Inenarrable el contraste entre la imagen de la Canciller y la de las ministras de Economía y Exteriores españolas en la foto de familia de la cumbre hispano-alemana. ABC
El verbo brillante de nuestro presidente ha estado hoy inspirado. Ha empezado acotando el ámbito de las ideas aclarándonos que «el euro es una unión de derechos y deberes España es un país de cumplimiento de deberes».
Tenemos mucha suerte, porque hasta ahora pensábamos que el euro era una moneda o si lo prefieren, un patrón de intercambio económico adoptado por la Unión Europea y que lo de los derechos y deberes, en un marco geopolítico como la UE, se refería a un espacio en el que los diferentes estados que lo conforman se comprometen a seguir una línea política y económica común, que no elimina la particularidad en el desarrollo de las políticas internas, necesaria, porque la realidad de cada país es diferente, sin que ello elimine la obligación de diseñar esa política teniendo siempre presente la pertenencia a una comunidad y la responsabilidad como miembros; pero estábamos equivocados. No es la UE lo que entraña la presencia de una dicotomía derecho-deber, sino el euro. ¡Loado sea Dios por dotarnos de esta mente preclara!
Tampoco encaja mucho en el asunto la definición de España como un lugar de cumplimiento de deberes. Al menos, desde que él llegó al poder, empezando por la retirada de Irak, España no es, precisamente un ejemplo de nación responsable y cumplidora.
La expresión de la Canciller es todo un poema
El presidente ha seguido calentando boca: «No vamos a renunciar a ser los más competitivos en este mundo nuevo ni a renunciar al estado de bienestar. Por ello, debemos saber que si queremos mantener las posibilidades hay que hacer más por la competitividad».
No es extraño que se le haya quedado esa cara de póquer a la señora Merkel. Caminando a paso firme hacia los 5.000.000 de parados, con la pequeña y mediana empresa arrasada, con una política que cambia el marco jurídico de forma constante, la verdad es que la labor de la competitividad es complicada.
Tampoco tiene desperdicio la cara del Superministro. Por lo menos, puede conversar con ella
No es aventurado suponer que el aparente cruce de bromas entre Superfaisán y la señora Merkel, tenga que ver con el paquete de medidas que trajo la señora en su maletín para dejarlas sobre la mesa de trabajo de nuestro gobierno.
La Canciller, pese a los inevitables ataques de estupor que debe sufrir quien hable con el señor Rodríguez cinco minutos, estuvo en su papel. Ha dicho que en «España se han hecho grandes cosas, grandes logros y constantes reformas, que permiten cambiar el rumbo de España». Aunque se ha apresurado a añadir «no pueden surtir efecto en dos o tres días, sino que tendrán su efecto en varios años».
Pudo añadir que esto es así, ante todo, porque no se ha aplicado una reforma estructural. El gobierno no ha definido los problemas, no ha diagnosticado el conjunto de síntomas que permiten definir cuál es la enfermedad real de nuestra economía, no ha establecido unos objetivos y aplicado las reformas que considera indispensables para erradicar los problemas esenciales, reconducir los que acompañan a ese fallo estructural de base y establecer las medidas para recuperar el tejido industrial y comercial devastado, crear empleo, reducir gastos de forma racional y sanear, en resumen la economía. Se ha limitado a tomar medidas aisladas, insuficientes y carentes de una base de planificación estratégica, como lo son todos los parches que aplica este gobierno.
Por lo demás, dejó claro ante el mundo su apoyo total al gobierno de España y tras un vuelapluma en el que hizo una llamada a la vinculación de los salarios al IPC (en el que no entró luego ante las preguntas de los periodistas, porque no debe y que Zapatero, que sí debe, aclaró de inmediato diciendo que ya se encargaban los sindicatos de eso) cerró su actuación ante los medios de este modo: «es muy tranquilizador que no haya conflicto con los sindicatos, eso crea mucha confianza. España va por muy buen camino y no cabe hacer ninguna especulación sobre si haría falta un rescate o no. Cada uno tiene que hacer sus tareas y los mercados tomarán buena nota con mucho interés».
Una cara completamente distinta de la Canciller en su saludo al Rey. EFE
Antes de afrontar la reunión, la Canciller alemana se reunió a puerta cerrada con el Rey en su despacho. No consta que haya participado en esa reunión el Presidente del Gobierno, que la acompañó a la Zarzuela, ni siquiera buceando en 'El País'; aunque en buena ley, debería de haber estado presente, aunque fuera como convidado de piedra, puesto que el Monarca y la Canciller se comunican en inglés.
Todo apunta a que no estuvo presente en esa reunión, que tuvo el carácter protocolario de un despacho de trabajo. Tal como relataría la señora Merkel ante los medios, el nuevo objetivo es que se apruebe el plan de competitividad y cabe suponer que ese plan tiene que estar apoyado en una serie de medidas que debe adoptar el Ejecutivo y seguramente el Legislativo. Por ello, antes de la reunión de trabajo con el Presidente del Gobierno, era obligado que la Canciller informara al Rey de forma extensa de la política diseñada para España para sacar a nuestro país de la situación en que está.
Es impecable y denota la claridad con que contemplan y manejan las jerarquías en otros países (otra de las cosas que fallan de forma estrepitosa en el nuestro), esta planificación protocolaria en la secuencia de los actos de la cumbre hispano-alemana. Primero, reunión de trabajo con el Jefe del Estado español para informarle y recibir el visto bueno, que transforma unas propuestas formuladas por otro estado en un programa que se incorpora a la política nacional mediante la aprobación del monarca. Luego, reunión con el Presidente de Gobierno para informarle del nuevo paquete de medidas que ha de adoptar.
No cabe ninguna duda de que volverá a transformarlas en parches inútiles; pero al menos, estarán sentadas las bases y el nuevo gobierno, sea cual sea, si está presidido por una persona con una mínima capacidad política, tendrá abierto el camino y su labor será la de reformar las leyes aprobadas para aplicar estos paquetes de medidas, enmarcándolas en un plan de intervención global en la economía, en una serie de programas articulados y adecuados para sentar las bases de una estructura legal adecuada para que España salga de la crisis y remonte como lo hizo a partir del año '96.
Reconocemos con pesar que el trabajo de la Canciller, obligada a entrevistarse con nuestro hombre de 'Pensamiento Alicia' supone un gesto heroico y entraña una gran fortaleza mental para no perder los nervios y la cordura; pero quiero hacer constar que yo y todos los españoles sensatos (muchos millones) le estaremos agradecidos mientras vivamos por la ayuda que nos está proporcionando. No ignoramos que su sacrificio se reduce a proteger los intereses de la UE y sobre todo, de Alemania y que nosotros sólo somos un problema grave para su país y para Europa; con el agravante de que hemos votado dos veces a este presidente. Aún así, es una luz en nuestras tinieblas y queremos que conste.
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