ideal para que nuestro trabajo y nuestro sacrificio corone las metas que perseguimos.

No hay comentarios: