21/11/11

La mentira y la impostura, claves en los resultados electorales






El Partido Popular ha obtenido ciento ochenta y seis (186) escaños en las elecciones celebradas en el día de hoy.

Un grupo de analistas explica la victoria arrolladora de los populares como la obtención de una fruta madura que cae en sus manos sin esfuerzo, limitándose a largar cuerda para que el oponente se ahorque solo. Otros lo explican como el resultado de la paciencia y la perseverancia del candidato.

Yo tengo otras explicaciones. Por un lado, a lo largo de estos larguísimos siete años y medio, frente a la mendacidad y la inconsistencia del equipo que gobernaba España, Rajoy, en sus debates parlamentarios se perfiló una y otra vez como un orador brillante que enfrentaba la sensatez y el juicio certero en el análisis de los problemas a la frivolidad del Presidente pertinaz en el hábito de mentirnos a los españoles por sistema.

Los medios afines pudieron disfrazar la realidad durante mucho tiempo, tachar a Rajoy de muchas cosas y destrozar su imagen ante los ciudadanos; pero llegó la hora de la verdad, el momento en el que la crisis económica demostró que todo lo que vaticinara ese hombre gris y poco carismático eran verdades como puños y que las cosas nos habrían ido menos mal si le hubiéramos hecho caso. 


La otra clave de Rajoy fue la presencia femenina. Cospedal, Mato, Sáenz de Santamaría, Barberá... El Presidente feminista nos abochornó con la cuota: De la Vega: una verdulera infumable, incapaz de hilvanar un argumento, despachaba los trámites entre insultos y descalificaciones, sin responder nunca a las cuestiones planteadas. Magdalena, alias Maleni, el horror. Salgado, una mujer sin personalidad que aparenta un mínimo cociente intelectual, aunque viste muy bien y resulta un florero muy decorativo. Pajín y Aído, una vergüenza insufrible  para toda mujer que se respete. 


El PSOE mostraba su desprecio por las mujeres elevando a las más altas instancias ejemplares impresentables, mientras el PP, enemigo de las cuotas,  nos consolaba seleccionando un plantel de profesionales de tal nivel de competencia, que fueron capaces de sortear todas las trampas del PSOE, poner en evidencia a María Teresa y a Alfredo, diseñar campañas sin errores (al contrario que Valenciano, que ha batido todos los récords) y llenarnos de orgullo a todas las mujeres en igual medida que nos abochornaban las ninfas de cuota del PSOE.

Las circunstancias nos llevaron a entender que es mucho más importante la sensatez y la templanza a la hora de elegir al administrador de nuestro país, que la oferta tan sugestiva y engañosa de unos cambios evanescentes, cuando las maniobras de ingeniería social practicadas por nuestro Gobierno demostraron que nos habían destrozado en todos los frentes: económico, social, institucional e internacional.

Nada quedaba en pie en el imaginario colectivo. La divisa del Gobierno había sido la crispación, el enfrentamiento, las políticas excluyentes, la manipulación del pensamiento y la opinión de los ciudadanos. 

Llegó la campaña y Rajoy optó por dirigirse a los ciudadanos trazando las grandes líneas maestras de su programa. Sin demasiado detalle, consciente de que lo que podía encontrarse cuando tomara posesión del cargo podía ser tan grave que transformaría en quimeras imposibles las promesas electorales más razonables y, sobre todo, que ahora no gobernaría con la independencia normal en todo Presidente de Gobierno, sino que tendría que plegarse a las disposiciones de otros dirigentes; porque estamos intervenidos de hecho.

Frente a esa actitud tranquila, centrada en los temas que nos preocupan a los ciudadanos de a pie, Rubalcaba optó por mantener  las claves de bochorno del electorado femenino con la elección de una incompetente irredenta que le destrozó la campaña y consagró una vez más la estrategia de la crispación. 


