Fotografía Teodoro Naranjo. (ABC)
Tengo la sensación de que la mente colectiva de España lleva siete años congelada en el pasado, guiada por una mano negra que aparta nuestra mirada del futuro, privándonos de centrar nuestra energía en planes de progreso y desarrollo personal y colectivo para mantenerla atrapada con fijeza hipnótica en un pasado en el que jugamos el papel de la mosca cautiva en una de tela de araña.
Primero fue la Memoria Histórica, el empeño en borrar todo rastro de lo que se etiquetó como un pasado oprobioso e injusto que había que destruir y reescribir.
Francisco Franco y Bahamonde, a quien teníamos olvidado, volvió a ser el protagonista de nuestra vida. Había que dedicar todo el esfuerzo, la energía y los recursos disponibles a borrarle de nuestra historia, retirar todas las estatuas, monumentos, incluso se estudió demoler el Valle de los Caídos, para que, ya que no hay ninguna posibilidad de modificar la realidad de su existencia, de su habilidad para ganar la Guerra Civil y mantenerse cuarenta años en el poder, al menos cobrar justa venganza borrándole de nuestra historia, reescribiéndola, si era necesario, para hacerle desaparecer.
Los egipcios que construyeron las pirámides ya nos dieron las claves de la inmortalidad: «Di mi nombre y viviré», grababan en sus tumbas. Porque eso es la inmortalidad: la prolongación de la existencia del individuo, tras su muerte, en la memoria de los hombres. Negar su memoria, borrar su rastro, erradicar todos los símbolos, era una necesidad urgente para el progreso de la sociedad, al tiempo que se rendía tributo a la memoria de sus víctimas excavando fosas para rescatar a los mártires anónimos que yacían en ellas y entregarlos a sus familiares para que pudieran rendirles el último tributo, conduciéndoles a la tumba de la familia para visitarles el día de Todos los Santos.
Pasemos por alto la realidad de que quienes se llevaron la tajada del león en esas subvenciones fueron los sindicatos y que sólo una fracción mínima de esos caudales fueron destinadas a su función.
El tiempo y el cansancio agotó el poder fascinador de esa retrospectiva, acabamos hartos de fantasmas de la Guerra Civil, de los dispendios que se revelaron tan escandalosos como ridículos cuando el despilfarro insensato de este gobierno nos dejó en la ruina, caminando a paso firme hacia los cinco millones de parados, con los recortes sociales más brutales de la historia de nuestra democracia y con un futuro más que incierto.
No todo estaba perdido en la cruzada de retorno al pasado. La suerte es que este año se cumplían tres centurias de un suceso de nuestra historia equiparable al llamado «Alzamiento Nacional» con la diferencia de que en este caso, los golpistas salieron trasquilados.
Volvimos a sufrir el bombardeo de la efemérides. Llevamos días con los medios dedicados en cuerpo y alma a recordar esa fecha funesta. Ahora no es vergonzoso, sino un evento tan relevante que el propio presidente del Gobierno se postró ante él, rendido de espíritu democrático y cuando el jefe de la oposición hizo uso de la palabra para cumplir la obligación que le asignan nuestras leyes de control al Gobierno, Zapatero levitó y excusó la respuesta: «No voy a discutir con usted. Hoy es el día en que se ha de rendir tributo... (bla, bla, bla)»
Lo chusco de todo este tejemaneje es que la memoria es lo menos fiable de la mente del ser humano. El fantástico blog de 'El País': 'Apuntes Científicos desde el MIT' de Pere Stupinyá, nos sintetiza una conferencia dictada por una de las psicólogas más reputadas del mundo: Elisabeth Loftus, premiada en el congreso anual de la Sociedad Americana para el Avance de la Ciencia, en el que disertó sobre la escasa fiabilidad de la memoria.
A cambio de esas evocaciones de los protagonistas del 23 F, de valor más que cuestionable, hemos perdido un día más de nuestra vida en el abordaje de asuntos importantes: la necesidad de trabajar para que se equilibre nuestra economía, que se aclaren los asuntos tan graves de corrupción de los que debe responder el Gobierno y otras materias de la mayor trascendencia para nuestro futuro.
No progresaremos revisando la Guerra Civil, excavando fosas o empapándonos con los engañosos recuerdos de los protagonistas del 23 F. El pasado es la base del futuro, hay que aceptarlo, estudiarlo y tenerlo presente, aunque se llame Francisco Franco, para evitar que la historia se repita y fortalecernos como sociedad; pero no nos engañemos. Hasta los fantasmas de estas efemérides están hartos de esta güija macabra que los invoca día sí, día también. No tengo ninguna duda de que si pudieran hablarnos, dirían con voz imperiosa: «Déjate de historias y ocúpate de lo que importa: el presente y el futuro».
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