8/3/11

Leire Pajín ataca de nuevo




La ministra Leire Pajín, durante su intervención en el congreso. | Efe
Leire Pajín en su intervención en el Congreso de Mujeres Mayores.
Fotografía de EFE tomada de 'El Mundo' digital.

Leire Pajín afirmó en el Congreso de Mujeres Mayores que ellas eran las que habían soportado muchos años los malos tratos en silencio.

Es terrible esta afirmación; porque demuestra que en el entorno de Leire Pajín era habitual la violencia sobre las mujeres en la generación de sus padres y sus abuelos. Sólo cabe esta conclusión al escuchar sus palabras; porque es una afirmación tan grave, que sólo puede hacerse desde la constancia de ese fenómeno en su entorno.

Es cierto que en el pasado había malos tratos, como ahora. De hecho, la mayoría de los estudios serios sobre el maltrato en la familia nos hablan de que se trata de una conducta aprendida en el hogar, tanto por parte del agresor como del agredido.

Sin embargo, es más que probable que en la época de nuestras abuelas y nuestras madres hubiera menos violencia sobre las mujeres que ahora.

En primer lugar, pegar a la mujer (o al marido, que también se daba), estaba muy mal visto. Un hombre que alzara la mano contra su mujer o al contrario, era despreciado por todo el vecindario y en el norte, que es lo que mejor conozco, lo usual era que si le levantaba la mano un hombre a su mujer, salvo que lo hiciera por motivos gravísimos, tenía muchas posibilidades de recibir una paliza que le quitara las ganas de reincidir de mano de sus cuñados, parientes de su mujer o amigos de la familia.

Yo no he conocido un sólo caso en mi entorno (salvo el profesional) en el que un marido le levantara la mano a su mujer. Ni uno. Tuve noticias de dos conductas violentas: una ocurrió en un matrimonio mayor (cuando escribo mayor hablo de una pareja de ochenta y ochenta y dos años), cuando el marido, un hombre ejemplar como padre y marido, desarrolló una violencia senil grave y el delirio de que su mujer se acostaba con otros hombres. El segundo caso de violencia también lo conozco de oídas. En este caso era el marido el que recibía una paliza de su mujer cuando se emborrachaba. Formaba parte de sus recuerdos de infancia. Ya adolescente, tuve noticias del primer caso. 

Siendo una jovencita, fui testigo de esta escena más que impresionante. Una chica joven informa a sus padres de que su novio y ella han decidido casarse. El padre la mira y le pregunta si lo ha pensado bien. Ella asiente convencida y él sentencia: «Piénsalo bien. Cuando salgas por esa puerta para casarte, queda cerrada para ti, salvo de visita. No voy a acogerte si vienes diciendo que no os entendéis, que te has equivocado, que ya no te gusta. Te casas para toda tu vida». Era impresionante porque me parecía terrible la condena al desamparo si las cosas le iban mal; pero hubo un cierre aún más sobrecogedor: «Bueno» añadió. «Hay una excepción: Si un día te levanta la mano, mátale y luego ven».

Fue una secuencia imborrable. En primer lugar, era imposible imaginar que el futuro marido, uno de los hombres más buenos y educados que he conocido, le levantara la mano. Sin embargo, ese «mátale y luego ven» era sobrecogedor.

No tardé en entenderlo: La mente del padre no podía concebir nada más degradante y vergonzoso en un hombre,que el maltrato a su mujer. Era la peor lacra para él, como padre, haber entregado a su hija a un individuo tan indigno. Era tan horrible esa acción en un marido, que le convertía en paria, en un animal, en alguien que merece ser ejecutado de inmediato, porque deshonra a todos los hombres y esa muerte tenía que venir de la mano de la esposa maltratada. 

No quedaba ahí la cosa. Vi con toda claridad en aquel rostro petrificado por una noticia, de todo punto esperada, que en la solemnidad del momento él se sentía depositario de una tradición familiar. Seguro que oyó esas frases en boca de su padre cuando sus hermanas vinieron a decirle que habían decidido casarse y que su padre dijo aquello porque se lo había oído al suyo y así a lo largo de siglos.

Sin duda hubo mujeres que fueron maltratadas, incluso con saña y que callaron; pero lo hicieron porque la noticia entrañaba la deshonra de su marido. No eran ellas las que serían tratadas como apestadas por sus vecinos, al contrario, tendría toda su solidaridad y la ayudarían en la medida de sus fuerzas. Sería su marido el que sufriría el oprobio y los últimos perjudicados serían sus hijos. Nadie querría entregarle una hija a un joven que hubiera crecido en una casa donde vio pegar a su madre.

Si había en ese auditorio mujeres que sufrieron malos tratos en silencio, esa frase es, cuando menos, desafortunada. La frivolidad con que trata un asunto tan complejo reduce a cenizas el móvil final que les impuso silencio a esas mujeres: un concepto del honor, una capacidad de superar su drama y caminar por la vida con la dignidad de quien abraza el sacrificio para salvaguardar lo que para ellas eran valores superiores: la unidad de la familia, la seguridad de los hijos, el buen nombre de su casa. 

Las mujeres de hoy no podemos juzgarlas, menos menospreciar ese sacrificio. Su mundo, su mentalidad, su actitud ante la vida, sus valores humanos, sus creencias religiosas, su visión del mundo está tan lejos de la nuestra, que no es lícito ese tono condescendiente que emplea Pajín en su discurso. Tiene más valor la uña de cualquiera de esas mujeres que dos millones de Leires.

Y para las que no sufrieron eso, que serian mayoría, tuvo que ser muy ofensivo que considerara que la mayoría habían elegido a uno de esos parias por marido y que habían vivido soportando lo más deshonroso que le podía pasar a una mujer casada, salvo el adulterio, generalizando como sólo los estúpidos suelen hacer.

Tiene que agradecer mucho a la educación que recibieron esas mujeres; porque, sin ninguna duda, si fueran de su cuerda, se habrían levantado, la hubieran increpado llamándola de todo menos bonita y se habrían ido a su casa dejando el Congreso compuesto y sin novia.

Hasta en eso ha tenido suerte nuestra ignorante sin fin. Y lo más triste de todo es que no hay ninguna posibilidad de que tome conciencia de que cada vez que abre la boca sólo salen de ella sandeces, lugares comunes y estereotipos falsos como la moneda, prueba incontestable de que su neurona nunca podrá procesar un pensamiento inteligente. ¡Y en esas manos está nuestra sanidad!

3 comentarios:

Natalia dijo...

Hombre, Leire es una vergüenza para España. Pero en concreto esta declaración no me parece desacertada.

Natalia dijo...

Bufff. Me ha costado Dios y ayuda que salga el comentario. Las captcha son ilegibles. Las van simplificando conforme vas fallando.
Bonita foto de Tapia. Te está quedando muy bonito el blog.

Carmen Quirós dijo...

A mí, cuando la leí, me dejó cuajada. Me imagino lo que le espetarían unas cuantas mujeres mayores que conozco si les suelta eso por las buenas. De todos modos, supongo que es una cuestión de postura ante el maltrato la reacción que despierta.

Me encanta que te guste cómo queda el blog.