No nos habló de su programa, de lo que pensaba hacer si era elegido, optó por explicarnos un supuesto plan oculto del PP, sacó a pasear los mostrencos de lo peor de nuestro pasado, ocultó a quien, a fin de cuentas era su último y más relevante mentor, el que le había otorgado las cotas de poder más altas que había conocido hasta que fue llamado por Zapatero, en una maniobra de deslealtad, no por natural en él menos abrumadora, al exhibir la descomposición orgánica del partido que le apoyaba amén de mantener una línea de continuismo con el «pensamiento Alicia» del gobierno en el que fue ministro plenipotenciario, que nos exasperó.

Me consta que muchos fueron hoy a votar ansiosos de darle una tunda antológica al candidato y su partido. La razón era que su campaña, tratando como idiotas a los votantes, sacando a pasear las consignas felipistas del '96: «que viene la derecha, cuidaos de ese riesgo porque van a aniquilar las prestaciones sociales, dejaros en a la intemperie y necesitáis que nosotros sigamos cuidando de vosotros para protegeros», cuando no podíamos tener más pruebas de que en sus manos corríamos peligro de que quedara aniquilado el estado de bienestar fue una bofetada difícil de soportar.

No se nos dio ocasión de patear a Zapatero; pero la campaña de su heredero generó un odio e inquina aún mayor en muchos estamentos sociales, que el que despierta el aún Presidente. El deseo de partirle la cara al candidato de PSOE nubló demasiadas mentes y eso explica el resultado.

Estoy muy contenta de que haya sufrido una derrota tan apoteósica, la que merece, la que hacía falta para enterrar la carrera política de esa figura oscura y truculenta, que, al final, resultó que ni era listo ni sabe administrar los tiempos ni es digno de temor.

Lo lamentable es que esa crispación, ese deseo de partirle la cara que experimentaron los ciudadanos de España de este a oeste y de norte a sur, resultó clave para que, en Asturias, primara la víscera sobre la razón. Era necesario que el electorado se sustrajera de ese deseo, legítimo e impecable, para considerar los problemas que tenemos con el 'Pacto de la Zorera' y votáramos en masa al único que puede dinamitarlo y devolvernos a la normalidad. 

Por desgracia, no ocurrió; pero sería muy saludable para todos que los políticos del Principado analizaran con lupa los resultados. El PSOE cosechó un éxito relativo. No sufrió un descalabro tan clamoroso como en otros sitios, gracias, entre otras cosas, al votante gijonés; pero deberían considerar que tuvieron que esconder a su líder en campaña.

El PP, en términos absolutos, también sufrió un detrimento en beneficio del Foro en la región. Hay un voto de castigo, discreto; pero evidente, a la actitud que mantienen PP y PSOE aliándose para laminar al Foro.

Se equivocarían mucho si hicieran una lectura de resultados considerando que el sentido del voto de los asturianos se centró en la política local. No tengo ninguna duda de que si Foro convocara dentro de un mes elecciones, el descalabro del PP y el PSOE iba a dejar en mantillas el éxito del PP a nivel nacional, esta vez con Foro como verdugo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Carmen, finalmente ocurrió lo que estaba cantado y sin desviarse un ápice de los pronósticos de la estadística: victoria aplastante del PP y descalabro histórico del PSOE, salvo en Asturias, el lugar en el que la víscera de la izquierda está más hipertrofiada. Pero lo importante es que ha habido un cambio y con él una esperanza de regeneración a todos los niveles, con grandes sacrificios por parte de todos pero mejor administrados.
Un saludo.

Carmen Quirós dijo...

Asturias tenía unas claves internas específicas, Jano; pero creo que, resuelto lo urgente, es hora de que los asturianos nos dediquemos a lo importante. Ya que los pactos nos están perjudicando de modo más que grave, ha llegado la hora de que los ciudadanos intervengamos para que los políticos se enteren de que no pueden jugar con nosotros.

Saludos.