Seif el Islam al Gadafi, hijo de Muamar el Gadafi durante sus declaraciones a la televisión estatal. (AFP)
Ninguno de los sátrapas de los países islámicos puede exhibir un historial sanguinario comparable a Gadafi.
La marea por el cambio ha llegado a Libia y pasó lo que tenía que pasar cuando está al frente del Gobierno un asesino. 'El País' despliega una información muy superior al resto de la prensa. Nos cuenta que el ejército disparaba a la cabeza o el pecho de los manifestantes, así lo demuestran los cuerpos de los caídos que llegan a los hospitales; pero no es sólo eso. Francotiradores del ejército, cumpliendo órdenes del asesino que gobierna con mano de hierro el país hace más de cuarenta años, se atrincheraron en una zona residencial fortificada del centro de la ciudad, para disparar desde sus edificios contra los manifestantes que volvían a sus casas tras la protesta.
No hay palabras para expresar el dolor y el asco que inspira esta nueva canallada del terrorista que gobierna Libia. Al Yazira informa de que el ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido, William Hague, habló horas antes con Said al Islam para advertirle que abrieran un proceso de diálogo, porque las acciones del Gobierno Libio eran inaceptables y producirían una condena mundial.
Si cae el régimen de Gadafi ante las protestas, si la llamada al orden de Hague tiene efectos y frena al dictador sanguinario, siempre nos quedará la duda de hasta que punto Gadafi estaba ahí, no porque Occidente no pudo ir más allá de darle la lección que le impartió EEUU bombardeando el complejo residencial palaciego en que residía y del que salió ileso por pura suerte, poniendo fin a sus aventuras terroristas de sobra conocidas, sino que si se mantuvo en su puesto fue porque otros, mirando más sus intereses que la vergüenza torera, prestaron todo su apoyo para sostenerle.
La comparecencia del delfín del terrorista por excelencia libio, en un principio, parecía conciliadora; pero no tardó en enseñar la patita (bendita sea la rama que al tronco sale) advirtiendo que no se tolerarían desórdenes y amenazando con grandes males para todos si se extendía la revuelta.
Parece que se extiende. El corte al acceso a las redes sociales, luego a Internet y a la telefonía móvil, impide conocer el alcance real de lo que está ocurriendo; pero las confusas informaciones señalan que ha llegado a Trípoli y que algunas de las secciones del Ejército se han unido a los ciudadanos, tal vez porque les resultó intolerable esa matanza, usando el armamento más moderno y sofisticado, de civiles desarmados, cazados por militares de élite como alimañas.
Confieso que deseo que el ejército se alinee con el pueblo y que el fin de Gadafi esté envuelto en el terror y el sufrimiento más extremo. No me avergüenza este sentimiento; porque es lo que merece un asesino tan cruel y sanguinario, que disfrutó toda su vida sembrando muerte y terror, tanto entre los suyos, como en el resto del mundo.
En todo caso, me conformo con que el pueblo libio se libere de esa lacra y consiga, por fin, tomar las riendas de su destino a despecho de los intereses de otros países, pueda elegir unos dirigentes y un sistema de gobierno adaptado a su mentalidad, a sus necesidades, que les lleve a la mejora de sus condiciones de vida, que alfabetice a todos los habitantes, que permita que nazca en ese país un tejido social sólido y sus ciudadanos accedan a la cultura, el saber, la oportunidad de crear riqueza con su trabajo y vivir en paz, libertad y progreso.
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